lunes, abril 30, 2007

Un martillo es la herramienta más simple del mundo. O tal vez no.

Hoy vamos a comentar en detalle el mecanismo interno de esa compleja máquina llamada martillo.

Un martillo se compone, por lo general, de dos piezas: la cabeza y el mango.

Tras siglos de estudio, la humanidad llegó a la conclusión de que la mejor forma de utilizar un martillo es, casi siempre, cuando el mango está unido a la cabeza por un extremo.

A la hora de hacer esta unión, nuestros ancestros descubrieron que las cabezas de martillo vienen con un agurero en el medio, y que encajar el mango ahí dentro daba mejor resultado que, pongamos, pegarlo con barro fresco en un lateral.

¡Pero cuidado! Hay que tener cuidado a la hora de insertar el mango en la cabeza.

Hay cabezas de martillo simétricas, como, por ejemplo, los martillos de mecánico. Aquí da igual el lado por el que insertes el mango, no puedes hacerlo al revés.

Pero también las hay asimétricas, como los martillos de carpintero. En estos casos, la cabeza de martillo tiene "arriba" y "abajo", y es necesario meter el mango por abajo; lo contrario no sería práctico, y además iría contra natura y probablemente sería pecado.

Un ejemplo adicional de martillos asimétricos serían, por ejemplo, los dos martillos antiguos comprados en ebay por el menda.

Aunque en esta foto no se aprecia demasiado, ambos tienen cierta curva hacia abajo, de forma que los golpes se den en el ángulo correcto.

De las dos partes que componen estos mecanismos de precisión, las cabezas son las más fáciles de restaurar, sólo hace falta quitarles el óxido y darles un ligero pulido.

Los mangos, en cambio, están inutilizables, y requieren ser sustituidos.

Imaginad la ferretería de la esquina, con un dependiente un tanto empanado.

Imaginad un armero novato y cojitranco que se acerca a comprar mangos para unos martillos de, posiblemente, tres cuartos de siglo, llevando en la mochila las cabezas de ambos martillos.

- Pues no tenemos mangos aquí, y además habría que limarlos para adaptarlos. Si quieres, déjame los martillos, y te los ponemos nosotros.

- Ah, qué bien, eso que me ahorro, pues vale.

Recogí los martillos un par de días más tarde, llegué a casa, los saqué, y... si, efectivamente. El ferretero se había perdido entre los misteriosos arcanos del mecanismo de uno de los martillos, y lo había montado al revés.

No quiero manejar jamás una sierra mecánica que haya arreglado este hombre.

¿No notáis nada raro en el martillo de la izquierda?

Y no habéis visto el ensamblado del martillo de la derecha.

Porque, a veces, los martillos llevan una tercera pieza, un elemento auxiliar llamado cuña. Y que consiste, básicamente, en, oh sorpresa, una cuña. Una vez has encajado el mango bien encajado, le clavas una cuña del tamaño adecuado, y eso ya no se mueve en años.

Bueno...

A menos hayas usado un mango demasiado pequeño, que insertes una cuña demasiado grande para compensarlo, que lo hagas longitudinalmente siguiendo la veta de la madera, y que por lo tanto rajes y abras por completo la madera del mango. Entonces, es cuestión de tiempo (de poco tiempo) que las grietas pasen al otro lado de la cabeza del martillo y afecten seriamente a su integridad.

Por supuesto, volví a la ferretería algo mosca. Lo del mango con la cuña pésimamente puesta lo voy a dejar correr, a lo mejor me da una sorpresa y dura para siempre. Pero el otro...

- Oye, me habéis puesto esto al revés, y no creo que el mango sirva ya de nada. Dadme otro, anda.

- Huy, pues tampoco tenemos ahora. Vuelve a dejarme el martillo.

Y yo, en un alarde de estúpida y esperanzada inocencia, cometí el error de dejárselo.

Y al día siguiente, habían extraído el mango, y lo habían vuelto a insertar -el mismo mango- por el lado correcto. Claro, el mango ya se había deformado siguiendo la forma de la cabeza por el otro lado, así que ahora tenía muchísimo swing. Vamos, que bailaba como un descosido.

- Niño, ya te dije que el mismo mango no iba a encajar bien. Anda, dame una cuña y una maceta y ya lo arreglo yo (-y ya de paso te enseño a poner una cuña, so torpe- pensé)

- Pues es que tampoco tenemos cuñas.

- Que tampoc... vale, déjalo tron, ya las busco por ahí.

La pregunta es ¿por qué pico una y otra vez en ir a la ferretería de la esquina, si siempre me hacen la culebra?

Bueno, adquirida una cuña adecuada en una ferretería buena (pero que está más lejos) el caso es que ya tengo unos nuevos viejos martillos prácticamente funcionales.

Y eso, a pesar de haber tenido que enfrentar al ferretero de la esquina a las complejidades técnico-mecánicas de estos intrincados y sofisticados aparatos.

Aunque aún les falta un poco de pulido en las cabezas, aquí os dejo el detalle de las cabezas de estas monadas.

En la foto de arriba, las cabezas de aplanar y de hundir.

Y en la foto de abajo, la cabeza que (creo) servirá para elevar, y una ligeramente convexa, que sirve lo mismo para un roto que para un descosido, aunque creo que sobre todo me servirá para desabollar.

Si, me habéis pillado. Las fotos son antes de poner bien el mango del martillo.

Y con esto lo dejamos hasta la próxima entrega, que creo que dedicaré a los pasos finales del segundo spangenhelm.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

hola me gusta tu trab ajo si quieres platicar yo llevo 6 años haciendo armaduras no soy experto ni nada es my entretenimiento como muchos si quieres platicar mas a l respecto agregame a faramir001@hotmail.com tu dime platicamos y te enseño mas de mi trabajo no esta todo en la pagina

Anónimo dijo...

Mooooolas. Dame el movil de tu proveedor de psicotropicos pero ya. xD.

Buen blog ;)