lunes, julio 24, 2017

Bulbuente 2017: qué bueno era Juan, y qué bien tocaba el arpa.

Vaaaale, sí, llevo casi dos años con una tremenda pereza para esto de la recreación. Pero, después de tanto tiempo, uno va teniendo ciertas ganas de pasar por un evento y, sobre todo, de reencontrarse con los amigos de este mundillo. Aunque cuenten chiste malos. Muy malos. Atroces. Porque hay chistes que no tienen perdón. Y no voy a dar más detalles.

Así que, cuando mis amigos de Feudorum Domini me propusieron volver al evento de Bulbuente, les dije que vale. Y que además, como soy más chulo que un ocho, iba a ir con todo el equipo de recreación en moto. Eso sí, tardé una jartá en llegar, pero esta vez no porque me perdiera como la última vez, sino porque a un camión le dio por arder en mitad de la carretera y tuve que volver atrás y desviarme por las faldas del Moncayo. ¡Oh, qué lástima; oh, qué camino tan feo; oh, qué mal lo pasé viendo esos pueblecitos con sus castillos colgados de las laderas del monte, y esos bosques medio perdidos que rodeaban aquella carretera solitaria!

Como empezaba a oscurecer y yo llevaba una visera tintada, tuve que ir con la visera abierta para disfrutar del paisaje y me comí toooodos los mosquitos de Aragón.


¿Qué decir del evento? Un evento pequeño y familiar en el que, para qué nos vamos a engañar, los dos pilares fundamentales de la recreación apenas estuvieron presentes.

¿Cómo? ¿Que no sabes cuáles son los dos pilares fundamentales de la recreación? ¡Pero por favor! El primero es marchar todos a paso de carga por una pronunciada cuesta arriba con todos los hierros encima (y las cuestas de Bulbuente no son nada pronunciadas, una sosería) Y el segundo pilar, POR SUPUESTO es la lluvia torrencial a medio evento. Y apenas cayeron cuatro gotas de nada, un aburrimiento.

Aunque tuvimos ocasión, eso sí, de darnos un paseo por el monte junto con bastante gente del pueblo para llegar al paraje donde está la roca de la mora encantada. La cuesta arriba, una filfilla; pero al menos el camino tenía piedras y cardos que se iban clavando dolorosamente en el calzado histórico, así que cualifica adecuadamente como recreación. Una marcha entretenida, con prisioneros cristianos bajo custodia, una fuga, una captura... una actividad distinta a lo habitual, estuvo bien.


En el pueblo, aparte de los consabidos desfiles y batalla, hubo una exposición de armas sobre las que se dieron montones de explicaciones al público. Me encantó lo de ir preguntando a la gente cuánto creían que pesaba una espada: decían que si cinco kilos, que si siete... para luego decirles el peso real y que lo fliparan.



Y, justo al lado, servidor con su malla remachada. Un éxito impresionante, porque la combinación de miopía, lentillas y presbicia auguraba una patética sesión de intentar colocar los remaches a ciegas; pero los hados de la óptica (y mucha luz) se aliaron a mi favor y no tuve problema.


Pero no todo van a ser actividades serias y sesudas. También estuvieron los juegos que organizó mi amigo Paco Boru (que además fue el que me prestó los muebles para el taller de malla)

El primero seguro que lo conocéis. Uno se coloca en el centro con los ojos vendados, protegiendo un yelmo, caldero metálico, o algo que suene al ser golpeado con un palo. Los demás tienen que golpear el caldero mientras esquivan un saquito relleno de paja o similar al extremo de una cuerda con el que el defensor tratará de golpearles: al tercer sacazo recibido, pasan al centro.
 
 Jugado entre adultos haciendo el cafre está bien, pero los niños de la zona sí que se lo pasaron divinamente.

El segundo yo no lo conocía, pero también hay varios vídeos por ahí. Dos participantes con los ojos vendados, y de nuevo con un saco de paja y una cuerda, tienen que moverse alrededor de un banco o similar, pero siempre con una mano apoyada en el mismo. Por turnos, uno debe golpear y el otro esquivar. El que va a golpear dice el nombre del otro y, a partir de ese momento, no puede moverse de donde está. El que debe esquivar se puede seguir moviendo y responderle en un momento dado, y también tiene que dejar de moverse al responder. Le intentarán golpear, y la cosa va más o menos por puntos en función de que le den o no.

Lo mejor de este juego es que también resulta divertidisímo para los que lo están viendo

 Y como entre unas cosas y otras apenas pisé el campamento, tampoco os voy a aburrir con más detalles. Sólo recordaros, eso sí, la importancia de acudir a estos eventos siempre con los más rigurosamente históricos de los atavíos, como bien sabemos mi amigo Sancho de Haro y yo.