martes, septiembre 11, 2012

Arconcillo (2): Ensamblando y dando la chapa.

Hace algo así como un millón de años, nos quedamos con todas las piezas de madera del arcón cortadas y pegadas.

A menos que las hayas cortado con una absoluta precisión (cosa que a mí no me pasa) verás que no terminan de encajar del todo bien entre ellas, así que te tocará un rato de escofina.


Una vez tienes el ajuste deseado, generosas cantidades de cola blanca, y lo fijas con unas escuadras profesionales lo que puedas para que aquello se seque bien recto.



O casi. Al final me ha quedado torcido cosa mala. No voy a publicar las medidas de la vergüenza, pero... muy torcido. Digamos que mi exacta, perfecta y matemática geometría ha quedado un pelín como de letras mixtas, no sé si me explico.

Una vez bien seco todo, claveteas las uniones.


Fíjate en la foto de arriba que las piezas no están a ras, sino que los perfiles de las tablas sobresalen de la superficie. Eso está hecho aposta, para igualarlo es más fácil cortar y lijar el perfil de la tabla, que rebajar toda la superficie si te has quedado corto. Y, puedes creerme, te hará falta igualarlo.



No te olvides de darle una limada especialmente cariñosa al borde, hasta asegurarte de que la tapa no cojea.



Y, por supuesto, hay que darle una nueva lijada a todas las superficies hasta dejarlas bien uniformes.

 

Bien, ahora tenemos dos cosas que llaman mucho la atención en nuestro espacio de trabajo: un arcón de madera ensamblado, y montañas y montañas de serrín.

Anda, para un minuto y barre un poco.

...

¿Ya? Vale, sigamos. Habrás visto que un arcón hecho de madera tan gruesa pesa un quintal, ¿verdad?

Pues no es suficiente. Vamos a meterle un poco de metal para que pese más, qué demonios.

Porque está claro que, tal como hemos pegado las tablas entre sí, el arcón tiene muchas papeletas de caerse a pedazos después de unos cuantos viajes y un poco de maltrato. Casi que vamos a meterle unos refuerzos ¿no?


Para los refuerzos y bisagras he utilizado hierraco de 2mm, más que nada por estos tres motivos:

- Porque es lo bastante sólido como para aguantar bastante esfuerzo.
- Porque es lo bastante fino como para trabajarlo sin necesidad de una fragua.
- Porque tenía un buen trozo en casa y no sabía qué hacer con él.


Oooops! Esas piezas pequeñajas me suena que las he visto hace poco... Sí, justo cuando hice limpieza del taller, las tiré pensando que eran recortes inútiles; ahora me acabo de acordar para qué eran. Disculpad un segundo, tengo que cortar un poco de chapa...

...vale, ya está; no ha pasado nada.

Podéis ver, de izquierda a derecha:

- Dos pletinas anchas, de las que saldrán las bisagras de la tapa.
- Cuatro pletinas estrechas, que formarán los refuerzos laterales.
- Una plancha ancha, que dará resistencia al fondo.
- Dos pequeñas tiras (ejem) que unen la base de los laterales para que no se abran.

Te estoy viendo la cara. Sí, he dicho bisagras. De chapa. Tentador ¿verdad?

En realidad, una bisagra es una cosa muy simple. Consiste en calar un rectángulo en un lado, y cortar una T en el otro.


No sé quién me comentó en Argüeso que esa forma trapezoidal era la más documentada en la Castilla del SXIII. Yo no he sido capaz de encontrar ninguna documentación, en un sentido o en otro, así que haremos caso.


Con la ayuda de un soplete para trabajar más fácilmente, doblaremos la chapa de las bisagras sobre el clavo que hará de eje. Puede ser buena idea envolverlo antes con un poco de cinta de carrocero: te garantiza que queda algo de holgura para que la bisagra gire, y, a las malas, la puedes eliminar dándole directamente una pasada de soplete.

Si te queda más holgado de la cuenta, siempre puedes ayudarte de un cincel al que hayas limado el filo para cerrar mejor el ojo de las bisagras.


Lo suyo, por supuesto, es que metas este invento en la fragua, le eches una buena cantidad de borax, lo lleves al amarillo chisporroteante, y lo sueldes por caldeo a martillazos.

Pero eso no va a pasar en mi piso ¿vale? Bastante es que utilice soldadura de arco para darle un punto (muy mal dado) y que no se menee.


Te estarás preguntando: ¿y cómo nos aseguramos de que el clavo no se salga? Y yo te respondería: pues remachamos el otro extremo, y listo.

¡Ay, qué error más grande! El puñetero no se deja.

Media docena de clavos más tarde, me empecé a convencer de que los malditos eran demasiado largos y finos, y de que no se iban a dejar remachar, sino que sólo se dejarían doblar.

Una docena completa de clavos doblados más tarde, ya lo dejé por imposible. Venga, vale, que se queden doblados y que les den. Hay veces que la pieza no está ahí dentro, y no está ahí dentro. No vas a encontrarla por mucho que insistas, así que busca alternativas. Clavo doblado. Vale, es más feo, pero al fin y al cabo no se sale.

Para terminar con las bisagras: hay muchas formas de fijarlas; yo me decidí por la más sencilla, que implica el mínimo de pliegues del hierro, y que deja la superficie del arcón libre de refuerzos metálicos que clavarte en las posaderas. La parte del lateral del arcón irá por fuera (con su forma decorativa) y la parte de la tapa irá por el interior (por eso la dejé recta) 

Ya, ya lo sé, no comprendes cómo va eso. En breve lo verás claro, mientras tanto, debes saber que habrá que hacer unos rebajes en la madera para que las bisagras que se clavarán en la tapa encajen en el cuerpo del arcón, sin hacer que la tapa cojee.

Para eso, hacemos unas cuantas incisiones verticales a formón hasta la profundidad adecuada:


Sacamos la madera que sobra, de nuevo a formón:


y, tras un poco de escofina y lija...


Para acabar con la forma de la chapa, ya sólo nos queda doblar los refuerzos laterales. Empiezas doblando con unas pinzas de forja, o unos alicates bien grandes.


Y terminas cerrando a 90º a martillazos.


Mucho cuidadín con cómo lo haces: debe quedar ajustado al arcón, lo justo para entrar con un poco de esfuerzo, pero sin que se abran los laterales. Puede requerir un poco de ensayo y error hasta que le pilles el truco a las medidas y a cómo se dobla la chapa.

Pero al final, presentas los hierros al arcón... y oye, la cosa va teniendo un aquel.


Taladramos los agujeros en los que irán clavos y, a falta de pavonado en forja, pintamos los hierros de negro... y en la próxima entrada seguimos hablando.