miércoles, diciembre 28, 2011

Viejas herramientas para malla remachada (4): Malla remachada, the movie.

Para ellos, el proceso de fabricar una torre Eiffel con palillos empieza con una bolsa de piñones y un saco de abono.

Ellos no consideran que un puzzle de un millón de piezas sea un desafío interesante, a menos que antes sea arrojado desde un avión comercial en vuelo alrededor del mundo.

Ellos saben lo que es tener paciencia.

Porque ellos son...

¡LOS QUE HACEN MALLA REMACHADA! (The movie)




(A la salida del cine, podrá canjear su entrada por un recortable)

domingo, noviembre 20, 2011

Viejas herramientas para malla remachada (3): taladrar y remachar.

Ya lo sé, ya lo sé: tengo el blog bastante descuidado. Pues que sepáis que es culpa de Arant: no sé cómo se las ha apañado, pero nos ha convencido para juntarnos una vez por semana a jugar a rol, y eso me quita gran parte de mi tiempo libre. Y más, si me toca de master.

Y oye, que lo único que estoy haciendo últimamente es malla remachada, y eso se come unas cantidades tremendas de tiempo para unos avances casi inapreciables. Como suba el ritmo de publicación, me quedo sin nada que contar en un plis.

Pero bueno, al grano. Habíamos preparado herramientas semi-presentables para hacer los muelles y cortar las anillas; y para solaparlas y aplastarlas. Lo siguiente es preparar algo para taladrar el hueco del remache, y para cerrar el remache en cuestión.

Y, para eso, he descubierto una marca que fabrica productos de lo mas interesantes.

¿Cuándo narices voy a aprender a cobrar dinero por poner este tipo de cosas? Señores de la marca Gedore a la que estoy a punto de poner por las nubes, por favor, sean tan amables de ponerse en contacto conmigo para que pueda proporcionarles un número de cuenta al que efectuar una jugosa transferencia. O, en su defecto, una dirección de envío para hacerme llegar una muestra de productos para forja. (Oye, y si cuela, cuela)

Herramientas de forja... pero ¿qué demonios pretendo usar para taladrar y cerrar los remaches? En su momento, la punzonadora estaba hecha a partir de un alicate, y la remachadora a partir de unas tenazas. ¿Qué herramientas de forja pueden sustituir algo así?

Pues resulta que esta marca tiene una amplia gama de pinzas de forja, incluso en tamaños lo bastante pequeños como para poder utilizarse para trastear con anillas, y que, y ahora viene lo mejor, están hechas en hierro forjado, aparentemente a mano (tengo dos ejemplares del mismo modelo, y son ligeramente distintas)

En la página 18 de este catálogo están las pinzas; y para los herreros demasiado vagos para hacerse sus propias herramientas, también hay unas cuantas cosas bastante interesantes. Yo las he encontrado en la ferretería industrial Rubio, donde han sido extraordinariamente amables a la hora de ayudarme con los encargos de cosas raras que nadie más debe haberles comprado en años.

Uhmmm... vaya, parece que lo he vuelto a hacer. En fin, si los señores de la ferretería Rubio leen esto, ya me podrían hacer una rebajita en próximos encargos ¿no?

Centrémonos, que la cosa empieza a desvariar. Taladrar anillas. Y nada de tornillos raros asomando, así que empecemos por conseguir una pinza con bastante "carne" para hacerle un agujero en el que encajar una punta afilada. Para eso, a mí me gustó este modelo, el más pequeño, claro.

Aunque algo de trabajo por delante sí que hay.


Con un par de cortes, un rato de amoladora, y un pelín de lijado, dejamos la boca de estas tenazas convertida en un par de superficies suaves que cierren bien. ¡Ah! Y ya puestos, eliminamos el número que hay grabado en los mangos.


Ahora falta taladrarla para que quepa una punta afilada, y, en el otro lado, quede el agujero matriz en el que encajará esa punta. Tienen que quedar bien alineados, así que... ¿Por qué no hacer los dos agujeros de una sola vez?


La cosa es fácil, taladras una de las mandíbulas de lado a lado, y sigues un poco más, taladrando la otra mandíbula, pero sin llegar a atravesarla por completo. Calcula que te hará falta una profundidad de al menos medio centímetro para que el punzón quede firme.

¡Ah! Y asegúrate de que la pinza está bien sujeta mientras la taladras, o empezarás a partir brocas a montones.

Ya sabes que es precisamente con esas brocas con las que luego harás los punzones, dejando una punta afilada (cuidado de no destemplarla al afilarla) que asome un par de milímetros. Yo uso brocas de 1,5mm, y me parece que es un buen tamaño para empezar. Más gruesa, te van a quedar agujeros muy gordos, y más fina vas a tener problemas para manejarte con unos remaches diminutos.


En la foto puedes ver, ahí en el medio, la punta en cuestión. Va pegada con cianocrilato para que no se menee, aunque no sé por qué la he pegado ya tres o cuatro veces, y siempre se me vuelve a soltar...


¡Y ya tenemos punzonadora!

Así que vamos con la remachadora. En esta ocasión, nos vamos al más pequeño de los modelos de punta plana.


Éste es muy sencillo. Empezamos por un poco de lijado para eliminar aristas que puedan marcar las anillas, y nos aseguramos de que quede un buen encaje plano entre las mandíbulas.


La zona de la punta tiene que quedar bien pulida, que luego las anillas se marcan con una facilidad pasmosa.


Y ya sólo queda preparar los moldes para los remaches. El esquema de tres huecos que hice en las tenazas me da bastante buen resultado, así que lo he repetido.


Un primer agujero, bien profundo, para que el remache atraviese hasta el fondo. (Lo he hecho del mismo grosor que el de taladrar, pero creo que funcionaría mejor un poco más ancho).

Un segundo taladro del mismo calibre, pero con menos profundidad (a lo mejor un milímetro, o así) para que el remache empiece a cerrar sin riesgo de doblarse en lugar de aplastarse.

Y el tercero, algo más ancho, muy poco profundo, y de forma redondeada. Ojo con no pasarse de ancho o de profundo haciendo este último: es el motivo por el que yo sigo usando la tenaza, y por el que acabo de tener que hacerme con otro par de pinzas.

Y con esto terminamos por hoy. En la próxima entrada, con un poco de suerte, os pongo una demostración detallada del proceso de fabricar y tejer anillas.

Y, por supuesto ¡recortables!

martes, noviembre 01, 2011

Viejas herramientas para malla remachada (2): ¡deformar! ¡aplastar!

Ya tenemos nuestro bastidor nuevo. O viejo. O lo que sea. Tú me entiendes.

Ya somos capaces de convertir el alambre de ferralla en unas bonitas anillitas, de naturaleza saltarina y con afiladas puntas. Es decir: nunca trabajes con ellas descalzo, o con tu perro cerca, porque, tarde o temprano, acabarás tirando unas cuantas anillas al suelo, y se desparramarán, y fijo que las acabarás pisando. Y duele.

Así que lo siguiente que nos toca es preparar el solape de las anillas. Para eso, con unos alicates adecuadamente modificados, cierras y aprietas la anilla hasta tener un solape satisfactorio.

Foto cortesía de Julio del Junco

Enlace
Vaya... ya estamos otra vez... para mí que estos alicates no van a ser demasiado típicos del SXIII. Y ahora, ¿de dónde saco yo...? ¡Espera! Creo recordar que... ¡Sí, en Costumbre medievales tenían algo de esto!


Hace un siglo, Fernando me comentó que vendía estos alicatillos para tejer malla fabricados en hierro forjado. Y, la verdad, dudo mucho que incluso él mismo sepa lo extremadamente adecuados que resultan para esa labor. No sólo las puntas planas van muy bien para abrir y cerrar anillas, sino que el hueco que dejan cerca del eje es ideal para preparar el solape de las anillas a remachar.



Una vez cerradas y solapadas, toca normalizarlas para poder aplastarlas fácilmente. Una posibilidad es fabricarse un braserillo siguiendo estas instrucciones de Coalheart, la otra es confiar en que haya una hoguera allí donde vayas a ponerte con las anillas. Vale, o seguir tirando de soluciones modernas.


¡A ver, deja ya de mirarme así! No, no me voy a poner ahora con la alfarería. ¡Narices, que una cosa es una cosa, y otra muy distinta liarse con absolutamente todos los puñeteros artes y oficios! Así que confiaré en la hoguera, y ya compraré un braserillo cuando tropiece con él.

Y, mientras tanto, vamos a ponernos a aplanar las anillas. Ya en su momento vimos cómo hacer un acuñador que ayudara a aplastarlas de forma más o menos uniforme, y, sobre todo, evitando que saltaran al otro extremo de la habitación.


Pues, si alguno ha seguido mis instrucciones, se habrá dado cuenta de que, a pesar de todo, el éxito es limitado. Uno no siempre coloca bien recto el acuñador, y la anilla no queda correctamente aplastada. Esto es mejorable. ¿Y si le incorporamos directamente un yunque al acuñador, para que sea imposible golpear torcido? ¡A por un trozo de acero y el equipo de soldadura!


Bien, seamos sinceros:

Esto no salió bien a la primera: a los dos martillazos, la soldadura se desprendió.

Ni salió bien a la segunda: a la docena de mazazos a mala gaita (cuando uno hace una prueba de resistencia, la hace a conciencia), también se desprendió.

Y a la tercera... bueno, a la tercera no se desprendió. Claro que... ¿Sabes eso que pone en los manuales de "un cordón de soldadura uniforme y bien acabado"? Vale, pues no es el caso. No es el caso para nada. Está en las antípodas del caso. Qué narices en las antípodas, está en el cinturón de Kuiper respecto al caso. Así que vamos a correr un tupido velo. Tan tupido, tan tupido, que vamos a correr un velo de cuero.


No, no os voy a enseñar una foto de la soldadura. Hasta un chapuzas como yo tiene sus límites, oye. Pero bueno, al menos la cosa ahora aplasta uniformemente las anillas. ¡Eh, y está garantizado que de ahí no salen volando al primer martillazo!


En breve, más entradas al respecto. Pero no, no disimules. Sé que te encanta el rollo de los recortables, y que estás ansioso por continuar con el diorama. Pues aquí seguimos.

domingo, octubre 16, 2011

Viejas herramientas para malla remachada (1): el bastidor.

Hoy vamos a empezar con una lección de física. Y nada de tonterías, física cuántica de la buena.


El recreacionismo cuántico y la constante de Planck Axil.

Cualquiera que haya participado en un evento de recreación lejos de su casa puede aportar numerosa evidencia que se ajusta al siguiente principio del recreacionismo cuántico:

"El equipo trasladado a un evento recreacionista no presenta una masa continua, sino que siempre será un múltiplo entero de una unidad mínima de peso (quantum), conocida como constante de Axil, cuyo valor, corroborado empíricamente, es de 20 kilogramos"

Pongamos unos ejemplos:

- Llevar los hierros para equipar un guerrero: 20 kilos.
- Una tienda normanda: 20 kilos.
- Mobiliario y utillaje de campamento: 20 kilos.
- Fuelle, yunquecito, martillos: 60 kilos (3xA).

Y fijémonos en esto último. 60 kilazos de equipo para montar un asquito de fragua. Bajarlo a la calle, subirlo en el coche, sacarlo del coche y volver a meterlo, esta vez bien colocado. Descargarlo en el destino, llevarlo hasta donde haya que montarlo... ¡Y lo mismo a la vuelta!

Nononononono. Esto no puede ser. Vamos a ver, para un evento suelto de vez en cuando, tiene un pase. Pero ¿mover sistemáticamente esas monstruosidades? No, eso no puede acabar bien.

Hay que buscar alternativas, cosas ligeras a la par que molonas que llevar a los eventos sin necesidad de eslomarse en el intento.

El telar de tablillas no está mal, pero le falta un no sé qué... Digamos que, en la escala de Masoquismo por Autoimposición de Tareas Inasequiblemente Arduas, el telar de tablillas apenas puntúa un 4,75 sobre 10. Y eso no es, ni de lejos, lo que buscamos. Buscamos, por lo menos, un 7,5. Buscamos... ¡Malla remachada!

(Nota: el 10 de la escala M.A.T.I.A. se alcanza, por ejemplo, mediante el aprendizaje autodidacta del chino cantonés, utilizando para ello un libro de texto en ruso, mientras se pedalea en una bicicleta estática y se toca el violonchelo)

Pero claro, aunque uno ya se hizo en su momento [con] unas cuantas herramientas para hacer malla remachada, lo cierto es que la cosa no terminaba de encajar. Porque, para qué nos vamos a engañar, esto no cuela como del SXIII ni para el más miope de los topos.


Así que empecemos por el principio: la reconversión de un rollo de alambre en un bonito y elástico muelle. Porque... ¿de verdad puedes sacar esto en un evento de recreación?


Conglomerado de madera laminado, escuadras de fabricación industrial, tornillos... mal, muy mal. Vamos a tener que volver a empezar.


Cortamos las piezas de una plancha de... ejem... sí, de una puñetera plancha de abeto alistonado. Es lo que hay ¿vale? Eso sí, gordita, de tres centímetros de espesor.

Y en uno de los lados de la base, prepararemos una ranura semicilíndrica con una fresa.



Y tú te preguntarás: ¿Por qué? ¿Para qué sirve esa ranura? Pues para colocar una varilla del mismo grosor que la que uses para hacer las anillas. Ya veremos luego para qué se utiliza esa varilla.

Por ahora, baste saber que, además, no vas a querer que se gire, así que mejor hacer un agujerito en uno de sus lados, y curvar uno de los extremos de la varilla con la ayuda de un soplete para que encaje en él. Asegúrate de que la varilla queda bien asentada, y de que su extremo no asoma por debajo de la base de madera.


Y a montar todo el conjunto.


Si se te da medio bien la carpintería, seguro que puedes hacer unas uniones estupendas y que queden perfectamente firmes con un poco de cola y un par de clavos. Como ése no es mi caso, utilicé generosamente unos buenos tirafondos.

Y te dirás: Pero, entonces ¡se verán las cabezas de los tornillos!

Pues no necesariamente. Si haces un avellanado realmente profundo y luego cubres la cabeza del tornillo con pasta de madera, la cosa quedará básicamente invisible. Sobre todo si lijas y barnizas. Y queda sólido. Sólido de narices. Espero.

El bastidor ya está listo para hacer unos muelles fantásticos. Enroscas el alambre, y, una vez tienes listo el muelle, cortas el extremo con tu cizallita knipex... Oooops.

Espera. Eso de la cizalla tampoco va a colar como de mediados del siglo XIII ¿verdad?



No, vamos a tener que usar un cincel. Pero claro, el cincel no puede usarse sin más, necesitas una superficie sobre la que utilizarlo, algún tipo de yunque sobre el que cortar el alambre.

Vaya, otro trasto más con el que cargar. O no. ¿Y si empotramos un miniyunque en el mismo bastidor?

Dicho y hecho. Tengo yo por aquí un recortillo cuadrado de acero de lo más adecuado para esto. (Me dejaron revolver en la basura del almacén de hierro la última vez que fui a comprar una varilla, no os perdáis nunca esa oportunidad).

Así que a preparar un hueco donde encastrarlo, justo en la parte en la que va a quedar el extremo del muelle. Cincel, maza, y unos golpecitos.


Y con una buena cantidad de epoxi ¡ya tenemos bien fijo el yunquecito para cortar el alambre!


Y ahora que hablamos de un yunquecito para cortar alambre... ¿Cómo vamos a cortar las anillas a partir del muelle? Seguimos sin poder usar la knipex, y sobre un yunque plano no hay forma de manejarse medio bien. ¿Cómo narices vamos a cortarlas con un cincel sin deformarlas?

Nos haría falta algo como... algo como... no sé, tal vez poder tener el muelle encajado en una varilla metálica que haga de yunque. Una varilla que se apoye sobre una base firme, y que no pueda rodar fuera de su sitio. Espera ¿dónde he visto yo algo así? ¡Ah, sí!


Ya estamos preparados para convertir un trozo de alambre en unas bonitas anillas recién cortadas, el primero de los... ejem, siete estadios por los que pasará cada anilla antes de ser engarzada al tejido.

En próximas entradas veremos cómo conseguirnos unas estupendas viejas herramientas nuevas con las que acompañar a las anillas en su periplo. ¡Hasta entonces!

- Ejem...

- ¿Si? ¿Qué quiere?

- Es que... en la última entrada dijo que... en fin, es una tontería, pero es que me hacía ilusión lo de la colección de...

- ¡Ah, sí! ¡Claro, los recortables! Venga, ahí va la segunda entrega.

Perdón, pero no lo puedo resistir más:
- ¿Qué sonido hace un electrón cuando se cae de su orbital?
-¡Planck!

sábado, septiembre 24, 2011

La caja mágica y los fascículos otoñales

- ¡Martiiiiiiiiii!

- Dime, Doc

- ¿Dónde narices está mi radio?

- No tengo ni idea, Doc.

- Pues vaya, he debido perderla por aquí. En fin, si esto provoca una paradoja en el siglo XIII tendremos que aguantarnos. ¡Vamos, Marti, sube al DeLorean, y vámonos ya al siglo XIX! ¡Tienes que conseguir que tus tatarabuelos se casen, o nunca habrás existido!

...

- ¡Mi señor, mi señor!

- Otra vez este puñetero escudero... ¿qué quieres ahora, Lucas?

- ¡He encontrado una caja mágica! ¡Profiere voces y ruidos!

- ¿Una caja mágica? Por favor Lucas déjate de zarandajas y no me hagas perder el tiempo.

- ¡Es todo cierto, mi señor! ¡Mirad, está AQUÍ!


Ya está acabando el mes de Septiembre, y como siempre por estas fechas, nos bombardean con todo tipo de colecciones y fascículos: que si la colección de dedales de Star Wars; que si construye tu propia bomba atómica, con el primer fascículo medio kilo de plutonio de regalo; que si la enciclopedia de-fi-ni-ti-va sobre la aplicación de productos anti-acné entre los encofradores noruegos durante la primera guerra mundial... Pues en El Blindado Personal no vamos a ser menos, y vamos a presentar una bonita colección de recortables (más vale tarde que nunca, gracias maestro Antonio).


Señor Prudenziati, intenté ponerme en contacto con usted sin éxito; supongo que la dirección que encontré estaría desfasada. Si ve esto y prefiere que los retire, lo haré sin tardanza


Y como en todas estas colecciones, la primera entrega incluye un regalo especial, en esta ocasión una joyita cortesía de Sir William:



Estoy deseando ver uno montado y en movimiento, así que si alguno se anima, que suba un vídeo a Youtube y ponga aquí un enlace ¿OK?

sábado, septiembre 10, 2011

El yunque: un pie portátil.

Venga, uno rapidito.

Un post, idiota malpensado. Quiero decir un post rapidito; que tampoco hay mucho que contar.

Ya, ya sé que llevo más de un mes sin publicar nada, pero uno también tiene derecho a irse de vacaciones ¿no?

En fin, al grano. Lo cierto es que empezaba a sentirme un poco idiota, con un pedazo fuelle, y sin un mal yunque que lo acompañara mínimamente. Así que, hace un par de meses, me hice con esta monada:



Un precioso yunquecito de espiga, de apenas veinte kilitos. Sí, ya sé que es muy poco para forjar hierro en condiciones, pero vamos a ver: ¿acaso tú tienes que subir y bajar tu monstruyunque de 120 kilos de un segundo piso sin ascensor cada vez que vas a utilizarlo?

El yunque está en muy buenas condiciones, lástima que el pie de madera fuera pasto de la carcoma y se deshiciera con mirarlo.

Una alternativa era hacerme con un buen tocón de árbol allí donde fuera a montar la fragua, y a base de taladro, cincel y martillo, hacerle un hueco para encajar la espiga del yunque. Pero es que acabo de escribirlo y ya es como que... ni de coña, oiga. Que para cuando quisiera terminar el hueco, se ha acabado el evento en el que iba a forjar.

Así que era cosa de fabricarle un pie. Y confieso que sufrí una enorme falta de ideas sobre pies portátiles para yunque, pero afortunadamente acudieron en mi auxilio mis amigos Sir William y Drivan. Y me ensañaron pies sofisticados, y vídeos con pies más sencillos, y esta magnífica entrada de Anvilfire donde se encuentran maravillas como ésta, o tan fáciles de hacer como ésta, tan socorridas como ésta, o tan , tan bonitas como ésta.

Pero el tiempo, la escasez de materiales, y, por supuesto, la racanería a la hora de adquirirlos, apremiaban. Así que al final me decidí por un diseño sencillote, tan sólo apropiado para yunques muy ligeros: el soporte traviesa de tren.


Antes de nada, y como soy un pesado con estas cosas, una nota de seguridad: esto no es una auténtica traviesa de tren. En realidad, es una traviesa fabricada para decoración de jardines, hecha en pino macizo y tratada en autoclave (un proceso de infiltración para protegerlas de bichos y humedad) Las auténticas traviesas suelen estar tratadas con creosota, un producto cancerígeno con el que no quieres andar trasteando demasiado.

La altura correcta para un yunque es algo un tanto subjetivo, según el herrero al que preguntes. Algunos lo prefieren bajito, a la altura a la que los nudillos del herrero, puesto de pie, rozan con la superficie. Otros lo prefieren más alto, a la altura a la que el cuerno del yunque... a la que el cuerno del yunque queda a la altura... A la altura a la que el cuerno del yunque da por culo al herrero, venga, ya lo he dicho.

Como yo no tengo ni idea, tomaré como objetivo un punto intermedio, que viene a ser la mitad de la longitud de la traviesa.

Así que parece fácil: cortas la traviesa por la mitad, unes las dos mitades para que tenga un mínimo de ancho, y listo el soporte.

Hasta que te fijas en la espiga del yunque. ¿Voy a encajar esa monstruosidad de cuña entre dos piezas unidas entre sí, y a ponerte a golpear encima? Uhmmmm... es muy probable que las dos piezas unidas entre sí... como que dejen de estar unidas entre sí.



Así que vamos a cortar una rodaja de traviesa para que el yunque apoye en una sola pieza; y el resto lo cortaremos en dos mitades, que serán las que irán unidas longitudinalmente.


Y la parte entretenida: una sierra de calar de las que puedes configurar en ángulo, unos taladros, y cortas siguiendo la forma piramidal de la espiga. Más bien justo, es importante que el yunque no baile.


Pero claro, si cortas justo para que el yunque no baile... lo cierto es que el yunque tampoco entra. Así que te toca limar. Y limar. Y limar. Y limar más. Yo lo llamé "el día del tentáculo la escofina". Y sigues limando, hasta que encaje bien.


Mola ¿verdad?

Lástima que siga asomando un buen trozo de espiga por el fondo ¿no? En fin, habrá que hacer más hueco. Esta vez, a base de formón en cada una de las dos mitades de lo que queda de traviesa.



Y ya sólo queda unirlo todo. Vale, no será histórico, pero el tiempo apremiaba, así que... tirafondos. Con un avellanado tremendo para poder tapar la cabeza con pasta de madera y así disimularlos, pero tirafondos al fin y al cabo.


¿A que va teniendo buena pinta?


Con esto puede ir sirviendo para unas prisas, pero... no sé, como que falta algo.

¡Ah! ¡Ya lo tengo! ¡Es que aún no he recogido nada de la basura!

A ver, este pie está bien, aguanta los golpes, pero aún le falta un poco de estabilidad. Ampliemos la base con una patitas auxiliares. Y para eso, nada mejor que sacar a relucir tus instintos más psicópatas.

No tienes más que salir a la calle y dar cobijo a un pobre pallet sin techo. Y, una vez te lo has traído a casa... lo despedazas sin piedad, taladras salvajemente cuatro de los tacos de madera. ¡Y ya tenemos patas!


No es que sea lo más estable del mundo, pero mejora considerablemente, y además sigue siendo bastante transportable.


Sólo falta un detallito. ¿Te acuerdas de la pieza de arriba, esa que habíamos dejado tan ajustadita a la espiga del yunque en forma de cuña? Ya te lo imaginas ¿verdad?

Pues sí, si le das bastantes martillazos, acaba pasando lo inevitable: que la madera se raja. Puedes creerme, lo hace. Con apenas un par de días de martillazos. En Peracense, por ejemplo. Y no es vaya a dejar de aguantar por un par de grietas, pero hay que evitar que se desparrame y se caiga a pedazos. Y, para eso, un poco de chapa, unos clavitos, y espero que aguantará sin problemas.


Por cierto, que eso de portátil... tampoco te creas que es una pluma. Échale que son veinte kilitos, pero eso es hasta bueno para sumar un poco a la masa del yunque.

lunes, agosto 08, 2011

Peracense 2011: ¡El castillo en poder de un malo maloso!


Aquí estamos, un año más trabajando como herrero en el castillo rojo.



El caso es que, hasta ahora, el castillo de Peracense era de mi señor de Urrea, aunque siempre andaba en disputa con un tal señor Cornel, que de vez en cuando hasta lo conquistaba. Pero oye, que yo, como herrero, que tanto me da quién mande mientras a mí me paguen lo mío y me tengan la fragua bien surtida de hierro y de carbón; que ninguno de los dos señores es demasiado malo (para ser nobles, claro...)


Pero es que ahora...

Ahora la cosa anda bastante revuelta, que parece que un tal Miramamolín (que no es un nombre, que creo que es algo así como un obispo o un cardenal muy importante de los moros) anda muy revuelto por el sur, y los señores de aquí, de Aragón, están todo el día para arriba y para abajo con las historias del Miramamolín éste. Y fíjate si andarán revueltos, que hasta han conseguido que el Urrea y el Cornel se pongan de acuerdo. ¡Que hasta se han abrazado cuando se han juntado todos los nobles en una cosa que llamaban "el concilio de los ricoshombres".

O eso, o mi señor Cornel le estaba afanando la bolsa a mi señor de Urrea, que con estos nobles nunca hay que fiarse.


Y ahí fue donde se empezó a liar, la verdad. Que apareció un noble nuevo, un tal señor de Antillón, y consiguió que todos se enfadaran con todos, y que la mitad de los señores se fueran echándose pestes y diciendo no sé qué de una ordalía al atardecer. Ya se me hacía a mí raro, eso de que un buen cristiano prefiriera guerrear con los otros reinos cristianos de más allá del Pirineo, en lugar de plantarle cara al moro.



Y es que a mí, el tal Antillón ya me tenía con la mosca detrás de la oreja. Que ya el día antes se había pasado por la herrería a que le arreglara un escudo, y mucho prometer dineros, mucho prometer dineros, y que aún los estoy esperando.


Y no sólo eso, que quería que le pusiera un remache nuevo al escudo, y le hizo un agujero empleando lo que yo creo que va a ser brujería.


Para mí que se dio cuenta de que algo sospechaba, y quiso amedrentarme para que no abriera la boca, porque me mandó a uno de sus hombres, un tal Julio de Armenteros, a destrozarme el fuelle. ¡Menos mal que lo fabriqué a conciencia, que si no, fijo que se lo carga!

Lo de la brujería me tenía también bastante preocupado. Yo creo que nos libramos de algún mal de ojo gracias a que el día antes hicimos la procesión de la santa fragua, que evita toda maldición...



... y porque estuvimos rezando nuestras oraciones a la virgen en la capilla del castillo.


Porque, para mí, ese tal señor de Antillón tiene un pacto con el mismísimo Belcebú, que si no, miren sus mercedes lo que pasó con un vulgar candil que llevaba el señor Cornel, que está claro que lo poseyó algún demonio del Averno y lo hizo estallar en llamas.

Menos mal que invocamos a San Jorge para acabar con ese demonio, que si no... a lo peor acabábamos todos los buenos cristianos como el candil en cuestión: socarrados perdidos por las llamas que mandó el mismísimo Satanás.


Además, estoy seguro de que Antillón, aliado con el diablo, lanzó algún embrujo para encantar a los paladines que le defendieron en la ordalía, que estaba claro que alguno de ellos era fiel, y bien fiel, a mi señor de Urrea; y sólo las fuerzas de la oscuridad, que le nublaron el entendimiento, le hicieron luchar por el de Antillón. Pero no se puede engañar al Altísimo, y al final fue el señor de Urrea quien ganó el juicio de Dios, e hizo jurar fidelidad al de Antillón.


Pero ¡Ay, de quien confía en los juramentos de brujos y herejes! Que parece ser que el de Antillón ya se había conchabado con uno de los guardias de la fortaleza, un arquero que estaba apostado ¡en la torre que está encima de mi propia fragua! Y, sin más que una seña...


...el felón intentó asesinar a mi señor de Urrea de un certero flechazo ¡del que sólo le salvó la intercesión de su antiguo enemigo, el mismísimo Ximeno Cornel!


Y aunque está escrito que mi señor de Urrea ha de caer asaetado por la flecha de un arquero, esta vez escapó a su destino, y envió a sus guardias a acabar con el arquero.

Evidentemente, llegaron tarde: yo no estoy dispuesto a permitir que vayan matando gente desde lo alto de la torre que está sobre MI forja. Vamos, como quien dice, desde MI propia torre. ¡Faltaría más! ¿Y con todas las armas que tengo recién terminadas, esperando a ser entregadas? Me apresuré a rebajar palmo y medio de altura al arquero traidor.



Pero claro, la cosa entre los nobles no quedó ahí: que si vos me ha querido asesinar; que si vos lo único que queréis es bajar al moro a por lo de siempre; que si ya me dijo doña Urraca que vuestra virilidad deja mucho que desear; que si vos qué sabréis, que nunca habéis conocido hembra, que sólo habéis conocido varón; que si vuestra madre doña Sancha era una barragana de pocos dineros... Vamos, que la cosa acabó de la forma habitual: batalla campal. Y justo debajo de mi fragua, claro. Con el suelo recién barrido.



Y traición va, traición viene... acabó ganando el castillo mi señor de Antillón. Y lo primero que hizo fue traerse a Urrea a pescozones a mi fragua, para engrilletarle. Algo que, por supuesto, hice sin chistar, que seguro que ya caerá el otro, y será él el que se vea con las muñecas encima de mi yunque mientras le remacho los grillos.



Aún así, mientras tanto, es triste ver como este aliado de Satanás entrega al Maligno las gloriosas reliquias que se custodiaban en este castillo. Porque, como toda la cristiandad sabe, es aquí donde está el mismísimo Santo Grial, custodiado por la orden de los Calatravos. Y es que fue llegar el castillo a manos de Antillón, y algo hizo echar en la comida, que los Calatravos no se vieron con fuerzas de subir a custodiar la reliquia...


...y rápidamente fue robado por unos señores de tierras valencianas. ¡Qué contentos que estaban con su sacrilegio!


Pero no se preocupen, que estos nobles se pasan todo el día igual, y seguro que el año próximo cambian las tornas.





Y ahora, las...

TOMAS FALSAS y CURIOSIDADES

La procesión de la Santa Fragua, recogiendo la tierra del cajón después de que se les volcara a medio camino.


Vaya... Parece que el herrero también tiene un pacto con el diablo...


En Peracense 2010 me otorgaron el premio al más obsesivo al mejor jugador de rol al más metido en su papel: una bonita jarra de cerámica turolense. Un año que llevamos jugando al ratón y al gato esa jarra y yo, hasta que por fin me la han entregado este año.


Como todos sabemos, la recreación consiste básicamente en subir y bajar cuestas cargado como un burro. Pero lo de este castillo es que no tiene nombre.


No tengo yo muy claro que esto de la permanente sea un look que me favorezca.


A ver, que no me entero... Después de esta frase ¿era liarnos a espadazos, o darnos un beso con lengua?


Uhmmm... ¿Gangsta rap?


¡Ay, la virgen!


¡Ah! ¡Muerto soy, víctima de mi propia espada!


¡Joaquín, pásame otro botellín!


Mis señoras ¿qué son esos extraños aparatos que portan entre sus manos?