martes, noviembre 25, 2008

El yelmo altomedieval: desvelando mi alma mercenaria.

Ya sé que todos envidiáis mis conocimientos a la última, y la detallada información de la que hago gala en todas las novedades concernientes al armadureo. Son, sin duda, parte de las muchas virtudes que me adornan, junto con mi inconmensurable modestia y, por supuesto, el tremendo atractivo físico.

Pero para obtener ésta asombrosa sabiduría, sí, por qué no decirlo, cercana a la omnisciencia, hay que pagar un precio: un buen rato todos los días revisando páginas, foros y blogs en busca de las últimas noticias, datos y rumores.

Estando yo en una de éstas, hace ya un par de meses, me encontré con alguien que buscaba ayuda para, yo pensaba, hacer un ínfimo apaño en un spangenhelm. Y a mi se me ocurrió ofrecerme para materializar ese remoto sueño de cobrar un par de eurillos por pasar un rato estupendo dedicándome a mi afición por el armadureo. Fabricar unas anteojeras simples, dos o tres taladros, unos pocos remaches, y arreando.

Pero, oh sorpresa, resulta que Thorkell quería realizar una completa reconversión de un spangenhelm tirando a soso en un... en un...

¿Cómo demonios denomino yo a esto?

¿Tal vez yelmo vikingo? ¿Rus? ¿Tipo Vendel? ¿Yelmo crestado de anteojos?

Bueno, creo que lo podemos dejar en yelmo altomedieval, y todos en paz.


El caso es que el amigo se había hecho con unos apliques de bronce de los que comercializan por internet los de Raymond's Quiet Press. Una página que no conocía, pero que venden unas auténticas maravillas para reconvertir un simple yelmo en una complejísima obra de arte.

En concreto, estos apliques. Para poner en este yelmo.


Así que uno se encuentra con unas gordísimas planchas de lo que aparenta ser bronce colado, una cresta del mismo material, con pinta de ser insensible a nada más ligero que una apisonadora, y un yelmo de hierraco finísimo con docena y media de gordísimos e indestructibles remaches que se interponen en el camino de fijar esas planchas.

Mi primera reacción fue dinámica, arriesgada, decidida, agresiva: "Oye, tú te das cuenta de que casi te iría mejor comprarte un casco ya hecho que meterte en estos berenjenales ¿no? Que si me pongo con este invento, a lo mejor te destrozo tanto los apliques como el yelmo".

Y el tío nada. Que si "Axil, soy tu fan número uno", "Tengo confianza ciega en tu buen hacer", "Sé que lo vas a bordar, porque eres mi ídolo"... (De acuerdo, todo esto me lo acabo de inventar, pero es mi blog, y alimento mi ego como me da la gana ¿vale?)

El caso es que, con unas jarras de cerveza de por medio, me tiré un buen rato explicando a Thorkell las mil y un formas de cagarla a las que me enfrentaba, empezando por "no tengo ni la más remota idea de si esto lo voy a poder trabajar en frío, o si lo voy a a acabar partiendo, o incluso fundiendo por darle caña con un soplete sin saber lo que va a pasar". Aún así, el tío seguía convencido, y al final me llevé los trastos a la voz de "voy a hacer un par de pruebas, y, si eso, te devuelvo los pedazos, y tan amigos".


Puede parecer que lo primero era enterarme de cómo narices se podían trabajar placas de bronce de tres o cuatro milímetros de espesor para poder curvarlas.

Falso.

Lo primero era enterarme de si de verdad eso era bronce o qué, y, después, de cómo se trabajaba; fuera lo que fuese.

Así que me puse en contacto con los fabricantes de los apliques, que al día siguiente me habían respondido que sí, que era bronce; que se podía trabajar en frío sin problemas; y que tan solo me asegurara de protegerlo con un poco de cuero para que el martillo no lo marcara.

Aún así, yo no las tenía todas conmigo. Buscando por internet, un anticuario comentaba que una lámpara de bronce no se doblaba jamás, que se partía antes; y eso me tenía preocupado. Y además, hay una considerable indeterminación en cuanto a lo que es bronce y lo que es latón. Hasta le pregunté a Harald, pero tampoco tenía experiencia directa en el tema.

Así que me decidí por la opción prudente y conservadora: metí unos cuantos martillos bien gordos en la mochila, y me dirigí a meterle cuatro leches a los apliques, a ver qué pasaba.

Y, sobre una estaca de tubo, tardé apenas quince minutos en curvar las piezas de la anteojera para que se ajustaran a la curva del yelmo. Y no me hizo falta ni cuero: mazas de cabeza de nylon. ¿Qué digo mazas? La más ligera de las dos que tengo, y listo. Ni una sola marca en el bronce, y una curva perfecta, sin arrugas extrañas.

Y ahí, todo ufano, yo me dije: "Pan comido, una vez completada esta parte, el resto es sota - caballo - rey".

Pues más bien no.

Fijaos en el nasal que hay que eliminar. Y en el borde vuelto que rebajar para que ajuste la anteojera. Pero, sobre todo, sobre todo, fijaos en qué cantidad de remaches redondos bien gordos interponiéndose en el ajuste de la cresta.


¿Alguna vez habéis quitado un remache macizo, intentando mantener la integridad de las chapas que une? Los miembros de la OAN nos ayudaron a Arant y a mi a quitar DOS míseros remaches de un yelmo en Santes Creus, y pueden dar fe de que tardamos Un Buen Rato. Pues aquí era cosa de quitar alrededor de veinte remaches, veinte. Puede que el hierro del yelmo fuera mas bien fino, pero lo que es los remaches, puedo asegurar que eran de lo más sólido.

Así que un par de horas más tarde (la radial acelera mucho determinados procesos destructivos) había conseguido eliminar los remaches redondos que quería sustituir por remaches planos.

Y, ya que uno tiene la radial a mano, hasta se curra unos huecos para que las anteojeras tengan espacio. Un poco de rebaje de bordes afilados con la amoladora de banco, y queda algo parecido a lo de la foto.


Y aquí empieza lo divertido. Llegas, presentas las piezas del facial al casco, haces unos pocos taladros, fijas unos cuantos tornillos, y descubres tres cosas:

- Que el bronce es un tremendo destructor de brocas. Cuando en hierro tienes que hacer presión para que la broca empiece a morder, en bronce consigues que muerda tanto que se engancha y se parte.

- Que la parte interior de la anteojera, con el mosaico de varias piezas encajadas entre sí, presenta un aspecto Meccano que no puede con él.

- Que, a pesar de los buenos acabados generales del kit de bronce, las piezas de las anteojeras no tienen suficiente zona de solape entre sí para remacharlas con seguridad en la zona más externa. Vamos en... ¿cómo llamarlo?... ¿el rabillo del anteojo?

Con la primera lección habrá que aprender a vivir. Las otras dos llevan a una decisión: fabricar una anteojera de hierro que haga de base. Dicho y hecho.

Empiezas sacando un patrón en cartulina del interior del facial de bronce (montado). Ojo: dejando márgenes de sobra para los puntos en los que irá remachado al yelmo. Y a cortarlo en chapa. La idea es que vaya fijado por el interior del perímetro del yelmo, por dos motivos: así no hace que el bronce quede separado del yelmo, que haría feo; y además da un poco más de angulo de apoyo para evitar que se deforme hacia dentro si se lleva un golpe.


Uhmmm... no sé si se parece al símbolo del euro, o a una hoz y un martillo. Qué dualidad tan extrema.

Y lo normal en estos casos: se curva, se ajusta, se corta y lima lo que sobra, se taladra en los puntos en los que se fijará, se sujeta con tornillos, y se le mete de martillazos hasta enseñarle quién manda, y que tiene que ajustarse bien al bronce.


¿Alguna vez te has puesto un yelmo metálico que te tape hasta por debajo de la nariz? ¿Has visto lo que pasa con el vapor de agua de tu respiración cuando toca el hierro frío? Pues sí, casi que va a ser mejor darle un par de capitas de pintura antióxido a la pieza.

¡Y a montarlo! A estas alturas no voy a tener que explicar cómo se fabrican remaches planos a partir de vulgares clavos ¿verdad? El caso es que tienes que preparar un buen puñado.


Remachar otra vez toda la tira longitudinal del yelmo no tiene ningún misterio, se corta el remache a la longitud adecuada, se apoya la cabeza en tu yunque favorito y a golpear (Hablamos siempre de la cabeza del remache, no de la tuya. No te confundas, es importante) Uhmmm... creo que aquí es donde la hebilla de la correa que sujeta el casco a la barbilla se interpuso en el camino del martillo. Eso explica por qué está un pelín abollada, Thorkell.

Remachar el bronce es más complicado. Si lo apoyas en un yunque sólido, al martillear el remache aplastarás el bronce contra el hierro... y ganará el hierro. Te cargarás todo el relieve que tenga el bronce en esa zona.

Hay que utilizar algo más blando, como un bloque de plomo, o, en mi caso, de madera de encina.

El problema es que remachar en un material blando es muchísimo más difícil que hacerlo sobre hierro. El remache tiende a incrustarse, y no sólo tardas mucho más en remacharlo, sino que es muy fácil que el remache quede flojo, o incluso que tienda a doblarse, en lugar de aplastarse obedientemente.

Pero todo es perseverar. ¡Ah! Y quitar y volver a poner los remaches que vayan quedando mal.


La cresta, a pesar de ir sujeta por tan solo cuatro remaches, también tiene su complicación. Al tener un perfil en ángulo, presenta muchísima resistencia a doblarse, y ajustarla mínimamente a la forma del casco requiere, ahora que Thorkell no nos oye, meterle unos mazazos realmente fuertes, además de efectuar unos cuantos rebajes a base de amoladora para que todo medio encaje.


Así que ya sólo me queda presentar la

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Factura Detallada

Thorkell y yo acordamos un precio por hora (que no voy a decir) y en horas la cosa quedó como sigue:

- Forma inicial del facial: 15 minutos.
- Quitar remaches y preparar rebajes del ocular: 2 horas.
- Presentar cresta y facial (ajuste básico, taladrar y fijar con tornillos): 4 horas y 20 minutos. No, no es un error. Es un proceso lento y delicado.
- Diseñar y cortar anteojo básico de hierro: 40 minutos.
- Preparar remaches planos: 40 minutos. No, tampoco es un error. Hay que eliminar el dibujo de la cabeza con la amoladora, para después lijarlo y satinarlo; y, además, limar los nervios de la parte inferior de la cabeza de los clavos. Y son muchos clavos.
- Presentar refuerzo, marcar, desmontar, y limar el sobrante: 1 hora y 15 minutos.
- Remachar yelmo y anteojera: 1 hora y 30 minutos.
- Nueva presentación, ajuste, desmontaje, rebajado y última presentación de la cresta sobre la anteojera: 2 horas y 20 minutos. Sí, me costó lo mío.
- Remachado de la cresta: 30 minutos.

TOTAL: 15 horas y 30 minutos
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¿Qué exageración, verdad? A mi también me lo pareció, pero es lo que tardé. Claro, que a eso hay que quitarle el

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Tiempo perdido por torpe

- Desmontar todo el invento, y volver a montarlo, esta vez bien: 1 hora.
- Quitar los remaches que has puesto extremadamente mal, y volver a colocarlos: 2 horas. Sí, lo sé, pero es mucho más delicado sacarlos del bronce colado que no quieres dañar en absoluto, que hacerlo del hierro que va a estar escondido por los apliques.
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Total, que al final cobré lo que me pareció correcto, sin apenas relación con el tiempo que tardé.

Y el resultado, la verdad es que es bastante mono.


Si alguien está interesado en este tipo de apliques, yo le recomendaría que primero se hiciera con ellos, y luego fabricara un yelmo con la expresa intención de utilizar los apliques; así podrían eliminarse bastante bien las holguras (que las hay, y bien hermosas) entre bronce y hierro; y podría quedar de un estilo más homogéneo (los refuerzos del spangenhelm y los apliques, aunque no quedan tan mal, no terminan de encajar del todo en el mismo marco temporal)

Thorkell: Si lees esto, que creo que lo leerás; y ya a toro pasado, te agradecería tu opinión sincera y sin paños calientes sobre todo el asunto. Tus expectativas, tu opinión sobre el proceso, sobre el resultado, los fallos que encuentras, lo adecuado o no que te parece el precio, comentarios varios...

...y, jugándomela a que Thorkell me ponga a escurrir, sólo me queda ofrecerme a chapucillas de éstas a quien esté interesado; que a uno no le vienen mal unos ingresillos extras; y si encima te diviertes para ganarlos, miel sobre hojuelas.

domingo, noviembre 16, 2008

Cuchillería: una vaina con prisas.

Pues sí, efectivamente. Tal como te temías, otra entrada sobre trabajo en cuero.

Todo empezó con la adquisición del instrumento cortante definitivo. Llegó muy poco antes de nuestra salida para Santes Creus, donde pretendíamos no llevar menaje moderno: las piezas encajaban como en un puzzle perfecto.

(Vaya, un puzzle bastante raro, ahora que lo pienso)

Esto planteaba un problema de difícil solución. ¿Como exactamente iba a llevar el cuchillo? Porque claro, podía llevarlo en una bolsa de plástico, o tal vez envuelto en papel de plata, o en un trapo. Y, como el cuchillo casi no estaba afilado, atravesaría todo esto sin problemas. Y toda la ropa que viajara en la misma maleta. Y la maleta. Y hasta el fondo del maletero de la furgoneta, posiblemente.

Había que tomar medidas drásticas. Y había que hacerlo rápido. No cabía duda: I was in a mission from Glod.

Tenía que hacerle una vaina al cuchillo, y no había tiempo para florituras. Como decimos en mi gremio (y en otro gremio que tiene en común con el mío más de lo que nos gustaría reconocer en ambos) era el momento de hacer algo quick and dirty.

A pesar de haber visto algunas obras de arte en este foro especializado (¡Hola, Messer!), tuve que restringirme a algo sencillo y a prueba de meteduras de pata. La vaina más básica, y sin tener siquiera en cuenta criterios de historicidad.

Así que empezaremos por dibujar y cortar en papel la silueta del cuchillo. Ojo, no te vayas a cortar.


Empiezas cortando en el cuero todo el perfil de la hoja, dejando alrededor de un centímetro de más por todo el perímetro para que haya espacio para coserlo más tarde. En el mismo cuero, cortas otra pieza simétrica, sólo que incluyendo una tira rectangular de más o menos dos veces la longitud del mango.


Vale, la chapucilla rápida podría acabar aquí, con un poco de aguja e hilo. Pero tampoco hay que pasarse. Vamos a colocar un par de separadores de cuero entre estas piezas, para que la vaina no se hinche como un globo, y para que el cuchillo no corte la costura por completo la segunda vez que lo metas en la vaina. Ojo, no te vayas a cortar.

El cuchillo en cuestión tiene el lomo muchísimo más ancho que el filo, así que tuve que usar dos piezas de cuero de muy diferentes grosores. En la foto de más abajo puede verse cómo deben encajar; además de un cuchillo envuelto en plástico para protegerlo del cuero humedo, de la cola de contacto, y de todas esas cosas que podían llegar a estropearlo mientras lo usaba como molde para el cuero.

Ni que decir tiene que el filo del cuchillo volatilizó ese plástico a la segunda vez que lo levanté del suelo. Ojo, no te vayas a cortar.


A estas alturas, uno ya ha aprendido cómo utilizar la cola de contacto: se extiende por las dos superficies a pegar, se deja secar diez o quince minutos, se unen las superficies, y se ejerce presión.


Pero el pegamento no es más que una parte de la fijación de las piezas de la vaina. Ya sabes: dos agujas rectas, hilo encerado, una lezna; y a coser a través de las piezas de unión.


Efectivamente: los bordes de las diferentes piezas de cuero no coinciden bien ni de casualidad. Se impone un ratito de lijadora para igualarlas. Pero no te apresures, antes puedes doblar la pieza del mango hacia dentro y coserla, de forma que puedas pasar por ella un cinturón; y así también lijas e igualas esa parte.


Va pareciendo una vaina ¿verdad? Aquí es donde humedeces bien el cuero y lo dejas secar con el cuchillo dentro (bien envuelto en plástico) para que pille la forma correcta. Ojo, no te vayas a cortar.

No sé por qué seguimos haciendo lo del plástico, si al final siempre acaba oxidándose la hoja en cuestión, y hay que darle una pasadita estropajo y WD40 después. Ojo, no te vayas a cortar.

De nuevo, podríamos dejarlo aquí, pero, ya que estamos, podemos dedicar unos minutejos a un repujado básico, ¿no? Y oye, ya que nos queda un bote casi entero de tinte rojo, ¿quién puede resistirse a darle un par de (capas de) pinceladas decorativas?


Queda un poco soso ¿verdad? Le falta algo. Tenemos cuero, no sabemos qué hacerle ahora... va a ser... sí, lo de siempre: el ingrediente secreto que todo el mundo conoce: betún de judea. No te olvides de aplicarlo bien por los cantos del cuero, es lo que marca la diferencia.


Ya sólo falta algún mecanismo que evite que el cuchillo se salga solo de la vaina. No nos complicaremos la vida: una correa de cuero, un sacabocados, un par de nudos, y listo.


¡Habemus vaina! Algo sencillo, apenas dos o tres horas de trabajo, tiempos de secado aparte. Y un resultado más indio americano que caballero europeo, pero que al menos impide que te cortes accidentalmente con el cuchillo.


Bueno, te impide que te cortes cuando el cuchillo está dentro. Pero, mientras estás fabricando la vaina, es normal que metas y saques el cuchillo de la funda varias veces, estando más concentrado en el cuero que en lo que estás haciendo con el cuchillo.

Y eso es malo. Sobre todo, si dejas el dedo puesto donde no debes, mientras sacas el cuchillo de la vaina.


Limpio. Relativamente profundo. No muy doloroso, pero sangrante a rabiar. Así que ya sabes: ojo, no te vayas a cortar.

viernes, noviembre 07, 2008

Zapatos vueltos: a la tercera (o así) debería ir la vencida (bueno, o al menos la empatada)

Al pasado evento de Santes Creus se apuntó nuestro amigo Conde, cuyo atavío medieval se compondría de piezas de mi colección, y del cada vez más completo equipo de Arant.

Pero nos faltaba algo importante: unos zapatos adecuados.

Dicho y hecho, me puse manos a la obra. Tras lo extremadamente torcido de mi anterior aproximación al mundo del calzado, decidí probar nuevas técnicas. ¡Oh, caminos heréticos, destinados al fracaso, al frío y al rechinar de dientes!


Herejía 1: la suela atravesada.

Mi primer desvarío comenzó con una idea bastante cuerda: utilizar herramientas adecuadas para cortar el cuero de suela. Y tonterías las justas.

Partiendo de la silueta de la suela de unas botas compradas a Fernando, nada de cuchillos, tijeras o tranchetes. Sierra de calar, y todo listo en un par de minutos.

Como aún tenía recientes bastantes leznazos en los dedos, quise emplear un método que no requiriera el cosido a media carne. Así que preparé otra suela de cuero que coser de parte a parte, y luego pegar a la suela más gruesa. ¡Ah, y ya de paso, unas plantillas de cuero más blandito!


Para terminar de igualar las piezas, seguimos con los métodos drásticos...


...que al final acaban con unas piezas bastante bien igualadas.


Hasta aquí, todo iba bien. Para empezar, se taladran las suelas interiores (si a alguien le interesa, este cuero es el resto de un remoto y fallido intento de hacer unos brazales de cuero endurecido. Y es que, en El Blindado Personal, raramente tiramos nada)


Lo siguiente, preparar una punteras de cuero blandito que coser a estas suelas, esta vez con la idea de hacerlo directamente al derecho. Utilicé el mismo mecanismo para patronearlas que conté con el calzado de G.


Cuando ves el resultado, no puedes menos que sentirte satisfecho. Aunque hay que reconocer que hay una palabra que no puedes evitar que acuda a tu mente: babuchas.


¿Habéis visto que cacharros tan majos he encontrado para dar forma a las punteras? No hay forma de encontrar hormas decentes en Madrid, pero esto puede servir para unas prisas.

PERO, aunque no haya fotos desde los ángulos correctos, los designios del destino no eran favorables a esta intentona. Por un lado, la puntera resultaba un pelín demasiado estrecha para meter bien el pie; y, por otro, como efecto secundario de esto mismo, quedaba demasiado tirante y doblaba la puntera hacia arriba. Entre esa forma, y cómo sobresalía el cuero de la pieza superior, era prácticamente imposible pegar el cuero de suela y que se mantuviera allí.

Para qué negar la evidencia, pensó este pobre pecador: mis esfuerzos están destinados al castigo del infierno; abandonemos ya la senda del error, antes de que haya más de lo que arrepentirnos. Así que la babucha fue a parar a la pila de los cacharros a medio hacer; y, en la plenitud de los tiempos, fue empleada para ilustrar las propiedades de los filos del cuchillo de Flagelum Dei.


Herejía 2: Volvamos al esquema Frankenstein

Vale, habrá que intentarlo otra vez con el calzado vuelto y los costurones. De la anterior experiencia, me quedó claro que un gran problema era la falta de cuero en la puntera, así que, para evitar ese problema, decidí intentar un diseño novedoso. No documentado. Hay que ser idiota, si no se usó nunca que supiéramos ¿será porque se han perdido todas las posibles muestras, o simplemente porque no funcionaba? Creo que la navaja de Ockham se inclina por la segunda respuesta.

Uno empieza montando el zapato con tela, hasta cortar un patrón adecuado.


Ya, ya lo sé, eso no se parece a un zapato. Y si ves todas las piezas cortadas en cuero, ya ni te cuento.


Pues sí. Otra vez a taladrar a media carne. Con un poco de práctica y de cuidado, uno se siente como un adicto a la heroína en proceso de desintoxicación: cada vez te pinchas menos, y todo parece ir mejor.


Sí, sí. Contemplad el principio del fin. Ese exótico patrón lleva a un zapato cerrado de una pieza, excepto por un triángulo en un lateral de la puntera; zona que esperaba que diera bastante juego como para corregir cualquier fallo en el patrón.

La pieza triangular en cuestión se cose a la suela...


...y, resumiendo, el invento de moja, se le da la vuelta, se corta lo que sobra de la pieza triangular, y se cose. Y oye, como que no quedan tan mal.


Hasta que uno se las prueba, y se da cuenta de que no ha calculado bien el corte de una de las botas. Que se ha quedado escaso, y que al ponerse las botas uno se siente como si se hubiera puesto dos botas del pie izquierdo.

En fin, qué os voy a contar: más frío, más rechinar de dientes, más penitenciagite, etc, etc. A la pila de los trastos.

Y ya apenas queda tiempo, no tengo bastante cuero fino para completar otros zapatos, ni apenas cuero de suela, y hay que hacer algo, pero ya. ¡Que salimos para Santes Creus en semana y poco!


Y volvemos al redil de la doctrina más pura

Bueno, si los experimentos innovadores han fracasado, tal vez sea el momento de recuperar la rectitud del dogma más conservador. Total, si ahora la vuelvo a cagar no me queda medio bien, maese Conde va a tener que acabar llevando un calzado ligeramente anacrónico.

Muy bien, completemos una nueva iteración en nuestra metodología de refinamiento progresivo. (En mi gremio, esa es la forma fina de decir "vamos a intentar no cometer el mismo error otra vez ¿vale?")

Arránquese la puntera de las babuchas, y úsese como base para un nuevo patrón de puntera, mucho más ancha (para que quepa bien la punta del pie) y mucho más corta (para que no quede torcida y sea medio manejable)



Para chulo, chulo, mi pirulo From lost to the river: ya que sólo nos queda un gordísimo y durísimo cuero para hacer los zapatos, bien podemos terminar de jugárnosla y coser también a media carne la puntera con el resto del zapato. Y oye, ¡cuánto más fácil es taladrar así la vaqueta que el cuero de suela, aunque sea mucho más fina!


Primer misterio: háganse las suelas ¿He dicho ya que me tocó preparar un nuevo par de suelas, taladradas a media carne? Pues sí, y a esas suelas habrá que coser estas punteras. Ya sabéis, todo del revés. Amén.


Segundo misterio: midiendo el resto.

Vale, no es un misterio tan misterioso, ¿no?

Tercer misterio: el patrón arcano

Algo realmente inescrutable: un rectángulo. Córtese un poco más largo de lo que has medido, no vaya a ser que te quedes escaso. Que para cortar un poco más, siempre hay tiempo.

Cuarto misterio: cosiendo la pieza trasera a la suela.


Quinto misterio: uniéndola a la puntera. Cortas lo que sobra del rectángulo, y lo taladras a media carne (esto no es tan fácil, con la pieza ya montada) No es mala idea dar unas cuantas puntadas de refuerzo en el centro y en los laterales, no vaya a ser que reviente la costura al darle la vuelta al zapato.


Sexto misterio: cortar lo que sobra del rectángulo de atrás, para que quede un corte recto en el empeine.


Y ahora viene lo divertido. Séptimo misterio. Porque el siete es un número mágico: siete son los sellos del apocalipsis, siete los reyes de Roma, ciudad fundada sobre siete colinas; siete los días de la semana, y siete los colores del arco iris.

Y siete veces maldecirás en voz alta cuando tengas que dar la vuelta al calzado.

Puedes empezar por dejarlo a remojo. Mucho. No, no, eso no es bastante: mucho más.

Luego, le das la vuelta.

Yo necesité de la ayuda de G.

Y un palo de escoba.

Y dos martillos.

Y toda mi (considerable) capacidad para la blasfemia.

Y le das la vuelta al zapato, como buenamente puedas. Nadie ha dicho que sea algo elegante. Ese goterón del suelo no es del agua de empapar el cuero. Es del sudor, que me chorreaba después de dar la vuelta a media bota.


Sobre todo, la puntera es bastante chunga de sacar.


Si tienes suerte, y nada se rompe, obtienes algo parecido a esto, y lo llamas éxito.


Y te quedas tan orgulloso de tu trabajo y de lo macho que eres. Claro, hasta que te pasas por la página del clan del cuervo, y entre Edu (que es un fantabuloso zapatero) y Paco (que parece que no le va a la zaga) te dejan en ridículo. Y no sólo eso, Paco te cuelga un vídeo en el que queda claro que, o el tío es el increible Hulk, o alguien te ha vendido madera en lugar de cuero de suela. Mirad y aprended. (se atasca justo al principio, dadle un pelín más alante, y listo)



Puero jurar que a mi me costó bastante más. El caso es que, una vez dados la vuelta, hay que dejarlos secar, preferiblemente con algo que les dé forma.


Una vez bien secos (fósiles y rígidos como si los hubiera moldeado en chapa de hierro, palabra) les pegas la plantilla para que las costuras no se claven. Bueno, o al menos, para que cuando se claven no lleguen al hueso. Colocas bien colocada la plantilla, levantas un pelín el talón, y a pegar con cola de contacto. Ya sabes, la aplicas sobre ambas superficies, y la dejas secar diez o quince minutos antes de unirlas y hacer presión.


Repites la jugada por el medio, y después por la puntera de la plantilla...


¡Y habemus zapatos!

Después de todo lo que le has hecho al cuero, estos zapatos son contundentes como bolas de cañón, y el cuero es tan flexible como una viga de roble. Échales grasa de caballo hasta aburrirte. Y, cuando te aburras, échales dos o tres capas más.


Yyyyyyyy... ¡Sí! ¡Aquí, a la izquierda, calzado con estas sólidas, rígidas e incómodas botas, maese Conde, el abanderado, secundado por Coalheart, servidor, y Arant!


¿Y qué más puedo decir, que no diga la última imagen?