martes, diciembre 16, 2008

Los guanteletes (4): Un caso para Flanaghan

Mi nombre es John Flanaghan, y soy detective privado.

El trabajo flojeaba, y aquella tarde yo estaba en mi oficina leyendo tranquilamente el periódico, cuando ella entró.

Era una de esas rubias platino despampanantes, todo curvas vertiginosas, y unas piernas larguísimas que le llegaban hasta el suelo. Una de esas mujeres que sólo puedes ver colgadas del brazo de algún tipo muy rico, y muy metido en negocios muy sucios.

-¿Es usted John Flanaghan?- preguntó con un tono tan gélido que hasta me enfrió el whisky&soda.

-Eso pone en mi puerta, muñeca- respondí llevándome dos dedos al ala del sombrero.

-Tengo un trabajito para usted, señor Flanaghan-. Pronunció el "señor Flanaghan" como si yo fuera algo que hubiera encontrado pegado en la suela de su zapato.

-Estupendo, nena- dije mientras bajaba perezosamente los pies de la mesa. -Tu dirás, encanto.

-¿Ha oído hablar de los gemelos Stronghand?

-¿Los gemelos Stronghand? Ni idea guapa. ¿Tienes una foto, o algo así?

-Han desaparecido, y necesito encontrarlos. Lo último que se sabe de ellos lo encontrará aquí- respondió mientras dejaba caer un sobre marrón sobre mi mesa-. Hay un buen fajo de billetes en esto, Flanaghan, no le interesa defraudarme. ¡Ah! Y no se moleste en buscarme; yo me pondré en contacto con usted.

No pude dejar de admirar sus ondulantes caderas mientras salía de mi despacho. Estaba claro que había algo turbio en todo este asunto, pero entre esas caderas, y que me hacía falta la pasta, bien merecía la pena enterarse de qué iba este embrollo.

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La oscuridad del callejón huyó durante un instante mientras me encendía un cigarrillo. Llevaba un buen rato vigilando desde allí la puerta de aquel tugurio; y por fin mi paciencia se vio recompensada. Jack Arant salía en ese momento, y enfilaba la calle desierta. Y mis contactos me habían soplado que Jack Arant sabía algo de lo que había ocurrido con los Stronghand.

El tipo apenas opuso resistencia cuando le arrastré dentro de un portal. Y con tan solo encañonarle entre los ojos, decidió que su mejor opción era cantar todo lo que sabía.

- Bien, Jack, creo que sabes lo que busco. ¿Qué pasó con los Stronghand?

- No sé de qué me habl...

¡PLAS! -resonó la culata de mi automática contra su cara.

- ¡Axil! ¡Se los llevó 'Nudillos' Axil!

- ¿Nudillos Axil?- pregunté -. ¿Y ése quién es? ¿Algún matón que alquila sus puños?

- No, le llaman 'nudillos' por lo que hace con los nudillos de otros. Precisamente, sé que estuvo trabajándose los nudillos de los Stronghand.

Yo ya no sabía con qué tipo de maníacos estaba tratando. Pero cada vez estaba más convencido de que tenía que llegar al fondo del asunto.

- Jack, hace meses que nadie sabe nada de los Stronghand. Si sabes lo que te conviene, me dirás dónde están. O si no...

- ¡Sí, sí! ¡'Nudillos' los tiene hace tiempo escondidos en el fondo de un almacén, cogiendo polvo!

- Muy bien, Jack. ¿Qué les ha hecho?

- ¡No lo sé, lo juro! La última vez que les vi, yo mismo colaboré en retorcerles las falanges. Pero sé que 'Nudillos' no se conformaría con eso. Seguro que está preparando alguna de sus "herramientas" especiales; ¡pero yo no lo he visto!

La cosa ya me estaba empezando a dar escalofríos; pero tenía que seguir hasta el final. Conseguí arrancar a aquel tipo la dirección del almacén donde 'Nudillos' tenía a los hermanos Stronghand, y apenas unas horas más tarde había conseguido colarme allí dentro. Como cabía esperar, era un sitio oscuro y sórdido, pero al menos me permitía esconderme y ver lo que hacía aquel individuo.

Y aún me cuesta dormir por las noches cuando recuerdo lo que vi. Primero, un trozo de madera, unas gubias...

Luego, alcohol, fuego, y un martillo con el que aplastar el hueco hecho con las gubias. Terrible.


Cuando terminó con todo esto, aquel tipo cogió un martillo y... aún recuerdo el terrible sonido de sus golpes sobre los nudillos de los hermanos stronghand.


Y así una y otra vez, una y otra vez...


Y aún después de aquello, aquel animal no parecía satisfecho con sus torturas. Cogió una barra de hierro, una amoladora, varios accesorios para lijar; y preparó una herramienta de aspecto terrible y ominoso.


Mitad estaca, mitad botador, aquel monstruo la utilizó para seguir aplastando los nudillos de los Stronghand.


Ya había visto suficiente. Era hora de intervenir y acabar con todo aquello. Ya estaba echando mano de la pistola para salir de mi escondite, cuando noté una repentina presión en mi columna vertebral.

- Gracias por guiarme hasta aquí, señor Flanaghan -murmuró en mi oreja la rubia platino -. Tengo una '45 apoyada en sus lumbares, así que le recomiendo que se esté callado y que no intente nada raro.

- Te empezaba a echar de menos, encanto- respondí con mi habitual aplomo - ¿Para qué querías llegar a este sitio?

- Sólo para poder ver esto, señor Flanaghan, sólo para poder ver esto. Fíjese en cómo aplasta las puntas de los dedos de los Stronghand hasta dejarlas como cucharillas. Y ahora... diga "adiós", señor Flanaghan.

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Me desperté con un terrible dolor de cabeza, y la cara chorreando agua fría. El dolor de cabeza se debía, casi seguro, al culatazo que me había arreado aquella muñequita para dejarme inconsciente. Lo del agua fría me tuvo confuso un instante, hasta que me di cuenta del flexo que apuntaba a mis ojos, del tipo que estaba detrás de aquella luz, y del segundo vaso de agua que me arrojó a la cara.

- Muy bien, Flanaghan; parece que ya te has despertado.

- ¿Y tú quién rayos eres, amigo? - respondí mientras trataba de despejarme.

- No me provoques, y dime lo que sabes de los hermanos Stronghand.

- ¿Los hermanos Stronqué? No sé de qué me habla, jefe.

¡PLAS!

El puñetazo en la oreja me reveló que tenía a otro tipo detrás de mí, y que no se pensaban andar con bromas.

- ¡Confiesa, Flanaghan!

Estaba claro que aquellos tipos eran polis, y que no me iba a ser fácil irme de rositas de todo aquello. A estas alturas, la nena ya se habría esfumado; y sin duda yo no iba a ver un solo billete, así que ya no tenía nada que perder.

- De acuerdo, jefe, se lo contaré todo. Yo lo vi, si el fiscal lo desea, puedo testificar contra ese monstruo. ¡Si viera lo que le hizo a los dedos de aquellos pobres tipos...!


Tras un par de horas, la poli se convenció de que yo no sabía nada más, y me dejó volver a mi apartamento. Yo no les había contado nada de cómo 'Nudillos" había utilizado una lijadora de bandas con las falanges de los Stronghand hasta reducirlas a un tamaño ridículo, ni de cómo había clasificado cuidadosamente los pedazos en función de su tamaño, montando un macabro expositor. Esa información me la guardaba para mí; porque, una vez que acepto un caso, nada ni nadie puede evitar que lo resuelva.

Y, además, aquella muñeca traicionera me las iba a pagar. Como me llamo Flanaghan.

jueves, diciembre 11, 2008

Curso interactivo de malleo avanzado: ¡Pregúntale a Julio!

Después de comprobar que me dedicaba básicamente a transmitir lo que me iban diciendo, se me ha ocurrido suicidar al intermediario y aprovechar para que otros se trabajen mi blog por mi todos os podáis beneficiar de la experiencia del maestro Julio del Junco.

Don Julio no necesita presentación, pero sólo por si alguien llega aquí por primera vez: básicamente, es el principal responsable de divulgar la fabricación de malla en castellano; además de fabricar una malla artesanal que hace quedar la malla remachada comercial como si fuera algo que estaba creciendo en ese trozo de queso que olvidaste en la cocina antes de irte seis meses de viaje.

Como este hombre es un encanto, y yo soy un puñetero enredante, don Julio ha accedido a responder directamente a las preguntas que le planteemos aquí, así que ¡El Blindado Personal se complace en presentarles a nuestra estrella invitada de hoy, el conocido artesano mallero Julio del Junco!

(Aplausos y ovaciones, por favor)

Para abrir boca, vamos a presentar algunos trabajos de don Julio, vistos de cerca. Como este ejemplo de remachada alternada con anillas sólidas en hierro, donde se puede apreciar la precisión de los picos de las anillas, la limpieza del remachado, y que apenas hay diferencia entre las anillas cerradas y las remachadas.

¿Cómo que no ves la diferencia con lo que hace todo el mundo? Espera, que comparemos. Amplía la foto de abajo, amplía...


La cosa infame que está abajo del todo es malla enfrentada de galvanizado, diámetro interno de 9mm. De esto está hecha mi cota.

Siguiendo a la izquierda, malla de enfrentada de acero con diámetro interno de 6mm. De esto son mis guantes. No está mal, pero los anillos se abrirían con cierta facilidad y pesa una barbaridad.

Arriba, mi protoalmófar de ferralla remachada, diámetro interno 8mm. Empezamos a hablar, pero tenemos anillas irregulares, malamente aplastadas y remachadas, picos que sobresalen...

Y, siguiendo a la derecha, dos ejemplos de malla de Julio, ambas con anillos remachados y sólidos alternos, y 7mm de diámetro interno. La que está más arriba es de hierro (y un anillo de bronce o latón) y anillos sólo ligeramente aplanados. La otra, de anillos planos y hierro pavonado.

¡Y ambas tienen la zona de solape a dos aguas!


¿Qué significa eso? Que el anillo no está uniformemente aplastado, sino que en el solape, uno de los lados presenta un engrose con forma de tejado, tipo la malla del ¿siglo XV?

Gran parte del truco puede estar en los troqueles de los que nos hablaba don Julio en los comentarios de la anterior entrada.

Estos troqueles, empleados para hacer las anillas cerradas, y que entiendo que se pueden intercambiar para colocar el aplastador de anillas, cuya foto solicito desde aquí:



Y, para romper el hielo, empezaré yo mismo con las preguntas (que no quita para que, cuando le pille por banda, le someta a un tercer grado durante horas)

1.- ¿Cómo corta exactamente las anillas para hacer remachada? ¿Con alguna herramienta especial? ¿Algún truco para que las "cabezas de serpiente" queden siempre tan regulares, o es sólo cuestión de práctica?

2.- El aplastado a dos aguas de anillas ovaladas ¿qué herramientas especiales emplea? En una de las dos muestras que tengo, me parece que hay un truquito: aplastar y taladrar la anilla, y luego invertir el sentido del solape ¿puede ser, puede ser?

3.- Aún no he tenido ocasión de ver en directo una pieza completa made in del Junco, y supongo que ni hay muchas en circulación, ni los dueños tienen ganas de estropearlas a la intemperie. ¿Cómo cuántas piezas tiene por ahí sueltas, y por dónde andan?

Tengo varios miles de preguntas más, pero casi que no acapararé.

¡Señores, aprovechen esta ocasión única! ¡En exclusiva, y por tiempo límitado (hasta que a él le dé la gana, para ser exactos) lancen sus preguntas al ínclito, al inconmensurable maestro Julio del Junco!

¡No se corten, porque como al final no pregunte casi nadie, voy a hacer el más espantoso de los ridículos!

(Es posible que esta entrada vaya siendo editada posteriormente si hay que colgar alguna ilustración adicional o similares)

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EDITANDO:

Si es que no sé cómo no lo vi venir. Ha sido decir que se daba por cerrado el asunto, y todo el mundo a comentar y mandar correos como locos.

Antes de nada, la imagen de las arandelas pasadas por el troquel de don Julio; donde se pueden apreciar los "antes" y los "después"



Abundando en lo indicado por Julio en un comentario, y tantas veces repetido en este blog: mucho cuidado con el alambre galvanizado. No debe ser tratado térmica ni químicamente, ya que desprende vapores muy tóxicos. Y no hablamos de"¡qué mareo más tonto!", sino más bien de "Lástima, este chico, con lo joven que era". Nada de poner al rojo alambre galvanizado. Ni de tratarlo con aguafuerte. Si te quieres librar de un galvanizado, lo metes en un saco con arena y le das vueltas en una hormigonera, todo lo demás: NO.

Sí, yo también me pregunto de dónde saca el maestro Julio esas industrias. Mis intentos de conseguir torneros que me hagan piezas en acero suelen acabar en un insalvable muro económico; no tengo ni idea de dónde conseguir que me pavonen comercialmente un cacho de malla... Los senderos de la geografía industrial son inexcrutables.

sábado, diciembre 06, 2008

La malla remachada (5): Refinamiento progresivo hacia la industrialización del proceso

Como ya sabrán los lectores habituales, gracias a la ayuda que me brindó el maestro Julio, he sido capaz de preparar un par de herramientas para hacer malla remachada, y hasta he podido remachar con cierto éxito algunas anillas. Lo suficiente como para fabricar algún retalito cutre y chiquitajo.


Claro, el problema está en que una cosa es saber cómo hacer algo; y otra muy distinta saber cómo hacerlo bien. Porque mi efectividad en el proceso resultaba... limitada.


Alrededor de un 70% de anillas estropeadas en el proceso, y montones de problemas en todas las fases del mismo. Malamente vamos, oiga. Así que veamos qué podemos hacer, fase por fase.


Cortando las anillas.

Aquí no hay mucho más que rascar. Tan solo lo que ya hemos explicado antes: que hay que cortar en ángulo para que la anilla quede realmente bien, una tarea sencilla para mi knipex nueva.

¿Que por qué me he comprado otra knipex? Porque la anterior ha sufrido un problema religioso.

Sí, religioso: un caso claro de exceso de fe. Yo tenía fe en que sería capaz de cortar cualquier cosa; pero las brocas para metal destinadas a punzones para malla fueron demasiado, hasta para la knipex.


Primer aplastado las anillas.

El primer aplastado de anillas, que al fin y al cabo no es más que alisarlas un poco para que no resbalen al machacarlas después, no requiere normalizarlas antes. Un paso que te ahorras. Eso sí, hay un punto de mejora importante. Porque...


¿Qué hacer cuando gripa un cilindro?

No, no se ha cambiado la página sola a un blog sobre mecánica. El acuñador, a base de llevarse martillazos, se va ensanchando, hasta que finalmente el pistón se atasca en el cilindro. Lo que se llama griparse un cilindro, vamos.

Puedes aplicar medidas paliativas, pero, a la larga, te hace falta un pistón con una superficie de martilleo mucho mayor. Así que te haces con un buje nuevo, pillas la radial...


Un ratito con una lijadora, preferiblemente de bandas, también contribuirá a una superficie de trabajo perfectamente lisa y sin baches. Y esto es importante, porque si no, tiendes a apoyarla torcida sobre el yunque, y en lugar de aplanar las anillas las disparas, aplastándolas por un solo lado y echándolas a perder.


Este tipo de pistón aguantará mucho más; pero aún así puede acabar por gripar. Momento en que tendrás que ponerle segmentos hacerle una camisa darle una suave pulida al exterior del pistón para que vuelva a deslizar correctamente.


Cerrar las anillas.

Es más fácil, y la anilla queda mejor, si en lugar de hacer el bruto se aprieta la anilla no directamente en mitad de la zona de solape, sino primero en uno de los lados del solape, y luego en el otro.

Para poder cerrar la anilla al tamaño exacto, yo utilizo el sofisticado algoritmo del "má o meno ansín". Pero los artesanos serios utilizan una herramienta específicamente preparada (esta foto me la envió, para variar, el maestro del Junco)


Una vez cerradas, si ves que algún pico del corte del alambre sobresale, sea hacia dentro o hacia fuera... malo, esa anilla se va a estropear al aplastarla. Pero que no cunda el pánico: aún puedes corregir la punta rebelde con los alicates y un poco de cuidado.


Aplastado final de las anillas.

Los consejos de antes sobre el acuñador siguen siendo válidos aquí. PERO, ahora sí que tienes que normalizar las anillas antes, para que queden bien aplastaditas y con una zona de solape lo más amplia posible.



Taladrado de las anillas.

Aunque, eso sí, hay que volver a normalizar antes de taladrar, lo cierto es que esta fase aún no la tengo muy perfeccionada, más que nada porque mis problemas derivan de que el punzón está un poco torcido en relación a la matriz de taladrar; y me da pereza desmontarlo y empezar con otro tornillo. En parte he conseguido mejorar los resultados taladrando las anillas desde el otro lado del alicate, pero, tarde o temprano, tendré que rehacer la herramienta, porque los porcentajes siguen sin ser buenos.



Remachado.

El remachado no tiene demasiadas mejoras, tan sólo un par de consejos tontos.

A la hora de cortar los remaches: a la que hayas remachado quince o veinte anillas, te darás cuenta de qué tamaño y forma de remaches te viene mejor, e irás cortándolos con más efectividad; de forma que podrás aprovecharlos casi todos, sin tener que rechazarlos por demasiado grandes, demasiado pequeños, sin la suficiente punta, con demasiada base...

Por otro lado, asegúrate de que entren siempre rectos. Si al principio ves que se tuerce, aún puedes corregirlo con un alicate, si no... pues se doblará malamente y la anilla quedará fatal.


Concluyendo.

Esto de la malla remachada hay que practicarlo un poco, e ir refinando las herramientas a utilizar. Sobre todo, si te quieres embarcar en un proceso un poco ambicioso de unos pocos miles de anillas, como pueda ser un almófar (que por ahora no pasa de tapetito, la verdad sea dicha)


Pero eso es otra historia, que se contará en otra parte. Por ahora, en la próxima entrada, creo que hablaremos del cine negro.

martes, noviembre 25, 2008

El yelmo altomedieval: desvelando mi alma mercenaria.

Ya sé que todos envidiáis mis conocimientos a la última, y la detallada información de la que hago gala en todas las novedades concernientes al armadureo. Son, sin duda, parte de las muchas virtudes que me adornan, junto con mi inconmensurable modestia y, por supuesto, el tremendo atractivo físico.

Pero para obtener ésta asombrosa sabiduría, sí, por qué no decirlo, cercana a la omnisciencia, hay que pagar un precio: un buen rato todos los días revisando páginas, foros y blogs en busca de las últimas noticias, datos y rumores.

Estando yo en una de éstas, hace ya un par de meses, me encontré con alguien que buscaba ayuda para, yo pensaba, hacer un ínfimo apaño en un spangenhelm. Y a mi se me ocurrió ofrecerme para materializar ese remoto sueño de cobrar un par de eurillos por pasar un rato estupendo dedicándome a mi afición por el armadureo. Fabricar unas anteojeras simples, dos o tres taladros, unos pocos remaches, y arreando.

Pero, oh sorpresa, resulta que Thorkell quería realizar una completa reconversión de un spangenhelm tirando a soso en un... en un...

¿Cómo demonios denomino yo a esto?

¿Tal vez yelmo vikingo? ¿Rus? ¿Tipo Vendel? ¿Yelmo crestado de anteojos?

Bueno, creo que lo podemos dejar en yelmo altomedieval, y todos en paz.


El caso es que el amigo se había hecho con unos apliques de bronce de los que comercializan por internet los de Raymond's Quiet Press. Una página que no conocía, pero que venden unas auténticas maravillas para reconvertir un simple yelmo en una complejísima obra de arte.

En concreto, estos apliques. Para poner en este yelmo.


Así que uno se encuentra con unas gordísimas planchas de lo que aparenta ser bronce colado, una cresta del mismo material, con pinta de ser insensible a nada más ligero que una apisonadora, y un yelmo de hierraco finísimo con docena y media de gordísimos e indestructibles remaches que se interponen en el camino de fijar esas planchas.

Mi primera reacción fue dinámica, arriesgada, decidida, agresiva: "Oye, tú te das cuenta de que casi te iría mejor comprarte un casco ya hecho que meterte en estos berenjenales ¿no? Que si me pongo con este invento, a lo mejor te destrozo tanto los apliques como el yelmo".

Y el tío nada. Que si "Axil, soy tu fan número uno", "Tengo confianza ciega en tu buen hacer", "Sé que lo vas a bordar, porque eres mi ídolo"... (De acuerdo, todo esto me lo acabo de inventar, pero es mi blog, y alimento mi ego como me da la gana ¿vale?)

El caso es que, con unas jarras de cerveza de por medio, me tiré un buen rato explicando a Thorkell las mil y un formas de cagarla a las que me enfrentaba, empezando por "no tengo ni la más remota idea de si esto lo voy a poder trabajar en frío, o si lo voy a a acabar partiendo, o incluso fundiendo por darle caña con un soplete sin saber lo que va a pasar". Aún así, el tío seguía convencido, y al final me llevé los trastos a la voz de "voy a hacer un par de pruebas, y, si eso, te devuelvo los pedazos, y tan amigos".


Puede parecer que lo primero era enterarme de cómo narices se podían trabajar placas de bronce de tres o cuatro milímetros de espesor para poder curvarlas.

Falso.

Lo primero era enterarme de si de verdad eso era bronce o qué, y, después, de cómo se trabajaba; fuera lo que fuese.

Así que me puse en contacto con los fabricantes de los apliques, que al día siguiente me habían respondido que sí, que era bronce; que se podía trabajar en frío sin problemas; y que tan solo me asegurara de protegerlo con un poco de cuero para que el martillo no lo marcara.

Aún así, yo no las tenía todas conmigo. Buscando por internet, un anticuario comentaba que una lámpara de bronce no se doblaba jamás, que se partía antes; y eso me tenía preocupado. Y además, hay una considerable indeterminación en cuanto a lo que es bronce y lo que es latón. Hasta le pregunté a Harald, pero tampoco tenía experiencia directa en el tema.

Así que me decidí por la opción prudente y conservadora: metí unos cuantos martillos bien gordos en la mochila, y me dirigí a meterle cuatro leches a los apliques, a ver qué pasaba.

Y, sobre una estaca de tubo, tardé apenas quince minutos en curvar las piezas de la anteojera para que se ajustaran a la curva del yelmo. Y no me hizo falta ni cuero: mazas de cabeza de nylon. ¿Qué digo mazas? La más ligera de las dos que tengo, y listo. Ni una sola marca en el bronce, y una curva perfecta, sin arrugas extrañas.

Y ahí, todo ufano, yo me dije: "Pan comido, una vez completada esta parte, el resto es sota - caballo - rey".

Pues más bien no.

Fijaos en el nasal que hay que eliminar. Y en el borde vuelto que rebajar para que ajuste la anteojera. Pero, sobre todo, sobre todo, fijaos en qué cantidad de remaches redondos bien gordos interponiéndose en el ajuste de la cresta.


¿Alguna vez habéis quitado un remache macizo, intentando mantener la integridad de las chapas que une? Los miembros de la OAN nos ayudaron a Arant y a mi a quitar DOS míseros remaches de un yelmo en Santes Creus, y pueden dar fe de que tardamos Un Buen Rato. Pues aquí era cosa de quitar alrededor de veinte remaches, veinte. Puede que el hierro del yelmo fuera mas bien fino, pero lo que es los remaches, puedo asegurar que eran de lo más sólido.

Así que un par de horas más tarde (la radial acelera mucho determinados procesos destructivos) había conseguido eliminar los remaches redondos que quería sustituir por remaches planos.

Y, ya que uno tiene la radial a mano, hasta se curra unos huecos para que las anteojeras tengan espacio. Un poco de rebaje de bordes afilados con la amoladora de banco, y queda algo parecido a lo de la foto.


Y aquí empieza lo divertido. Llegas, presentas las piezas del facial al casco, haces unos pocos taladros, fijas unos cuantos tornillos, y descubres tres cosas:

- Que el bronce es un tremendo destructor de brocas. Cuando en hierro tienes que hacer presión para que la broca empiece a morder, en bronce consigues que muerda tanto que se engancha y se parte.

- Que la parte interior de la anteojera, con el mosaico de varias piezas encajadas entre sí, presenta un aspecto Meccano que no puede con él.

- Que, a pesar de los buenos acabados generales del kit de bronce, las piezas de las anteojeras no tienen suficiente zona de solape entre sí para remacharlas con seguridad en la zona más externa. Vamos en... ¿cómo llamarlo?... ¿el rabillo del anteojo?

Con la primera lección habrá que aprender a vivir. Las otras dos llevan a una decisión: fabricar una anteojera de hierro que haga de base. Dicho y hecho.

Empiezas sacando un patrón en cartulina del interior del facial de bronce (montado). Ojo: dejando márgenes de sobra para los puntos en los que irá remachado al yelmo. Y a cortarlo en chapa. La idea es que vaya fijado por el interior del perímetro del yelmo, por dos motivos: así no hace que el bronce quede separado del yelmo, que haría feo; y además da un poco más de angulo de apoyo para evitar que se deforme hacia dentro si se lleva un golpe.


Uhmmm... no sé si se parece al símbolo del euro, o a una hoz y un martillo. Qué dualidad tan extrema.

Y lo normal en estos casos: se curva, se ajusta, se corta y lima lo que sobra, se taladra en los puntos en los que se fijará, se sujeta con tornillos, y se le mete de martillazos hasta enseñarle quién manda, y que tiene que ajustarse bien al bronce.


¿Alguna vez te has puesto un yelmo metálico que te tape hasta por debajo de la nariz? ¿Has visto lo que pasa con el vapor de agua de tu respiración cuando toca el hierro frío? Pues sí, casi que va a ser mejor darle un par de capitas de pintura antióxido a la pieza.

¡Y a montarlo! A estas alturas no voy a tener que explicar cómo se fabrican remaches planos a partir de vulgares clavos ¿verdad? El caso es que tienes que preparar un buen puñado.


Remachar otra vez toda la tira longitudinal del yelmo no tiene ningún misterio, se corta el remache a la longitud adecuada, se apoya la cabeza en tu yunque favorito y a golpear (Hablamos siempre de la cabeza del remache, no de la tuya. No te confundas, es importante) Uhmmm... creo que aquí es donde la hebilla de la correa que sujeta el casco a la barbilla se interpuso en el camino del martillo. Eso explica por qué está un pelín abollada, Thorkell.

Remachar el bronce es más complicado. Si lo apoyas en un yunque sólido, al martillear el remache aplastarás el bronce contra el hierro... y ganará el hierro. Te cargarás todo el relieve que tenga el bronce en esa zona.

Hay que utilizar algo más blando, como un bloque de plomo, o, en mi caso, de madera de encina.

El problema es que remachar en un material blando es muchísimo más difícil que hacerlo sobre hierro. El remache tiende a incrustarse, y no sólo tardas mucho más en remacharlo, sino que es muy fácil que el remache quede flojo, o incluso que tienda a doblarse, en lugar de aplastarse obedientemente.

Pero todo es perseverar. ¡Ah! Y quitar y volver a poner los remaches que vayan quedando mal.


La cresta, a pesar de ir sujeta por tan solo cuatro remaches, también tiene su complicación. Al tener un perfil en ángulo, presenta muchísima resistencia a doblarse, y ajustarla mínimamente a la forma del casco requiere, ahora que Thorkell no nos oye, meterle unos mazazos realmente fuertes, además de efectuar unos cuantos rebajes a base de amoladora para que todo medio encaje.


Así que ya sólo me queda presentar la

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Factura Detallada

Thorkell y yo acordamos un precio por hora (que no voy a decir) y en horas la cosa quedó como sigue:

- Forma inicial del facial: 15 minutos.
- Quitar remaches y preparar rebajes del ocular: 2 horas.
- Presentar cresta y facial (ajuste básico, taladrar y fijar con tornillos): 4 horas y 20 minutos. No, no es un error. Es un proceso lento y delicado.
- Diseñar y cortar anteojo básico de hierro: 40 minutos.
- Preparar remaches planos: 40 minutos. No, tampoco es un error. Hay que eliminar el dibujo de la cabeza con la amoladora, para después lijarlo y satinarlo; y, además, limar los nervios de la parte inferior de la cabeza de los clavos. Y son muchos clavos.
- Presentar refuerzo, marcar, desmontar, y limar el sobrante: 1 hora y 15 minutos.
- Remachar yelmo y anteojera: 1 hora y 30 minutos.
- Nueva presentación, ajuste, desmontaje, rebajado y última presentación de la cresta sobre la anteojera: 2 horas y 20 minutos. Sí, me costó lo mío.
- Remachado de la cresta: 30 minutos.

TOTAL: 15 horas y 30 minutos
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¿Qué exageración, verdad? A mi también me lo pareció, pero es lo que tardé. Claro, que a eso hay que quitarle el

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Tiempo perdido por torpe

- Desmontar todo el invento, y volver a montarlo, esta vez bien: 1 hora.
- Quitar los remaches que has puesto extremadamente mal, y volver a colocarlos: 2 horas. Sí, lo sé, pero es mucho más delicado sacarlos del bronce colado que no quieres dañar en absoluto, que hacerlo del hierro que va a estar escondido por los apliques.
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Total, que al final cobré lo que me pareció correcto, sin apenas relación con el tiempo que tardé.

Y el resultado, la verdad es que es bastante mono.


Si alguien está interesado en este tipo de apliques, yo le recomendaría que primero se hiciera con ellos, y luego fabricara un yelmo con la expresa intención de utilizar los apliques; así podrían eliminarse bastante bien las holguras (que las hay, y bien hermosas) entre bronce y hierro; y podría quedar de un estilo más homogéneo (los refuerzos del spangenhelm y los apliques, aunque no quedan tan mal, no terminan de encajar del todo en el mismo marco temporal)

Thorkell: Si lees esto, que creo que lo leerás; y ya a toro pasado, te agradecería tu opinión sincera y sin paños calientes sobre todo el asunto. Tus expectativas, tu opinión sobre el proceso, sobre el resultado, los fallos que encuentras, lo adecuado o no que te parece el precio, comentarios varios...

...y, jugándomela a que Thorkell me ponga a escurrir, sólo me queda ofrecerme a chapucillas de éstas a quien esté interesado; que a uno no le vienen mal unos ingresillos extras; y si encima te diviertes para ganarlos, miel sobre hojuelas.

domingo, noviembre 16, 2008

Cuchillería: una vaina con prisas.

Pues sí, efectivamente. Tal como te temías, otra entrada sobre trabajo en cuero.

Todo empezó con la adquisición del instrumento cortante definitivo. Llegó muy poco antes de nuestra salida para Santes Creus, donde pretendíamos no llevar menaje moderno: las piezas encajaban como en un puzzle perfecto.

(Vaya, un puzzle bastante raro, ahora que lo pienso)

Esto planteaba un problema de difícil solución. ¿Como exactamente iba a llevar el cuchillo? Porque claro, podía llevarlo en una bolsa de plástico, o tal vez envuelto en papel de plata, o en un trapo. Y, como el cuchillo casi no estaba afilado, atravesaría todo esto sin problemas. Y toda la ropa que viajara en la misma maleta. Y la maleta. Y hasta el fondo del maletero de la furgoneta, posiblemente.

Había que tomar medidas drásticas. Y había que hacerlo rápido. No cabía duda: I was in a mission from Glod.

Tenía que hacerle una vaina al cuchillo, y no había tiempo para florituras. Como decimos en mi gremio (y en otro gremio que tiene en común con el mío más de lo que nos gustaría reconocer en ambos) era el momento de hacer algo quick and dirty.

A pesar de haber visto algunas obras de arte en este foro especializado (¡Hola, Messer!), tuve que restringirme a algo sencillo y a prueba de meteduras de pata. La vaina más básica, y sin tener siquiera en cuenta criterios de historicidad.

Así que empezaremos por dibujar y cortar en papel la silueta del cuchillo. Ojo, no te vayas a cortar.


Empiezas cortando en el cuero todo el perfil de la hoja, dejando alrededor de un centímetro de más por todo el perímetro para que haya espacio para coserlo más tarde. En el mismo cuero, cortas otra pieza simétrica, sólo que incluyendo una tira rectangular de más o menos dos veces la longitud del mango.


Vale, la chapucilla rápida podría acabar aquí, con un poco de aguja e hilo. Pero tampoco hay que pasarse. Vamos a colocar un par de separadores de cuero entre estas piezas, para que la vaina no se hinche como un globo, y para que el cuchillo no corte la costura por completo la segunda vez que lo metas en la vaina. Ojo, no te vayas a cortar.

El cuchillo en cuestión tiene el lomo muchísimo más ancho que el filo, así que tuve que usar dos piezas de cuero de muy diferentes grosores. En la foto de más abajo puede verse cómo deben encajar; además de un cuchillo envuelto en plástico para protegerlo del cuero humedo, de la cola de contacto, y de todas esas cosas que podían llegar a estropearlo mientras lo usaba como molde para el cuero.

Ni que decir tiene que el filo del cuchillo volatilizó ese plástico a la segunda vez que lo levanté del suelo. Ojo, no te vayas a cortar.


A estas alturas, uno ya ha aprendido cómo utilizar la cola de contacto: se extiende por las dos superficies a pegar, se deja secar diez o quince minutos, se unen las superficies, y se ejerce presión.


Pero el pegamento no es más que una parte de la fijación de las piezas de la vaina. Ya sabes: dos agujas rectas, hilo encerado, una lezna; y a coser a través de las piezas de unión.


Efectivamente: los bordes de las diferentes piezas de cuero no coinciden bien ni de casualidad. Se impone un ratito de lijadora para igualarlas. Pero no te apresures, antes puedes doblar la pieza del mango hacia dentro y coserla, de forma que puedas pasar por ella un cinturón; y así también lijas e igualas esa parte.


Va pareciendo una vaina ¿verdad? Aquí es donde humedeces bien el cuero y lo dejas secar con el cuchillo dentro (bien envuelto en plástico) para que pille la forma correcta. Ojo, no te vayas a cortar.

No sé por qué seguimos haciendo lo del plástico, si al final siempre acaba oxidándose la hoja en cuestión, y hay que darle una pasadita estropajo y WD40 después. Ojo, no te vayas a cortar.

De nuevo, podríamos dejarlo aquí, pero, ya que estamos, podemos dedicar unos minutejos a un repujado básico, ¿no? Y oye, ya que nos queda un bote casi entero de tinte rojo, ¿quién puede resistirse a darle un par de (capas de) pinceladas decorativas?


Queda un poco soso ¿verdad? Le falta algo. Tenemos cuero, no sabemos qué hacerle ahora... va a ser... sí, lo de siempre: el ingrediente secreto que todo el mundo conoce: betún de judea. No te olvides de aplicarlo bien por los cantos del cuero, es lo que marca la diferencia.


Ya sólo falta algún mecanismo que evite que el cuchillo se salga solo de la vaina. No nos complicaremos la vida: una correa de cuero, un sacabocados, un par de nudos, y listo.


¡Habemus vaina! Algo sencillo, apenas dos o tres horas de trabajo, tiempos de secado aparte. Y un resultado más indio americano que caballero europeo, pero que al menos impide que te cortes accidentalmente con el cuchillo.


Bueno, te impide que te cortes cuando el cuchillo está dentro. Pero, mientras estás fabricando la vaina, es normal que metas y saques el cuchillo de la funda varias veces, estando más concentrado en el cuero que en lo que estás haciendo con el cuchillo.

Y eso es malo. Sobre todo, si dejas el dedo puesto donde no debes, mientras sacas el cuchillo de la vaina.


Limpio. Relativamente profundo. No muy doloroso, pero sangrante a rabiar. Así que ya sabes: ojo, no te vayas a cortar.