Educando a las nuevas generaciones
Estaba yo un día tan tranquilo en el trabajo, cuando se me acercó una compañera y me preguntó con decisión:
- Oye, me han dicho que tú eres aficionado al medievo y esas cosas ¿no?
...
...
Eso no podía ser la antesala de nada bueno. Y no porque en el trabajo fueran a darse cuenta de que yo era un friki irredento (ese barco zarpó hace tiempo), sino porque además mi compañera tenía ese brillo en los ojos que sólo tienen los que vienen a meterte en algún tipo de embolao.
- Esteeeeee... ¿sí? -respondí yo, mientras miraba nerviosamente de reojo los retales de malla de debajo del monitor, y las fotos de Peracense y Santes Creus que tengo pegadas al armario en que se había apoyado mi compañera.
- Verás, es que resulta que en el cole de mi hijo están viendo cosas del medievo, y me preguntaba si podrías ir y enseñarles algo de lo hacéis para que vean como...
...Total, que para cuando quise darme cuenta, me había liado para ir a hacer un "vestir al caballero" para la clase de su niño de cinco años
(¿He dicho ya que no tengo ni la más repajolera idea de cómo tratar a un niño pequeño? A mí que me los traigan cuando empiecen a tener problemas con la trigonometría, antes de eso son terra ignota)
Así que lo preparamos todo para ir a hacer el chou un viernes después de trabajar.
Creo que fue el jueves cuando me dijo que al final no iba a ser para la clase de su niño, sino para las tres clases de cinco años, en una especie de salón de actos. Como 60 niños enfrente, y yo con estos pelos. Bueno, sin estos pelos, más bien.
(¿Y he comentado que, a pesar de no saber tratarlos, y de, por lo general, pasar olímpicamente de ellos, los críos parecen adorarme, por algún motivo que no termino de comprender?)
Así que preparé algo del equipo recién llegado de Teruel, y me dispuse a acudir a la cita; no sin antes pasar a mi compi un par de vídeos para que se empollara bien el asunto y llevara ella la voz cantante.
(No sé por qué, pero tienden a pasar de los adultos que les hacen carantoñas, y se dedican a treparme -literalmente- encima, mientras yo les ignoro. Las crías de humano son muy raras)
Y lo cierto es que se lo empolló muy requetebién; y lo explicó divinamente, mientras yo mantenía una sonrisa absolutamente aterrorizada.
Los niños se lo pasaron estupendamente trasteando con la malla y fliparon con lo que pesaba...
...aunque tal vez no tanto como mi compañera y la seño cuando me ayudaron a ponérmela.
Una vez vestido, les conté mi historia como parte de la milicia concejil de Magerit, camino de las Navas.
Dominado por un pánico cerval, me había repasado la historia de la batalla para poder responder con soltura a las posibles preguntas al respecto. Me sabía nombres y apodos, fechas y cifras, participantes y motivaciones, antecedentes y consecuencias, todo tipo de chascarrillos... Por supuesto, las preguntas fueron absolutamente imprevistas y me dejaron completamente descolocado.
Afortunadamente, a esa edad son fáciles de distraer: mientras improvisas dominado por el terror, mueves una espada a un lado y a otro; y lo único que ves son unos ojos muy abiertos y unas bocas aún más abiertas siguiendo el movimiento de la hoja. Sospecho que ninguno hizo el más puñetero caso a la historia, pero que van a seguir viendo la espada en sueños por lo menos un par de semanas.
Y ahora me toca estar meses aguantando las coñas del resto de mis compañeros de trabajo...
...aunque, para qué nos vamos a engañar, alguno no pudo menos que preguntarme, y pedir lo que más de uno y más de dos estaba deseando hacer: echarle un tiento a los hierros.
Así estaba el Caballero del Aparcamiento:
No disimuléis: prácticamente todos los que estáis leyendo esto sabéis perfectamente cómo se siente uno la primera vez que empuña una espada. Y lo cierto es que todos sabemos que mi compañero, en ese momento, se sentía exactamente así:
En general, una experiencia de lo más curiosa. Un dato antropológico interesante: un desconocido de metro ochenta, forrado hasta arriba de hierro y lino, cargado de armas blancas, y con una marcada indiferencia por los cachorros de humano, sólo tiene que dejar un brazo colgando para que inmediatamente se aferren a su grasiento guante cinco o seis ejemplares de dicha especie con la más absoluta naturalidad. Alguno de ellos, incluso con una sonrisa de oreja a oreja y algún que otro moquillo verdoso colgando.
Y ante tamaña iniquidad ¿qué menos que dejar un nuevo recortable?