Bulbuente 2014: Cuando los del pueblo lo hacen mejor que tú.
Si mal no recuerdo, andaba yo por el evento de María de Huerva cuando mis amigos de Feudorum Domini me comentaron que tenían un evento del 18 al 20 de julio en un pueblecillo de Zaragoza llamado Bulbuente. Oye, pues por esas fechas estoy de rodríguez, que G. se va de monitora al campamento como todos los años. ¿Por qué no?
La ventaja de estos eventos pequeños y relajados es que puedes ir de ligero. Sólo equipamiento civil, sin tienda, nada de trastos pesados... Oye ¿y si repito la machada de Anento? Venga, vale.
¡Sí! ¡Otra recreación en moto! ¡Nada de toneladas de equipo que arrastrar! ¡Así da gusto!
Claro que me perdí un poquito, y me di un garbeo no planificado por Soria, pero bueno, el camino era bonito. Y por fin llegué al pueblo de Bulbuente, donde los grupos de recreación que ya habían llegado estaban liados con las primeras actividades del evento.
Y aquí es donde empecé a darme cuenta de que iba a ser un evento atípico.
Cuando llegas a un evento sin demasiadas ediciones a sus espaldas en un pueblecillo pequeño, el esquema habitual es que haya una colaboración entre el ayuntamiento y un grupo de recreación medieval, que se monte el típico mercadillo, la escenificación de una batalla, y que todo el pueblo se vista de época.
Suena bien ¿verdad?
Pues no tanto.
Por lo general, en el mercadillo ves productos tan propios de la Europa medieval como los gofres de chocolate, choricillos a la brasa, patatas fritas con ketchup... La algarada es el típico enfrentamiento revuelto, sin demasiada organización ni espectacularidad; y la gente del pueblo va vestida de licra brillante, cubriendo todo el espectro entre un Uruk-hai y los espartanos de '300', pasando por Asterix y por el capitán Trueno.
Vamos, que llegas al pueblo, y te diriges al primer tipo que ves con capiello y pellote, a sabiendas de que es uno de los recreadores, que seguramente le conoces, y que sin duda sabe dónde tienes que dejar los trastos.
Pues no. El primer tipo vestido con capiello y pellote al que me acerqué sonriente era un pollo al que no había visto en mi vida.
Resulta que el pueblo pidió consejo a los Feudorum (y creo que también estuvo en el ajo mi amiga Mabel) sobre cómo preparar sus atuendos. Hasta aquí, es lo normal. Lo que no es normal es que hagan caso. Porque estos hicieron caso. Caso a tope. Pero tan a tope, que más de uno de los del pueblo iba igual o incluso mejor equipado que algún que otro recreador que lleva años en esto.Y me incluyo.
Sallas, camisas, cinturones... Pellotes de tela brocada perfecta, limosneras cantigueras, crespinas, tocados femeninos correctísimos... ¡Hasta zapatos de cuero cosidos a suela vuelta! ¡Tremendo!
Una vez superada la confusión inicial, la cosa volvió a su cauce, pero con una calidad sorprendente para un evento tan, a priori, pequeño.
Como el completísimo taller de escribanía en el que participaron niños y mayores (que lo fliparon casi más que los niños)
y que, por cierto, mi amigo Enrique aprovechó para dedicarme una sangrienta miniatura que pienso enmarcar y colgar en la pared.
Tuvimos la típica exposición de armas y armaduras, incluyendo un par de espectaculares ejemplares de lata del XIV y XV que se trajeron mis amigos de ACHA y de los que lamentablemente no tengo fotos.
y, por supuesto, el tradicional cetrero, llenando de elegancia el evento con la innatra gracia de las aves rapaces que orgullosamente hacen percha sobre su brazo.
Bueno... o algo así.
Yo monté mi típico chou de fabricación de malla remachada (que, o me empiezo a poner en casa con esto, o como sólo teja de evento en evento, el almófar lo van a terminar mis tataranietos)
Y es que ¿por qué montar una forja, cuando encima los del pueblo (una vez más) lo estaban haciendo mucho mejor de lo que yo podría hacer jamás?
Hubo desfile, hubo "vestir al caballero" y, por supuesto, hubo lucha. Aunque, además de varios combates individuales, incluyó una explicación de armamento y técnicas de combate a cámara lenta que ya querría para sí más de un museo de renombre.
Y, por supuesto, hubo quien se entrenó duramente para mantener la forma física que exige este tipo de actividades.
Y claro, eso implica descansar adecuadamente después para reponer fuerzas.
¡Ah! Y, por cierto, no pude evitar hacer... hacer... esto:
¡Ah! Ya se me olvidaba: sí, el domingo llovió, y nos obligó a terminar abruptamente el evento. Y sin tonterías: llovió lo suficiente como para que los Feudorum tuvieran que dejar allí sus pabellones para que se secaran antes de recogerlos, y volver al día siguiente a por ellos. Esto del clima y la recreación ya se está pasando de castaño oscuro.