martes, febrero 26, 2008

Los guantes de malla (1): A Sísifo le obligaban, lo mío es puro vicio.

Justo ahora acabo de venir del taller de J. donde llevo mis motos. Como sabéis algunos, los talleres de motos son como las antiguas herrerías: sitios donde se encargan del mantenimiento de tus monturas, y donde la gente se queda siempre a charlar, así que es muy normal pasar bastante tiempo en ellos.

El caso es que, entre mi motillo bastante hermosa y el montón de chatarr... la maravilla de la mecánica italiana, lo cierto es que me paso el día yendo y viniendo de allí (y creo que, todo sea dicho, estoy pagando gran parte de la hipoteca de J.)

Hace ya unas semanas, volvía yo del taller, cuando lo ví: ¡un sofá antiguo a medio destrozar, tirado sin más en un contenedor de obra!

- Esteee... oiga, su sindrome de Diógenes está cada vez peor. ¿Qué tiene que ver eso con la fabricación de armaduras?

- ¡Pues que era un sofá antiguo y recargado! Aún no sabiendo nada de arte o de muebles, me viene a la mente la expresión "un sofá estilo imperio".

- Ya. Vale, sí... pero ¿qué tiene que ver con lo nuestro?

- A ver. Un sofá antiguo y de los buenos; de los que no tienen la base hecha con cintas de tapicero entrelazadas, sino con buenos muelles de acero, que estaban ahí, a la vista, llamándome, tentándome, insinuándose...

- ¿Muelles de acero, dice?

- Sí, muelles de acero. Para ser exactos, treinta muelles de unas 280 espiras cada uno, con diámetro interno ligerísimamente inferior a 6mm, y fabricados en durísimo acero de 1,6mm. Todo ello, o bien con un pavonado prácticamente indestructible, o bien con una resiente pátina producto de muchísimos años .

Ni que decir tiene que, minutos más tarde, servidor estaba de vuelta junto al contenedor, armado con unos alicates y una bolsa donde llevarme el botín. Lástima, con los nervios, se me olvidó llevar la cámara de fotos, así que sólo pude sacar una foto a semejante filón con el móvil.

Volví a casa pensando en hacer un almófar con tan magnífica adquisición. Pero, cuando unos cuantos días más tarde (después de acabar las brafoneras) me puse con las anillas, me di cuenta de dos cosas:

1.- Que ni en sueños iba a tener bastantes anillas para un almófar: el tejido era muy denso, y hacían falta montones de anillas para avanzar muy poco.

2.- Que este alambre está durísimo, y es extremadamente cansado y difícil de cortar, incluso con la milagrosa knipex.

Para este último problema, encontré rápidamente un fácil remedio; y el otro día fui capaz de convertir unos cuantos muelles en un gran número de anillas sin apenas esfuerzo, gracias a una técnica que cada vez domino mejor.

"Hombre, Arant, que bien que hayas venido a visitarnos. ¿Quieres una cervecita?
Por cierto, pilla esta cizalla, que te voy a explicar una cosa..."

Dado que las anillas no iban a ser suficientes para un almófar, decidí aprovechar de todas formas los muelles, y reorientar el proyecto hacia algo más pequeño. Por supuesto, había poca elección: tenían que ser unos guantes de malla.

Por si alguno no lo ha visto, hay en la web un fantástico tutorial sobre cómo fabricar unos guantes recubiertos de malla.

Y, además, nos lo proporciona el amigo León, que, aunque últimamente no se prodiga demasiado, cada vez que publica un trabajo es una obra maestra.

Comenzar con los guantes de malla es sencillo.

Primero, tienes que hacerte con unos guantes largos, de un cuero tan grueso como sea posible (parece que, últimamente, la única opción son los guantes de soldador) Por cierto, encontrarlos que sean de tu talla exacta puede resultar un desafío importante.

Después se empieza la malla por los dedos (no, por el pulgar no) haciéndolos rectos (sin expansiones ni contracciones) Si, como es mi caso, las anillas son lo bastante pequeñas, puede ser conveniente darle forma redondeada a la punta de los dedos.

Hay que hacerlos de un ancho correcto para que cubran todo el dorso (eso suele ser hasta la costura de los guantes) y con las anillas orientadas como en la foto, para dar flexibilidad a los dedos.

Esto último puede ser históricamente discutible según la fuente pero yo me atrevería a afirmar que es lo más práctico: colocar las tiras en perpendicular a como os propongo restará movilidad.

Más tarde, se unirán los dedos entre sí. Al menos en mi caso, todos ellos a la misma altura (es decir, cada dedo tiene su largo, pero arrancan de la palma en la misma fila de anillas)

- Oiga ¿y esos dos grandes alicates de uso general en las fotos de ahí arriba? ¿No usaba usted unos alicates de punta torcida para cerrar anillas?

- Sí, bueno... eso fue antes de trabajar con anillas de este tamaño y material. Los otros alicates eran demasiado ligeros para este trabajo, así que al tercer nudillo despellejado después de que se me resbalaran, dejé de intentarlo.

- Vaya... ¿algún otro consejo para este tipo de anillas?

- Pues sí. No hay quien una unidades básicas entre sí, es muy complicado, hay que hacer mucha fuerza en apenas espacio. Con anillas tan pequeñas, y a la vez gruesas y duras, hay que engarzar anilla a anilla.

- ¿Algo más para despedir el post?

- Sí, mirad qué curioso el equipamiento moderno.

domingo, febrero 17, 2008

Teruel existe 2008 (2): Haciendo el esbirro arriba y abajo

Lo cierto es que este blog está empezando a perder el norte. Cada vez me desvío más de la línea principal, que, os recuerdo, es la fabricación de piezas de armadura.

Y, en esta entrada, me voy a desviar descaradamente, y voy a hacer eso que ningún blogero debería hacer jamás, so pena de perder a todos sus lectores: poner las fotos de mis vacaciones. Así de claro.

Porque, como sabréis, este fin de semana he participado en mi primer evento de recreación un poco serio: las bodas de Isabel, en Teruel.

El zafarrancho empezó el jueves. A mi siempre me ha gustado llevar el menos equipaje posible, y este fin de semana no iba a ser una excepción.

Vaya... el equipo que tengo que llevar ocupa medio salón

Vamos, que estoy orgulloso de saber que todo lo que puedo necesitar para varios días cabe en una pequeña y ligera mochila que echarme al hombro sin esfuerzo.


Cuando C. vea lo que vamos a querer meter en el maletero de su coche lo va a flipar

El viernes a media tarde, nuestro amigo C. nos recogió a Arant, a G. y a mi, y salimos rumbo a Teruel.


Apenas podía contener los nervios y la emoción del viaje


Al llegar, Teruel nos recibió con lo que serían unas constantes a lo largo del fin de semana: una extremada cordialidad, y una habitación situada en un cuarto piso con el ascensor estropeado.

La verdad es que ponerse todo el equipo dentro de una habitación con calefacción te hace sudar lo suyo, sobre todo cuando pareces el anuncio de una conocida marca de neumáticos.


Un gambesón, dos gambesones... ¡Eh! ¡Dos gambesones!

Afortunadamente, los que no iban tan calurosamente caracterizados nos ayudaban a equiparnos, haciendo gala de la máxima seriedad, y siempre al quite para echar una mano donde hiciera falta.


¡Eh! ¡Vosotros dos!
¡Dejad de hacer el payaso con los yelmos y ayudadme, que me estoy estrangulando con la loriga!


Hasta G. se puso sus mejores atavíos de bella y graciosa moza.
Aunque hubo que hacerle un cosido de última hora para que no se le fuera cayendo la falda al suelo.


Una vez equipados, ya podíamos salir hacia el centro histórico, que es donde se desarrollaban casi todas las actividades de las fiestas.

Agradecidaaaa... y emocionadaaaa...

Para el que no lo conozca, Teruel es como Lisboa: tiene claramente un "arriba" y un "abajo". Hasta tal punto que comparte con Lisboa una característica sorprendente: además de bancos, farolas, aceras... parte del mobiliario urbano es un ascensor. Lástima que se estropeara, oye.

Porque, como no podía ser de otra manera, las actividades oficiales se realizaban arriba, y los campamentos de grupos de recreación estaban abajo.

Otras ciudades tienen cuestecitas. Teruel tiene esto.

Habíamos conseguido alojamiento gracias al grupo Fidelis Regi, así que hicimos de su campamento una especie de base de operaciones donde descargar los hierros de vez en cuando.

Al principio nos costó un poco encontrar el campamento, seguramente porque era pequeñito, y porque el estandarte de los Fidelis casi no se ve


En el campamento conocimos a Jesús, a su hermano, y a unos cuantos Fidelis. Debo decir que son todos unos tipos estupendos. Nos recibieron de una forma magnífica, una gente extraordinaria que nos hizo partícipes de sus actividades como si fuéramos parte del grupo.


En el campamento de los Fidelis lo pasamos estupendamente. Conseguimos no esmorrarnos con las cuerdas, y no me prendí fuego a la sobrevesta en las hogueras. (¡Eh! ¡Tengo una sobrevesta!)


Llegamos justo a tiempo para participar en el combate masivo al pie de la escalinata. Dada nuestra inexperiencia en combate, nos quedamos de sicarios para ayudar a nuestro señor en sus lides.

La introducción histórica quedó de lo más lograda, y fue toda una experiencia formar parte de ese evento. La verdad es que éramos unos cuantos, todo fue muy espectacular, y había público a patadas.

Nuestro bando

El tumulto

Incluso hubo un momento en que la batalla se desplazó y yo me encontré enfrente de un enemigo. Un tío muy majo que, al ver mi torpeza con la espada, en lugar de abollarme el yelmo a mandoblazos me dijo "en el escudo, en el escudo" y se dejó dar un par de golpes en el escudo para que yo pudiera retirarme dignamente.

Yo, llevando el peso de la batalla

Tras una serie de combates singulares, cumplimos con nuestro papel de esbirros ayudando a nuestro señor a escapar tras ser derrotado, y corrimos a refugiarnos al campamento.

En los combates singulares se atizaron a placer

Allí estuvimos un buen rato de reposo, y tuve oportunidad de conocer en persona a bastante gente que conocía sólo a través de internet (me olvidaré de mencionar a alguno, seguro)

Tras muchas visicitudes para localizarnos, allí conocí por fin al hiperactivo Coalheart. Un tío muy simpático en persona. Lamentablemente, no di con él más tarde y sólo le vi ese ratillo.

Charlando con Coalheart


También tuve ocasión de conocer a Polo, con el que luego además compartimos desfile. Por la foto de su perfil, yo creía que gastaba un buen mostacho, pero me sorprendió llevando perilla completa. Sin embargo, dado que se pasó todo el día arrancándose los pelillos de la barbilla con el almófar, su imagen pronto se adecuará a lo que yo pensaba. Por cierto, otro tío estupendo.

Por allí conocí también a (vaya, creo que era Falcon de gronio, pero ahora no estoy completamente seguro de que ese fuera el nombre correcto) Otro tío muy majo de La Companna, que parecía encantado con mi primer spangenhelm. Ya sabéis, a vuestra disposición en lo que pueda ayudaros.

En general, todo el mundo majísimo.

El resto del día lo pasamos subiendo y bajando cuestas por Teruel, viendo las fiestas, disfrutando del mercadillo.

¿Conocéis la expresión "llevar a alguien por la calle de la amargura"
Vale, pues es esta calle.



En el apartado comercial, a destacar las tiendas locales, donde encontramos una capa para G.

No os dejéis engañar. Seguía llevando el forro polar, escondido debajo de la capa.


También vimos al alemán de La Costurera Valiente, y, como no, a Fernando Abad. Fernando está ampliando su catálogo y tiene algunas maravillas en hebillas y detalles por el estilo, por no mencionar sus mallas pavonadas y remachadas.

Tengo una capa nueva, y soy así de altiva


Cada dos pasos nos cruzábamos por allí con los Almogávares, sin duda una chusma de la peor especie que recorría la ciudad en estado de manifiesta ebriedad, arrasando, saqueando y violando todo lo que podían. Me hubiera gustado conocer en persona a Ferrolobo, pero no tuve ocasión.

Los Almogávares destacan por su seriedad en estos eventos


También vimos un entrenamiento de la AEEA, en el que había varias caras conocidas, e incluso creí reconocer al Sr. Vampiro. Desgraciadamente, debido a problemas logísticos sólo puede saludar de refilón a Rufino Acosta, tuve que irme antes de que acabaran la clase, y no volví a verlos. Lástima, otra vez será.


La AEEA, en plena clase callejera


También resultaba espectacular la zona de las rapaces, con exhibiciones de cetrería de lo más logradas. Curiosamente, las palomas de la zona no parecían darle importancia a tener tres halcones volando entre ellas. Y es que las palomas no son animales muy listos.

Nos tiramos gran parte del día (y de la noche) yendo y viniendo del barril de cerveza que tenían los Fidelis


Ya por la noche, participamos con los Fidelis en el desfile. Algo increíble, épico, e inigualable; de nuevo tengo que darles las gracias por darnos la oportunidad de ser parte de algo así.

¡Turoli! ¡Gloria!


El desfile hace un recorrido circular, empezando y terminando en el campamento, y recorriendo el casco viejo. Exacto: cuesta arriba y cuesta abajo con todo el equipo.

Y así, poco más o menos, acabó nuestro día en Teruel. Nos retiramos, agotados, más bien temprano, y el domingo emprendimos el regreso a Madrid.

Pero claro, ya teníamos pillado el ritmillo de las cuestas, así que hicimos un par de escalas por el camino para hacer algo de turismo

...y nos recorrimos Albarracín, muralla incluida (¡qué pueblo más empinado!)


y, ya puestos, también Molina de Aragón


En definitiva, una experiencia magnífica e inolvidable.

Durante el regreso, no dejamos de charlar animadamente, rememorando las experiencias vividas.


Por cierto, iré colocando en los comentarios de esta entrada enlaces a las reseñas de prensa que pueda ir localizando

lunes, febrero 11, 2008

Teruel existe 2008 (1): Preparativos de última hora

Llevo una semana frenética con los últimos preparativos de la visita a Teruel.

Porque para ir a Teruel, hay que hacer muchas cosas.

1.-Hay que hacer... cinturones, y decorar un poco los que ya tienes


El diseño es básicamente el mismo en los tres. De izquierda a derecha:

- Repujado, aunque un tanto deslucido porque la piel estaba bastante arrugada en esa zona.

- Cosido y remachado. Y sí, los remaches se ve a la legua que son modernos, un asco.

- Repujado y teñido. De éste estoy bastante orgulloso, algún día os contaré el truco para repujar cuero duro con bastante profundidad.


2.- Hay que hacer... bolsas para colgar de esos cinturones


y así poder llevar discretamente los maravedíes algo de calderilla, la documentación, las gafas...

Es algo muy simple, un círculo de piel de cerdo (para algo que tenía que servirme al final) de unos más que respetables 40 ó 45 centímetros de diámetro, con una tira de cuero duro cosida en la boca para darle resistencia. Adicionalmente, yo mojé el cuero y lo dejé secar bien cerrado con una hermosa piedra dentro, para que pillara algo de forma.


3.- Hay que hacer... ¡fotonovelas!

Aunque es muy posible que tengas que pinchar en las imágenes para poder leerlas bien...






martes, febrero 05, 2008

Las brafoneras (4): Ibis. Redibis. Non Peribis In Bello

En el campamento, púlcramente plantado a las afueras de Roma, los nuevos legionarios celebraban el final de sus días de entrenamiento, y se preparaban para partir hacia la Galia.

[Parece que por fin vamos a acabar con las brafoneras]

Uno de ellos, particularmente desgarbado, y con todo su equipo a cuestas, se paró delante de una tienda en particular, comprobó que el número marcado junto a la puerta era el correcto, y pasó a su interior.

Dentro, sólo había otro legionario, agachado atándose las sandalias. Al notar el movimiento, levantó la vista.

- ¡Pardillus! ¿Eres tú?

- ¿Pringadus? Pero... ¡si yo te hacía ya en Hispania!

- ¡Qué va, qué va! Lo mío con el entrenamiento se retrasó más de lo previsto. Oye ¿qué haces aquí?

- Me han asignado al centurión Chusquerus. ¿También estás con él?

- Sí, claro. Mira, si llevamos un equipo idéntico, hasta la última correa. ¡Todo según el manual! - terminaron los dos al unísono, entre risas.

[Por fin tengo dos bafroneras idénticas, siguiendo el patrón provisional. Podéis ver las cuerdecitas, atadas a intervalos regulares, para poder tomar medidas sin contar cientos de anillas cada vez, y asegurarme de que quedaban iguales. Se corresponden con las X del patrón original]

- Oye, en serio ¿sabes cuándo salimos? - preguntó Pringadus.

- Pues creo que en un par de días - respondió Pardillus - ¿qué, nervioso?

[Terminar los ajustes de las brafoneras es inminente]

- Pues la verdad es que sí. He oído que esos bárbaros son muy peligrosos.

- Pero hombre, tranquilo. ¡Somos la legión romana! - dijo Pardillus, golpeándose el pecho con el puño, y tratando de poner un gesto fiero en su semblante cubierto de acné. - ¿No has ido a ver a la Sibila?

- Sí he ido, sí - respondió Pringadus.

- ¿Y qué te ha dicho?

- Pues lo cierto es que la Sibila fue de lo más explícita: "Ibis. Redibis. Non Peribis In Bello"

- ¡Anda, pero si es lo mismo que me dijo a mí! ¡Eso es estupendo, chico! No puede ser más claro: "Irás. Volverás. No Morirás En La Guerra". ¡Así da gusto! Algo concreto, nada de esas ambigüedades que sueltan a veces las sibilas.

[Confío en que, a la hora de cerrarlas, el patrón sea todo un éxito. Que ajuste bien, que no se descuelgue de forma molesta al caminar, y que el cierre trasero con tiras de cuero quede vertical y bien ajustado]

- Pues yo es que no las tengo todas conmigo, Pardillus - dijo Pringadus. A mi es que la adivina me pareció un poco sibilina.

- ¡Pues claro! Es una Sibila, claro que es sibilina. ¿Qué querías que fuera? ¿Ornitóloga?

- Ya, ya, pero... no sé, no lo termino de ver claro.

[Uhm... aunque la verdad es que no termino de estar seguro de que este diseño vaya a funcionar, todo sea dicho]

Los días transcurrían lentamente en el campamento, hasta que por fin llegó la orden de partir. Los nervios de los novatos fueron rápidamente sustituidos por el agotamiento, según la dura marcha les hacía atravesar los Alpes; subiendo y bajando montañas sin cesar.

[No veáis lo cansado que puede ser ir poniéndose y quitándose las brafoneras para probar los remates]

Hasta que por fin llegó el gran día. La larga columna de legionarios marchaba, aterida por el frío de aquel paso de montaña. Pringadus y Pardillus caminaban hombro con hombro, cuando el centurión Chusquerus dió la orden de alto. Allá, en la parte delantera de la columna, se oían gritos. Cuando Chusquerus ordenó silencio, todos pudieron escucharlo claramente:

- ¡Emboscada! ¡Emboscada!

Chusquerus reaccionó inmediatamente, y ordenó con voz firme:

- ¡Rápido! ¡Formación en cuerno!

los legionarios adoptaron rápidamente la formación en cuerno que habían ensayado previamente varias veces.

- Oye, Pardillus - preguntó Pringadus a su amigo -. ¿Para qué se supone que era la formación en cuerno?

- Creo que para proteger el interior del grupo mientras se cubre la retaguardia

[La idea de este saliente es cubrir el interior del muslo, dando la vuelta a la pierna para unirse por detrás al otro lado de la brafonera]

- Pues no sé cómo lo verás, Pardillus. Pero a mi me parece que a los de detrás les están dando para el pelo.

- ¿Por qué dices eso? - preguntó Pardillus, sujetando firmemente su escudo.

- ¡Porque me está salpicando la sangre, y además creo que alguien me acaba de clavar un cuchillo en la espalda! - respondió Prigadus, cayendo de bruces.

[Después de unir el saliente al otro lado de la brafonera con una fila de anillas, me probé las brafoneras. Aquello parecía cómodo, hice un par de movimientos para ver qué tal se portaban. Cuando finalmente me agaché, un par de docenas de anillas de la parte posterior salieron disparadas. Esto no funciona]

Unas horas más tarde, Pringadus recuperó la consciencia en una tienda. A su lado estaba su compañero Pardillus, aplicándole un paño húmedo en la frente.

- ¡Por fin te despiertas! ¿Cómo te sientes?

- Bastante hecho polvo. ¿Qué ha pasado?

- Te dieron una cuchillada, pero dicen que te pondrás bien. Nuestro grupo sufrió muchísimas bajas.

[El "cuerno" de las brafoneras sobra. Un diseño erróneo. Fuera con él]

- Pero no te creas. En los del extremo de la columna también lo pasaron bastante mal. Al parecer, la formación era muy endeble; a partir de ahora toda esa parte irá reforzada.

[El estrechamiento del tobillo es exagerado. Todo el rebaje que podéis ver a la izquierda hay que volverlo recto. Y, por cierto: para mis piernas (1,80, tirando a pataslargas) faltan dos hileras más de unidades básicas)]

- Bueno, compañero - dijo Pringadus -. Al menos, me alegro de seguir vivo. Va a ser que la Sibila tenía razón, y que volveré vivo de esta campaña.

- ¡Claro que sí, amigo! En un par de días, reanudaremos la marcha. ¡Y nada nos detendrá! ¡Por el Imperio, compañero!

Y los días pasaron, y la marcha se reanudó.

[Cuatro o cinco días fueron suficientes para realizar las modificaciones en ambas brafoneras]

Los Alpes quedaron atrás, y la marcha por las interminables llanuras de la Galia se hacían cada vez más y más monótonas.

- Oye, Pardillus - dijo Pringadus - hay una cosa que no termino de entender.

- ¿El qué?

- Esta nueva formación de marcha que llevamos está muy bien, pero ¿cómo se supone que protegeremos la retaguardia?

[La forma de atar las brafoneras por detrás no termina de estar clara. Si empezara a hacerlas ahora, posiblemente les pondría correas como las que venden en La costurera valiente. Sin embargo, el diseño apunta a otro lado]

- No te preocupes, hombre. El general ha contratado a varias tribus bárbaras aliadas para encargarse de eso - dijo Pardillus.

- ¿Tribus bárbaras? ¿Eso es seguro?

- Sí, claro. A ver, no llevan armaduras metálicas como las nuestras, ni van tan bien armados, pero deberías ver de lo que son capaces.

[La idea es usar tiras de cuero enganchadas a las anillas]

- Ya claro... - dijo Pringadus, con un claro tono de duda en su voz -. Y... ¿de qué dices que son capaces?

- Mira, por un lado, hay pequeños grupos de exploradores a cada lado de nuestra columna principal.

[Hay pequeños lazos de cuero unidos a las anillas a intervalos regulares, en ambos lados de cada pernera]

- ¿Y cómo se supone que eso nos va a cubrir la retaguardia?

- Verás - continuó Pardillus - otro grupo de bárbaros avanzará constatemente a lo largo de toda la columna, comprobando que los exploradores siguen ahí, y que todo se mantiene en su sitio. Ellos se encargarán de la retaguardia.

[Estos lazos van unidos por detrás, atravesados por una tira de cuero longitudinal a la pierna. Esta tira sujeta la brafonera unida por detrás, dando además cierta flexibilidad a la hora de que la brafonera de expanda y contraiga según los movimientos de la pierna ]

- Espera, espera - interrumpió Pringadus -. No termino de ver claro lo de esa columna de bárbaros en nuestra retaguardia. ¿Qué es lo que dices que están haciendo exactamente?

- ¡Pues eso, hombre, pues eso! Conectan entre sí los grupos que controlan los flancos.

- Oye, Pardillus. ¿Y eso no es un punto débil? ¡Imagina que el enemigo corta esa columna!

[Lo cierto es que, si se rompe esa tira vertical, toda la brafonera se suelta]

Pardillus se lo pensó un instante antes de responder:

- Hombre, supongo que, en caso de batalla, la podrán reforzar.

[Claro que, si hace falta, con anudar la tira en cada lazo es suficiente para que un corte de esa tira no deje toda la brafonera abierta. Por supuesto, quitarse las brafoneras será entonces muuuuy lento, ya que habrá que desatar montones de nudos]

Pringadus seguía desconfiando de eso de los bárbaros. Tras unos pocos días de marcha, no pudo dejar de darse cuenta de que, poco detrás de ellos, un enorme grupo de bárbaros marchaba intercalado con los legionarios.

- Oye ¿y eso? - preguntó a Pardillus, que parecía estar siempre muy bien informado.

- Nada, es un grupo para ayudar a cohesionar la mitad de la columna.

[Es una buena idea atar fuerte la brafonera con una correa justo por encima de la pantorrilla. Así, parte del peso descansa en la pantorrilla, en lugar de colgar íntegramente desde arriba]

- ¿Y al general le gusta tener esos bárbaros ahí?

- Sí, hombre. Eres un tipo muy negativco, Pringadus. ¿Tu te das cuenta de los impresionantes e imparables que resultamos, en todo nuestro esplendor?

- Hombre, vale, sí...

- ¡Alto! - gritó Chusquerus

- ¿Qué pasa, centurión?

- ¡Callad! ¿No escucháis nada?

- ¡Emboscada! ¡Emboscada! - gritó una voz a lo lejos.


Unos meses más tarde, la legión volvía a Roma, con una agridulce victoria en su haber.

[Las brafoneras están bien, pero aún son mejorables]

La campaña podía considerarse un éxito, pero las bajas eran enormes. La carga que había tenido que soportar el general era perfectamente visible en su rostro. La presión a la que había estado sometido se leía en sus ojos.

[El peso en la cintura es una enormidad. Si no te aprietas el cinturón hasta rozar la asfixia, tienden a deslizarse hacia el suelo]

Incluso los soldados que, como Pardillus, habián ido siempre en el medio del grupo, daban claras muestras de la tensión sufrida.

[Hasta la cinta de encima de las pantorrillas te corta la circulación al cabo de un rato]

Pero lo peor no era eso. Lo peor eran los compañeros que no habían regresado.


Pasadas un par de semanas de su llegada, Pardillus se encaminó a ver a la Sibila. Incluso el matón de la puerta se echó a un lado cuando vio su salvaje expresión de curtido veterano; por no mencionar la endurecida mano posada en la empuñadura del gladius.

Arrancando la cortina que cerraba el paso al aposento de la Sibila, Pardillus atravesó la estancia en dos zancadas, mientras desenfundaba su espada. Agarrando a la Sibila por la túnica, prácticamente la dejó en vilo, mientras le apoyaba el gladius en el cuello.

- Muy bien - siseó - tu fuiste la Sibila con la que habló toda mi cohorte. Tu le dijiste a mi amigo Pringadus que volvería sano y salvo. Y, sin embargo, le hicieron trizas en mitad de la Galia. ¿Cómo puedes explicarlo?

La Sibila tragó saliva, y respondío, con voz temblorosa: - ¿Pringadus? ¿Uno flaco, y con pinta de idiot... de buena persona? ¿Qué te dijo que le profeticé?

- ¡Maldita bruja! ¡Le dijiste que iría, que volvería, y que no moriría en la guerra! ¡Ibis! ¡Redibis! ¡Non Peribis In Bello! - gritó Pardillus a la cara de la Sibila, poniéndose rojo de furia.

La Sibila hizo disimuladamente un gesto que mantuvo alejados a los tres guardias armados que cruzaban la entrada. Esbozando una tensa sonrisa, dijo a Pardillus:

- ¡Espera, espera! ¡Creo que ya sé dónde está el origen del malentendido! Suéltame para que te explique lo que ha pasado.

- ¿Malentendido? - respondió Pardillus, empezando a sentirse inseguro - ¿qué malentendido?

La Sibila, deshaciéndose de la mano del legionario, alisó su túnica; y clavó su profunda y sabia mirada en los ojos de Pardillus. Y, con el tono de voz que tanto había practicado, repitió, por centésima vez, las palabras que tantas veces tenía que repetir a la vuelta de los ejércitos:

- Tu amigo me entendió mal. Lo que yo le dije fue ¡Ibis! ¡Redibis Non! ¡Peribis In Bello!

- ¿Como? - Exclamó, incrédulo, Pardillus

- Lo que has oído. Irás. No volverás. Morirás en la guerra.

- Pero... pero... ¡si sólo cambia dónde pronuncias la pausa!

- Está claro que tu amigo me entendió mal. Y, ahora, vete en paz. ¿O quieres que profetice tu futuro?

Y Pardillus, confundido y desencantado, se perdió en las calles de Roma, murmurando para sí:

- Creo que voy a volver a la casa de mis padres en Pompeya, para tener una vida tranquila. Este trabajo me está quemando...