viernes, octubre 20, 2006

Segundo interludio: mirándome el ombligo una vez más

Vale, vale, lo que queréis es que cuente mis aventuras con la chapa, a ver si me machaco bien un dedo de una puñetera vez y os podéis deshuevar un poco de mi. ¡Pues no señor! Vuelvo a insertar una entrada ajena al tema principal, y os quedáis con las ganas.

En primer lugar, debo decir que la combinación de
- lluvia a manta
- ir en moto
- haber reventado la costura de la entrepierna del pantalón impermeable
lleva a una consecuencia lógica: tener los huevos empapados y congelados. Ese es un hecho extremadamente relevante en mi actual percepción del universo, y, unido a que estoy escuchando Aviador Dro a todo volumen, puede llevar a una redacción un tanto subreal de este post. Estáis avisados, seguid leyendo at your own risk.

Antes de nada, debo decir que, por motivos laborales, me he pasado unos días en Atenas (mola, ¿eh?) y he tenido ocasión de hacer algo de turismo. Si algún lector tiene algún interés específico en fotos de armamento griego, tengo bastante material de cascos, espadas y dagas, tanto del periodo clásico como del micénico. Hay hierro y, sobre todo, mucho bronce; especialmente sorprendente el que se conserven los remaches de muchas empuñaduras y los magníficos dorados de muchas guardas. Y lo que ya es la leche es que haya incluso ¡suelas de sandalias de cuero! conservadas desde la época clásica. ¿No habíamos dicho que no quedaban apenas evidencias de cuero de la edad media? ¿Cómo es posible que si que las haya de casi mil años antes? Eso si, el no poder usar flash en los museos lleva a que las fotos de larga exposición queden algo borrosas (ese pulso firme mío de robar panderetas...)

Sin embargo, lo más relevante de mi viaje a Atenas es la visita al templo mejor conservado de la era clásica: el magnífico templo de Hephaistos, dios del fuego y de la metalurgia, más conocido entre nosotros por el nombre que le dieron los romanos: Vulcano.

En la foto de al lado estoy yo frente al templo. Aproveché mi estancia en tan sagrado lugar para dar gracias al dios por conservar diez dedos y dos cejas, en mi nombre y en el de todos los armeros aficionados que, 2.500 años más tarde, seguimos rogando a Hephaistos/Vulcano que nos permita manejar una radial sin sufrir amputaciones de consideración, y jugar con metales candentes sin provocar desgracias de pronóstico reservado. De todas formas, no os fiéis mucho de mis plegarias, y tened cuidadín, niños.

Cambiemos de tema, y centrémonos en de nuevo en el blog. En teoría, el querido blogger.com que da cobijo a estos apuntes me avisa con un correo cada vez que alguien hace un comentario. Bueno, pues eso es cierto... a veces. He repasado el blog y me he encontrado comentarios nuevos en entradas bastante antiguas. Incluso los he respondido (creo que todos), pero de todas formas recomiendo que se comente sólo sobre entradas recientes, a riesgo de caer en el más injusto de los olvidos.

Y siguiendo con el repaso de estas entradas: hay más de un comentario de gente que fabrica piezas de armadura, tanto de absolutos neófitos como de algún consumado maestro. ¿Y a qué viene esto? ¿Es por fardarme de la gente que lee el blog? Pues no, todo tiene su razón de ser. Me explico:

Como ya he comentado en diversas ocasiones, estoy constantemente al borde del presente. Es decir, me estoy estresando para seguir con la fabricación de cachos de armadura, sólo para tener algo que escribir en este blog con cierta frecuencia. Si, en parte por eso hago estos interludios de vez en cuando, lo confieso.

El caso es que, para poder ir manteniendo el blog al día, ya he solicitado la colaboración de algún otro armero aficionado para que nos haga partícipes de sus experiencia a través de este blog. Yo, no lo digo por presionar a nadie, pero maese Sec ya se ha comprometido a contarnos su experiencia con la brigantina en cuanto termine de apalabrar la adquisición del cuero necesario. Y además creo que va a merecer la pena, porque no sólo tiene mucha más experiencia que yo en estos temas, sino que además escribe mucho mejor, e indudablemente tiene más gracia. Es posible que también sea mucho más guapo y que no le huelan los pies, pero sobre eso ya no tengo datos fidedignos.

Y así llegamos al objetivo final de este post: abro esta modesta página a cualquiera que quiera publicar sus experiencias en la fabricación de armas o armaduras, siempre, eso si, que se mantenga el animus jocandi que inspira este blog. A tal efecto, ruego a cualquier armero interesado que se ponga en contacto conmigo a través del blog o por correo (jjoseotero@jjoseotero.jazztel.es) para ver cómo publicar sus historias.

Evidentemente, las posibles entradas se publicarían con la referencia de su autor (no me las voy a apropiar, faltaría más), aunque me reservo el derecho al formateo y corrección de estilo, y por supuesto el de publicar sólo aquellas que a mi me dé la real gan... perdón, quiero decir, todas aquellas que tenga oportunidad y tiempo de revisar concienzudamente y que se ajusten al espíritu del blog.

(Corrección de estilo, corrección de estilo... mi pedantería está firmando cheques que mi habilidad literaria no puede pagar)

Ahí queda.

Y por cierto, para otra vez yo quiero participar en esto.

lunes, octubre 09, 2006

El spangenhelm (3): Y a mi ¿quién me manda ponerme a pulir el casco?

Llevo ya unas semanas enfrascado en el pulido del yelmo, y además, dejándome la piel en el proceso (literalmente, hasta que empecé a usar guantes para manejar el papel de lija)

Y aunque aún no he terminado, empiezo a vislumbrar ciertos problemas radicales en esto del pulido.

Porque... ¿qué es pulir un metal que has trabajado a martillazos? Muy sencillo: es convertir un metal duro, machote, y malencarado, en definitiva, un metal Action Man (tm) en una chapita brillante y pretenciosa, osea, una chapita Barby (tm). Vamos, ir del Heavy Metal (qué apropiado, ¿eh?) a Operación Triunfo.

El metal, recién formado a martillazos, presenta un aspecto mate y facetado por los cientos de golpes. Un aspecto imponente y terrorífico. Un aspecto que proclama orgulloso: "¡Yo nací de los golpes, y puedo parar tantos golpes más como sea preciso, y sin que se me note siquiera! ¡Estoy listo para la pelea, mi dueño se dedica a cortar gente en dos antes del desayuno, y yo me cubro de la sangre de los enemigos! ¡¡Aaaarghh, matar, matar!!"

Una vez pulido a espejo, en cambio, el yelmo gimotea: "¡No, no, no me golpees, que me abollo! ¡Huy, no me acerques eso tan duro, no se vaya a rayar mi superficie impoluta! ¿Cómo? ¿Golpearme con una espada de madera? ¡Ay, ay, no, no! ¡Que mi dueño se pasa todo el día sacándome brillo con un trapito! ¿Qué van a decir cuando me vean en la corte?"

Porque el pulido deja una superficie muy brillante, muy profesional, muy acabada, y... muy sensible. Todos habéis oido hablar de la escala de dureza de Mohs, donde un determinado material es más duro que otro si consigue arañarlo. Bien, pues el hierro pulido debe estar en alguna parte entre la arcilla húmeda y el queso de Cabrales. Ya sé que es físicamente imposible, pero puedes arañarlo y dejarlo marcado con madera de pino. Y con una uña. Y con un cacho de plástico cutre. Posiblemente, puedas arañarlo con gomaespuma, pero eso aún no lo he comprobado.

Todo ello, además, perdiendo utilidad. Y no sólo porque pierdas cierto grosor al lijarlo, sino porque los primeros que tuvieron la brillante ocurrencia de pulir un yelmo no tenían la más puñetera idea de camuflaje.

Porque cualquier superficie "stealth" que se precie debe ser facetada, y lo más absorbente posible a la radiación utilizada por el sensor al que se enfrenta. Si, exacto: como el yelmo sin pulir.

Sin embargo, un domo perfectamente redondeado y pulido a espejo puesto al sol es... una baliza, un faro, un hito, un inconfudible punto de referencia a kilómetros de distancia, lo mires desde donde lo mires. En el medievo, el vigía de lo alto de un torreón debía poder ver el destello de los yelmos a kilómetros y kilómetros de distancia. "¡Mi señor conde, se acerca un caballero con armadura!" "¿A qué distancia se encuentra, buen vigía?" "¡Unos tres días a caballo, mi señor!"

Centrándonos en el "jautu" del pulido, yo empecé con un disco de lija del 40 y el correspondiente adaptador para el taladro. Podéis ver la herramienta y el resultado en la foto de al lado.

Al principio pensaba que un grano del 40 iba a ser lo mínimo para eliminar las facetas de los martillazos, pero ahora creo que me pasé un pelo, y que me comí mucho metal innecesariamente. La proxima vez empezaré con algo más fino, no sé si un grano de 50 o incluso 100. Al fin y al cabo, con el taladro es descansado (aunque el metal se calienta lo suyo, y si lo tocas sin guantes te quemas los deditos. Y si te roza un nudillo con el disco, puedes decir "¡adiós, adiós!" a un cachito de piel. Te lo digo yo, que lo sé)

El lijado con grano 40 queda realmente basto, unos arañazos enormes, parece que haya pasado por las manos de Freddy Krueger. Para reducirlos, vas repitiendo la jugada, cada vez con grano más fino, y siempre en perpedicular a la pasada anterior. Y TEN CUIDADO DE EMPEZAR TODAS LAS PIEZAS EN EL MISMO SENTIDO.

Porque, a menos que estés 100% seguro de que vas a ser capaz de pulir a espejo, y sin dejar una sola huella de la última capa de lijado, te puedes encontrar con superficies razonablemente bien pulidas, pero en las que se note un ¿microscópico? rallado en direcciones diferentes. Y ESO SALTA A LA VISTA, TE LO DIGO YO, QUE LO TENGO DELANTE (¡mierda!). Y claro, luego hay que dar pasadas suplementarias bastante cansadas.

¿Que qué secuencia de granos hay que utilizar? ¡Ja! ¡Esa es la pregunta del millón! Yo fui utilizando prácticamente todos los que encontré en la tienda, algo así como 40 -> 50 -> 100 -> 120 -> 180 -> 220. Sin embargo, estoy convencido de que me podía haber ahorrado bastantes pasos. No sé, tal vez 50 -> 120 -> 220 sea suficiente.

De todas formas, el lijado con los discos no es más que el principio. A partir del 220, no parece haber más discos, y hay que empezar con lo que se conoce como "lijado al aceite de codo". Si, efectivamente: el querido papel de lija. Horas y horas y más horas que se tira el neófito armero dándole a la lija, ris-ras, ris-ras, ris-ras, ris-ras.

La secuencia de grano que he seguido con el papel de lija es la siguiente: 320 -> 400 -> 600 -> 1200 (A partir de 400, es lija al agua, y hay que humedecer un poco la chapa). Aquí yo no buscaría atajos, es mucho más trabajo saltarse un grano y hacer trescientas pasadas con uno demasiado fino. De hecho, la próxima vez buscaré lija del 800, porque el salto de 600 a 1200 es un tanto trabajoso.

Por cierto, una nota sobre el lijado al agua. Salpica. Y no, no es que tenga hidrofobia. Es que salpica algo asqueroso y abrasivo. Es negro. Mezcla limaduras de hierro y polvo de lijar. Mancha. Y, si se cae al suelo, y luego lo pisas, araña el suelo, además de mancharlo. Mucho. Te lo digo yo. (Como G. se dé cuenta de lo que ha pasado en el salón, me va a matar)

Por cierto, el papel de lija, sin ser prohibitivo, no es que salga a peseta el paquete de doscientos, así que tampoco conviene desperdiciar un pliego en dos pasadas. Yo recomiendo ir doblándolo, e ir frotando sobre una única tira de, pongamos, dos centímetros de ancho. Cuando ya se haya desgastado esa tira, le das otra vuelta (como si lo arremangaras) y a seguir.

Aquí os dejo una foto de diferentes secciones del spangenhelm, en diferentes momentos de lijado. De izquierda a derecha son:
- Lijado al 600. Nótese el reflejo muy borroso. Si amplías la imagen a tamaño real, verás claramente las estrías del lijado.
- Lijado al 1200. Un reflejo mucho más nítido, aunque aún se ven las marcas.
- La prueba de que soy un cagaprisas. Me lié a pulir a lo fino sobre un lijado al 600, a ver si era suficiente (y no lo es) Casi, casi, casi, pero sin embargo, visto de cerca se aprecia un estriado que no me convence. De ahí que siga con el lijado a 1200.

¿Y qué es eso del pulido fino? Es cuando vuelves a los discos, esta vez mucho más suaves, y empleando pastas abrasivas conocidas como pulimentos; o, si tienes el día anglópijo, polish. Pero eso da material suficiente para el próximo post.