sábado, noviembre 17, 2018

Mercadillos y cachos de hierro: rehabilitando herramientas de forja


- Pero, vamos a ver. Sombrero fedora, chupa de cuero marrón, bolsa bandolera, látigo... ¿es que ahora te ha dado por hacer cosplay de Indiana Jones, o qué?

- Puedes llamarme Doctor Jones. Y lo que voy a hacer es adentrarme en las ruinas perdidas de una antigua civilización olvidada. Allí donde antes había esplendor, gloria y poder, hoy sólo habrá oscuridad, silencio, telarañas y serpientes. Debo estar preparado para lo peor.

- Vas a meterte en blogger ¿verdad?

- Chi.


La historia que voy a contar hoy comenzó hace cuatro años, en un mercadillo de Salamanca. Cotilleando por allí, vi lo que al principio me parecieron unos martillos viejos, pero que, fijándome un poco, resultaron ser una punzonadora y una tajadera de forja, junto con una maza a juego. 11 euracos me costaron las tres piezas.


- ¿Que eran unas qué?

Una punzonadora y una tajadera. Se usan respectivamente para hacer agujeros y para cortar en metal al rojo. Colocas la pieza al rojo sobre el yunque (o, mejor, sobre un mártir encima del yunque), sujetas la herramienta en cuestión en su lugar, y le metes de mazazos. Sí, todo eso puede requerir más de dos manos, en efecto.

Ya, vale, no me he explicado bien. Espera, que busco un vídeo donde se vea cómo se manejan estas cosas:




- Perooo... eso son básicamente cortafríos y punzones gordos ¿verdad? Y los bichos del mercadillo llevan mango ¿no?

Pues sí, hay una variedad de estas herramientas que se sujeta con un mango para mantener las manos lejos de la cabeza de trabajo. Porque a lo mejor, sólo a lo mejor, tú no quieres dejar la mano alrededor de un cortafríos que va a ser golpeado con una maza de más de dos kilos por un tío cansado y con los ojos llenos de sudor y carbonilla. Aunque seas tú mismo con la otra mano. Mazazo a lo bestia que empuja tu mano contra un hierro al rojo. Mal yuyu, lo mires como lo mires.

De esas herramientas con mango son las que encontré en el mercadillo, aunque hay que reconocer que estaban en un estado bastante lamentable, y con unos encabados de lo más rústico.


Vamos, tan rústicos como pueden ser unos mangos de madera. Lo que vienen siendo unos vulgares palos. Con corteza y todo. Y tan podridos que, con un botador gordo y un par de martillazos, salieron sin ningún problema. (En estos casos, si el mango se pone muy tonto, siempre hay un plan B: prenderle fuego. El hierro no arde, la madera sí)

Lo siguiente es hacerse cargo del óxido de las cabezas. Y, desde aquí, debo pedir públicas disculpas a los que alguna vez me han pedido consejo sobre cómo quitar óxido y les he respondido que, o bien lijando, o bien con convertidores químicos que acaban dejando una extraña capa de algo que parece cobre. Porque, efectivamente, hay un método sencillo, doméstico, barato y efectivo para quitar el óxido: el vinagre blanco.


Lo había oído alguna vez, pero siempre había pensado que era un bulo. Hasta que mi amigo y cada vez más extraordinario artesano Ismael documentó todo el proceso en su blog (sí, él es el otro que aún usa blogger). Así que había que probarlo.



Un balde pequeño, tres litros de vinagre barato (lo suficiente para cubrir por completo las piezas) y un poco de alambre para que pueda circular el vinagre por debajo de las piezas. Dejarlo 24 horas, moviéndolo un poco de vez en cuando y recolocando las piezas para que el alambre no deje marcas raras.

Al cabo de un día... están exactamente igual. Pero no desesperes, hay una diferencia importante: ahora, si las metes debajo de un chorro de agua y las frotas, la capa de óxido se desprende con enorme facilidad. Bueno, con enorme facilidad y, a ser posible, con un cepillo de púas y un trapo recio. Que sí, que frotando un poco con los dedos y un estropajo, también sale, pero ¿por qué complicarse?


Es importante enjuagar abundantemente cualquier resto de vinagre, secar bien las piezas, y luego darles una abundante capa de aceite. Porque el hierro húmedo y con restos de ácido, si no, se va a volver a oxidar en menos tiempo de lo que tardas en decir "tengo que comprar WD-40, que se me ha acabado".

Lo siguiente es saber qué hacer con los filos. Vale, están muy machacados y deformados y algo hay que hacer, pero... ¿hasta dónde? Que lo cierto es que yo no es que sepa mucho de estas herramientas, así que ¿hasta qué punto es normal que la punzonadora tenga la punta roma? ¿Y que el filo de la tajadera esté curvado?


Afortunadamente, como siempre he dicho, lo importante no es saber, sino tener el teléfono del que sabe. Y una consulta rápida al maestro Germán Azote me ayudó a encontrarme a mi mismo y a tomar una decisión: afilar punzonadora. Rectificar y afilar tajadera. OK.

Pero eso será después de encabarlo todo. No por nada en especial, sino por problemas logísticos sobre cuándo tenía a mano la madera, y cuándo tenía a mano la esmeriladora. Si tuviera que templar los filos después de vaciarlos, es obligatorio encabar después del tratamiento térmico (la madera no se lleva bien con el hierro al rojo), pero esto está de un machacado y deformado que está claro que es hierrado intemplable. Y una pieza así de grande, vaciando por desbaste y enfriando en agua con frecuencia, no se va a calentar ni de lejos lo bastante como para afectar al mango.

Así que a encabar. Un primer intento fue utilizar unas ramas de ciruelo que me dio mi cuñado.

Ramas de ciruelo gordiano. Esos nudos de la madera eran intratables. Que me puse en plan Alejandro con el serrucho, pero aquello no se dejaba, y no tenía pinta de ir a quedar ni medio bien.

Pasemos al plan B. Hace años hice un arconcillo de madera de haya, y alguien me dio un sabio consejo: haz un plano detallado de toda la madera que necesitas, comprueba cómo encaja en las dimensiones de las tablas disponibles en el almacén, y luego compra una tabla más de las que necesitas.


Así que, obviamente, me sobró una tabla. (Aviso a navegantes: la siguiente vez que me puse en serio con la carpintería no compré la tabla de más. Y, por supuesto, tuve que volver al almacén a por ella unos días más tarde)

A lo que iba: tenía por casa un tablón de haya de un grosor ridículamente grande para hacer arcones, pero idóneo para hacer mangos de martillo. A por él. Cortamos un cacho de tamaño adecuado, y marcamos el perfil de los mangos. La veta a lo largo.


El ancho lo marcan las cabezas que vayas a encabar, el largo, con lo que te sientas cómodo (yo usé otros martillos que tengo por aquí como referencia) y la forma, la que gustes. En general, una forma curva que se estreche en el agarre hace que la mano tenga referencia al tacto sobre dónde está, y ayuda a que el martillo no se resbale y salga volando sin control (que es algo que se considera, generalmente, indeseable) Y a alguno le llamarán la atención las bases curvas. No sé, me gustan, las he visto en algunas herramientas antiguas, y supongo que es la forma natural de hacerlas cuando no utilizas un torno.

- Oye, tienes ahí cuatro mangos, y sólo habías comprado tres cacharros en el mercadillo. ¿Para qué es el cuarto?

Cosas de la malla remachada. Aunque no es que sea una herramienta muy histórica, hace tiempo que compré una maceta para aplanar las anillas. Y, como en la ferretería me van conociendo, el diálogo fue del tipo:

- Hola, me voy a llevar esta maceta.

- No, tú no quieres esta maceta. Tú quieres esta otra.

- Eeeeehmm... en circuntancias normales, sí, pero por motivos demasiado complicados para explicártelos ahora, necesito que tenga mango de madera, no me vale una moderna de metal.

- ¿Para qué demon... ? na, déjalo. Vale, pero que sepas que es una mierda ¿OK?

Y, por supuesto, el ferretero, que conoce su oficio, tenía razón. Afortunadamente, el mango se astilló poco a poco, en lugar de partirse de golpe y enviar medio kilo de hierro en trayectoria balística descontrolada.

Y así conocí a vuestra madr... no, perdón, por eso estoy haciendo un mango de más. Porque será una cabeza de maceta de hierraco infame, pero para algo valdrá con un mango nuevo..



Sierra de calar, y ya tenemos cuatro protomangos. Siguiente paso: girar 90º, marcar la forma deseada, y repetir. (Esto puede requerir cierto nivel de pericia con la caladora, porque básicamente vas a tener que manejarla a pulso: asegúrate de no inclinarla y, sobre todo, de no poner los deditos delante)


Tampoco hay que preocuparse mucho por la precisión, al fin y al cabo (Al cabo. Jeje. Es gracioso porque es lo que estamos haciendo) esto no es más que un tallado inicial. La gente habilidosa (¿os he hablado ya de Ismael?) haría todo esto con un cuchillo. Yo, que no soy hábil con un cuchillo, lo hago con sierra de calar, pero más que nada por ahorrarme levantar serrín tallando todo con la radial.

Que acabé igual con un dedo de serrín en cualquier superficie que hubiera a mi alrededor, pero había que intentarlo.

Porque el siguiente paso es el guachi fetén. El de las herramientas realmente peligrosas, que hacen mucho ruido, y que levantan mucho serrín. Porque uno puede redondear y terminar de dar forma a los mangos con una escofina, pero eso requiere mucho tiempo, cierta habilidad, y unas buenas escofinas. Yo, en cambio, tengo un enchufe, una radial, y unos discos de lija realmente cafres.


Hay que tener cuidado con el extremo del cabo para que encaje, pero sin demasiadas holguras (yo me pasé un poco rebajando un par de ellos, creo) Con un lápiz bien afilado marcas el contorno del ojo de las herramientas en el perfil de los mangos, y luego lijas siguiéndolo.



Estuve tentado de dejarlos así. Al fin y al cabo, la idea es manejarlos con guantes gordos de trabajo. Pero bueno, ya que estamos, habrá que darles una buena pasada de papel de lija. Y es que no hay trabajo en el que uno se libre de echar un poco de aceite de codo.

Uhmmmm... Creo que no tengo fotos de esta fase. Bueno, pulidos, lo que se dice pulidos, no los dejé; pero al menos eliminé el grueso de las aristas.

En fin, siguiente paso. Preparar los cabos para sujetar las cabezas. Hemos dicho que una cabeza de martillo voladora no es deseable, así que el mango, una vez insertado, debe expandirse para sujetar bien la cabeza metálica y minimizar sus posibilidades de despegue.

Para lograrlo, la técnica habitual es tirar de serrucho y abrir un corte en el extremo del cabo, tan profundo (o casi)  como la altura de la cabeza de trabajo. En ese corte, una vez encabado el mango, se insertará una cuña de la misma madera. Esa cuña abrirá el extremo, fijando firmemente la herramienta.


Lo suyo es encajar la cuña dando muchos golpes suaves, sin apresurarse, o partirás la cuña antes de que termine de entrar. Cuando deje de entrar y empiece a rizarse, es que ya no va a llegar mucho más lejos.


Hay quien da una capa de cola de carpintero para fijar la cuña, pero tengo curiosidad por ver cuánto aguanta esto. De hecho, es posible que merezca la pena meterle una cuña metálica en diagonal a todo esto, pero, de nuevo, quiero ver cuánto aguanta (y eso que tengo las cuñas metálicas)

Pero a lo que íbamos: no vas a dejar la cuña ahí a medio entrar, y el extremo del cabo tan exageradamente largo asomando por encima de la cabeza del martillo. Serrucho, y a cortar al ras mango y cuña.

Espero que esto aguante bastante, al fin y al cabo (Jeje, he dicho cabo) el mango de haya es resistente y duradero, pero... Pero lo será mucho más si le das una manita de aceite de linaza.

- Ya estamos...

- Pues sí, y es que en esto del aceite de linaza hay dos escuelas.

- No, por favor, no lo diga...

- Sí. Como con la tortilla de patata.

- Mierda, lo ha dicho.

El aceite de linaza puede comprarse con secante y sin secante, igual que la tortilla de patata puede hacerse con cebolla y sin cebolla. Hay quien dice que la tortilla de patata debe ser sin cebolla, porque eso es estrictamente "tortilla de patata". Vale, a lo mejor tienen razón, pero están condenados a la insipidez. También hay quien dice que el aceite de linaza debe ser sin secante, porque así penetra y cuida mejor la madera. Y vale, a lo mejor también tienen razón, pero están condenados a tocar madera pringosa durante años. Porque ese potingue no se seca jamás.


Y cuando el aceite deje de manchar (porque, cuando lleva secante, deja de pringar; si no, pringa para siempre) ya podemos afilar la punzonadora y la tajadera. Marcamos las zonas a desbastar (quiero dejarlo todo como está excepto las puntas de corte), y a la amoladora. La punta hacia arriba en un ángulo fijo, enfriar en agua cada poco, que quede todo uniforme y bien centrado... Qué te voy a contar, si estás leyendo este blog.


¡Qué gozada de amoladora me regaló mi compañero Giuseppe, coñe, es que ni se ha inmutado con estos tochos de hierro!

Dejé los vaciados curvos y unos filos de unos así-a-ojímetro-como-60º. Que no te fies de mí, pero me da la impresión de que puede ser un ángulo adecuado para darle caña al hierro al rojo y no mellarse a lo bestia.

Con esto es más que suficiente para que la herramienta sea práctica, pero bueno, ya que estamos, vamos a darle un acabado un poco más fino.


Suavizado de la forma con grano 120 y un pulido básico a grano 240, y las herramientas quedan más que presentables para presumir de ellas. Que lo voy a hacer, sin duda.

Empezando ahora mismo, que el tormentón en ciernes me está dando un momento de gracia con una ventana de sol para poder sacar fotos chulas.


¡Eh, que la cosa ha mejorado un pelín, oye!


Por cierto, debo decir que me ha pasado algo muy raro en estas últimas fases del proyecto. A ver, no tan raro, cada vez que hago algo relacionado con la mecánica me pasa, pero es que... ¿cómo es posible que me sobre una tuerca encabando martillos y afilando hierracos?


Esta tuerca. En algún momento del desbastado y afilado se ha caido esta tuerca. No es del banco de trabajo, no es de ninguna de las herramientas que he utilizado, y, hasta donde yo sé, una tajadera no lleva tuercas... Mierda ¿qué demonios se me va a desmontar en el futuro próximo?