No todo va a ser ponerse encima trozos de lata, alambre, o pellejos de vaca. De vez en cuando, y siempre con moderación, hay que hacer algunas concesiones, y usar algo de tela.
Y de eso voy a hablar hoy: del gambesón de manga larga y la sobreveste que alguno ya habréis visto en las fotos del evento de Teruel.
El gambesón, como todos ya sabéis, es una prenda acolchada que amortigua los golpes, y que puede llevarse debajo de la armadura (en este caso de la cota) o directamente como protección externa.
Es una prenda realmente entretenida, porque aúna muchas características sorprendentes:
- Pesa un montón
- No es que moleste al moverte, pero agobiar, agobia lo que no está escrito
- Es muy complicada de hacer medio bien (aunque muy sencilla de hacer rematadamente mal)
Hace ya tiempo, aproveché una visita a casa de mi madre para plantearle el desafío. Oye, mamá, ¿tu te atreverías a hacerme un gambesón?
Y la pobre aceptó. Y es que mi madre es una santa.
Rebuscando por internet, fui recopilando información y fotos para llevárselas y que le sirvieran de guía. Así di con multitud de páginas en las que había imágenes, definiciones básicas, instrucciones simples, patrones de riquísimos gambesones del SXIV, interesantes estudios, e incluso detalladas instrucciones incluyendo medidas a tomar.
Si de verdad estáis interesados en fabricar un gambesón, bajaos los documentos de los dos últimos enlaces del párrafo anterior. Y no os perdáis esta colección de fotos de Fernando Abad (famoso, y con razón, por sus excelentes gambesones) en plena fabricación de una de sus obras.
Una vez establecidas las fuentes documentales, el siguiente paso era conseguir los materiales. El lino que forma tanto el interior como el exterior fue sencillo de encontrar. El relleno, que al final fue guata, tampoco fue difícil de localizar, aunque no os imagináis lo chungo que es llevar un enorme rollo de guata en una Vespa.
Sí, ya sé que la guata no es la mejor opción, y que puede dar muchísimo calor. Pero qué queréis, las limitaciones técnicas de la máquina de coser, que no daban para nada mucho más sólido.
Este fue el modelo básico de gambax seleccionado. No muy largo, manga larga, y cuello bien protegido, todo ello a implementar por mi madre. De engorrinarlo como en la foto ya me encargo yo, y además mi bigotón mola mucho más, y es mucho más largo que el del tío de la imagen, ónde va usté a pará.
Del diseño del gambesón, sólo puedo decir que el nacimiento de las mangas debe ser muy ancho, haciendo bolsa, para que al levantar el brazo no tengas que levantar todo el peso del gambesón (y de la armadura que lleves encima...)
Además de eso... mi madre acabó desesperada después de media docena de patrones, y me dijo: "Mira, yo te lo voy a hacer de todas formas, porque no me pienso dejar vencer por esto; pero hazme el favor de comprarte uno que te guste y traérmelo para que pueda ver cómo está hecho; que con estos papelajos no me entero de nada"
Y, dicho y hecho, me compré
este bonito gambesón que ya presenté hace tiempo, y con el que habéis visto a
Arant en Teruel.
Y a partir de ahí... pues para mi es terra incógnita, en la que habitan
dragones máquinas de coser, sisas, remates, pespuntes y otras criaturas mitológicas.
El gambax colgado de una percha tiene un indefinible aire de... ¿camisón?
Puedo decir que la doble capa de guata va cosida entre las dos capas de lino, de forma que no se menea ni por casualidad, aunque, por contra, esto implica que el acolchado es muy fino. Resulta aproximadamente la mitad del acolchado del gambax comprado, que, a su vez, es de los denominados "gambesones ligeros" por Fernando.
No me pareció que diera excesivo calor. Claro, en Teruel y en Febrero. Ya veremos en Agosto.
Está claro que esto resultará de lo más fresquito en verano.
Y hablando de Agosto y de llevar armaduras. Cuando los caballeros europeos se fueron
de parranda a las cálidas tierras del sur, por no sé qué disputas vecinales sobre a quién pertenecía
el rosal del jardín de atrás, se encontraron con que sus atavíos resultaban... no sé...
molestos.
Y se fijaron en que sus pares árabes no parecían estar tan al dente como ellos, gracias a que llevaban, encima de sus trastos metálicos, una capa de tela que les protegía del ataque directo del sol. Y es que poder freir un huevo sobre una cota de malla que llevas puesta no debe ser muy agradable.
Rápidamente imitaron el invento, y se lo trajeron de vuelta a Europa. Por cierto, hay quien dice que en el lluvioso norte este trasto no protegía del sol... pero que su continuo roce con la malla la protegía en cierta manera de la oxidación de la humedad. No lo tengo yo muy claro, la verdad.
El trapito en cuestión se llama sobreveste o
sobrevesta. Hay quien lo llama veste, pero estoy casi seguro de que eso es otra cosa.
Hace ya cosa de un año, el recientemente recuperado aprendiz
ya habló de la sobrevesta y de
dónde comprarla (tengo que poner esta página entre mis enlaces permanentes de una vez)
Yo, por supuesto, soy demasiado tacaño para semejante despliegue de consumismo; y, una vez más acudí a mi madre. Lino verde para el exterior, lino crudo para el interior.
¿El patrón? Hay quien emplea un simple rectángulo muy largo con un hueco en el medio para la cabeza, y unas cintas en los laterales para atarla cerrada. Mi madre, por supuesto, jamás se conformaría con algo así de simple, y utilizó el patrón que viene al final de
este imprescindible documento (que se complementa, por cierto, con
este otro)
Pues sí, colgada de una percha, parece la madre de todos los trapos de cocina.
¿Consejos para la sobreveste? Pues es fácil. Si tienes una cota de caballería (con aberturas delante y detrás) o de infantería (con aberturas a los lados) pueeeees... procura que las de la sobrevesta coincidan.
La sobreveste debe quedar muy ancha para no molestar con todo el hierro debajo...
...pero es extremadamente cómoda si no llevas peso y vas fresquito. Por otra parte, a mi me gustaba la idea de una sobrevesta realmente larga, pero me pasé. El motivo de que esta entrada del blog haya tardado tanto es que la sobreveste estaba devuelta a toriles para ser acortada... después de habérmela pisado cada vez que subía o bajaba escaleras en Teruel. Es decir, cada diez minutos.