Los guanteletes (4): Un caso para Flanaghan
Mi nombre es John Flanaghan, y soy detective privado.
El trabajo flojeaba, y aquella tarde yo estaba en mi oficina leyendo tranquilamente el periódico, cuando ella entró.
Era una de esas rubias platino despampanantes, todo curvas vertiginosas, y unas piernas larguísimas que le llegaban hasta el suelo. Una de esas mujeres que sólo puedes ver colgadas del brazo de algún tipo muy rico, y muy metido en negocios muy sucios.
-¿Es usted John Flanaghan?- preguntó con un tono tan gélido que hasta me enfrió el whisky&soda.
-Eso pone en mi puerta, muñeca- respondí llevándome dos dedos al ala del sombrero.
-Tengo un trabajito para usted, señor Flanaghan-. Pronunció el "señor Flanaghan" como si yo fuera algo que hubiera encontrado pegado en la suela de su zapato.
-Estupendo, nena- dije mientras bajaba perezosamente los pies de la mesa. -Tu dirás, encanto.
-¿Ha oído hablar de los gemelos Stronghand?
-¿Los gemelos Stronghand? Ni idea guapa. ¿Tienes una foto, o algo así?
-Han desaparecido, y necesito encontrarlos. Lo último que se sabe de ellos lo encontrará aquí- respondió mientras dejaba caer un sobre marrón sobre mi mesa-. Hay un buen fajo de billetes en esto, Flanaghan, no le interesa defraudarme. ¡Ah! Y no se moleste en buscarme; yo me pondré en contacto con usted.
No pude dejar de admirar sus ondulantes caderas mientras salía de mi despacho. Estaba claro que había algo turbio en todo este asunto, pero entre esas caderas, y que me hacía falta la pasta, bien merecía la pena enterarse de qué iba este embrollo.
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La oscuridad del callejón huyó durante un instante mientras me encendía un cigarrillo. Llevaba un buen rato vigilando desde allí la puerta de aquel tugurio; y por fin mi paciencia se vio recompensada. Jack Arant salía en ese momento, y enfilaba la calle desierta. Y mis contactos me habían soplado que Jack Arant sabía algo de lo que había ocurrido con los Stronghand.
El tipo apenas opuso resistencia cuando le arrastré dentro de un portal. Y con tan solo encañonarle entre los ojos, decidió que su mejor opción era cantar todo lo que sabía.
- Bien, Jack, creo que sabes lo que busco. ¿Qué pasó con los Stronghand?
- No sé de qué me habl...
¡PLAS! -resonó la culata de mi automática contra su cara.
- ¡Axil! ¡Se los llevó 'Nudillos' Axil!
- ¿Nudillos Axil?- pregunté -. ¿Y ése quién es? ¿Algún matón que alquila sus puños?
- No, le llaman 'nudillos' por lo que hace con los nudillos de otros. Precisamente, sé que estuvo trabajándose los nudillos de los Stronghand.
Yo ya no sabía con qué tipo de maníacos estaba tratando. Pero cada vez estaba más convencido de que tenía que llegar al fondo del asunto.
- Jack, hace meses que nadie sabe nada de los Stronghand. Si sabes lo que te conviene, me dirás dónde están. O si no...
- ¡Sí, sí! ¡'Nudillos' los tiene hace tiempo escondidos en el fondo de un almacén, cogiendo polvo!
- Muy bien, Jack. ¿Qué les ha hecho?
- ¡No lo sé, lo juro! La última vez que les vi, yo mismo colaboré en retorcerles las falanges. Pero sé que 'Nudillos' no se conformaría con eso. Seguro que está preparando alguna de sus "herramientas" especiales; ¡pero yo no lo he visto!
La cosa ya me estaba empezando a dar escalofríos; pero tenía que seguir hasta el final. Conseguí arrancar a aquel tipo la dirección del almacén donde 'Nudillos' tenía a los hermanos Stronghand, y apenas unas horas más tarde había conseguido colarme allí dentro. Como cabía esperar, era un sitio oscuro y sórdido, pero al menos me permitía esconderme y ver lo que hacía aquel individuo.
Y aún me cuesta dormir por las noches cuando recuerdo lo que vi. Primero, un trozo de madera, unas gubias...
Luego, alcohol, fuego, y un martillo con el que aplastar el hueco hecho con las gubias. Terrible.
Cuando terminó con todo esto, aquel tipo cogió un martillo y... aún recuerdo el terrible sonido de sus golpes sobre los nudillos de los hermanos stronghand.
Y así una y otra vez, una y otra vez...
Y aún después de aquello, aquel animal no parecía satisfecho con sus torturas. Cogió una barra de hierro, una amoladora, varios accesorios para lijar; y preparó una herramienta de aspecto terrible y ominoso.
Mitad estaca, mitad botador, aquel monstruo la utilizó para seguir aplastando los nudillos de los Stronghand.
Ya había visto suficiente. Era hora de intervenir y acabar con todo aquello. Ya estaba echando mano de la pistola para salir de mi escondite, cuando noté una repentina presión en mi columna vertebral.
- Gracias por guiarme hasta aquí, señor Flanaghan -murmuró en mi oreja la rubia platino -. Tengo una '45 apoyada en sus lumbares, así que le recomiendo que se esté callado y que no intente nada raro.
- Te empezaba a echar de menos, encanto- respondí con mi habitual aplomo - ¿Para qué querías llegar a este sitio?
- Sólo para poder ver esto, señor Flanaghan, sólo para poder ver esto. Fíjese en cómo aplasta las puntas de los dedos de los Stronghand hasta dejarlas como cucharillas. Y ahora... diga "adiós", señor Flanaghan.
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Me desperté con un terrible dolor de cabeza, y la cara chorreando agua fría. El dolor de cabeza se debía, casi seguro, al culatazo que me había arreado aquella muñequita para dejarme inconsciente. Lo del agua fría me tuvo confuso un instante, hasta que me di cuenta del flexo que apuntaba a mis ojos, del tipo que estaba detrás de aquella luz, y del segundo vaso de agua que me arrojó a la cara.
- Muy bien, Flanaghan; parece que ya te has despertado.
- ¿Y tú quién rayos eres, amigo? - respondí mientras trataba de despejarme.
- No me provoques, y dime lo que sabes de los hermanos Stronghand.
- ¿Los hermanos Stronqué? No sé de qué me habla, jefe.
¡PLAS!
El puñetazo en la oreja me reveló que tenía a otro tipo detrás de mí, y que no se pensaban andar con bromas.
- ¡Confiesa, Flanaghan!
Estaba claro que aquellos tipos eran polis, y que no me iba a ser fácil irme de rositas de todo aquello. A estas alturas, la nena ya se habría esfumado; y sin duda yo no iba a ver un solo billete, así que ya no tenía nada que perder.
- De acuerdo, jefe, se lo contaré todo. Yo lo vi, si el fiscal lo desea, puedo testificar contra ese monstruo. ¡Si viera lo que le hizo a los dedos de aquellos pobres tipos...!
Tras un par de horas, la poli se convenció de que yo no sabía nada más, y me dejó volver a mi apartamento. Yo no les había contado nada de cómo 'Nudillos" había utilizado una lijadora de bandas con las falanges de los Stronghand hasta reducirlas a un tamaño ridículo, ni de cómo había clasificado cuidadosamente los pedazos en función de su tamaño, montando un macabro expositor. Esa información me la guardaba para mí; porque, una vez que acepto un caso, nada ni nadie puede evitar que lo resuelva.
Y, además, aquella muñeca traicionera me las iba a pagar. Como me llamo Flanaghan.