Ya tenemos nuestro bastidor nuevo. O viejo. O lo que sea. Tú me entiendes.
Ya somos capaces de convertir el alambre de ferralla en unas bonitas anillitas, de naturaleza saltarina y con afiladas puntas. Es decir: nunca trabajes con ellas descalzo, o con tu perro cerca, porque, tarde o temprano, acabarás tirando unas cuantas anillas al suelo, y se desparramarán, y fijo que las acabarás pisando. Y duele.
Así que lo siguiente que nos toca es preparar el solape de las anillas. Para eso, con unos alicates adecuadamente modificados, cierras y aprietas la anilla hasta tener un solape satisfactorio.
Vaya... ya estamos otra vez... para mí que estos alicates no van a ser demasiado típicos del SXIII. Y ahora, ¿de dónde saco yo...? ¡Espera! Creo recordar que... ¡Sí, en Costumbre medievales tenían algo de esto!
Hace un siglo, Fernando me comentó que vendía estos alicatillos para tejer malla fabricados en hierro forjado. Y, la verdad, dudo mucho que incluso él mismo sepa lo extremadamente adecuados que resultan para esa labor. No sólo las puntas planas van muy bien para abrir y cerrar anillas, sino que el hueco que dejan cerca del eje es ideal para preparar el solape de las anillas a remachar.
Una vez cerradas y solapadas, toca normalizarlas para poder aplastarlas fácilmente. Una posibilidad es fabricarse un braserillo siguiendo estas instrucciones de
Coalheart, la otra es confiar en que haya una hoguera allí donde vayas a ponerte con las anillas. Vale, o seguir tirando de soluciones modernas.
¡A ver, deja ya de mirarme así! No, no me voy a poner ahora con la alfarería. ¡Narices, que una cosa es una cosa, y otra muy distinta liarse con absolutamente todos los puñeteros artes y oficios! Así que confiaré en
la hoguera, y ya compraré un braserillo cuando tropiece con él.
Y, mientras tanto, vamos a ponernos a aplanar las anillas. Ya en su momento vimos cómo hacer un acuñador que ayudara a aplastarlas de forma más o menos uniforme, y, sobre todo, evitando que saltaran al otro extremo de la habitación.
Pues, si alguno ha seguido mis instrucciones, se habrá dado cuenta de que, a pesar de todo, el éxito es limitado.
Uno no siempre coloca bien recto el acuñador, y la anilla no queda correctamente aplastada. Esto es mejorable. ¿Y si le incorporamos directamente un yunque al acuñador, para que sea imposible golpear torcido? ¡A por un trozo de acero y el equipo de soldadura!
Bien, seamos sinceros:
Esto no salió bien a la primera: a los dos martillazos, la soldadura se desprendió.
Ni salió bien a la segunda: a la docena de mazazos a mala gaita (cuando uno hace una prueba de resistencia, la hace a conciencia), también se desprendió.
Y a la tercera... bueno, a la tercera no se desprendió. Claro que... ¿Sabes eso que pone en los manuales de "un cordón de soldadura uniforme y bien acabado"? Vale, pues no es el caso. No es el caso para nada. Está en las antípodas del caso. Qué narices en las antípodas, está en el
cinturón de Kuiper respecto al caso. Así que vamos a correr un tupido velo. Tan tupido, tan tupido, que vamos a correr un velo de cuero.
No, no os voy a enseñar una foto de la soldadura. Hasta un chapuzas como yo tiene sus límites, oye. Pero bueno, al menos la cosa ahora aplasta uniformemente las anillas. ¡Eh, y está garantizado que de ahí no salen volando al primer martillazo!
En breve, más entradas al respecto. Pero no, no disimules. Sé que te encanta el rollo de los recortables, y que estás ansioso por continuar con el diorama. Pues aquí seguimos.