Un poco de... ¿joyería?
Como alguno sospechará, y a pesar de mi aspecto de consumado playboy, en realidad yo no vivo rodeado de antigüedades en una lujosa villa señorial, disfrutando de una jugosa fortuna y con un ejército de voluptuosas sirvientas para atenderme. No, lamentablemente, me toca levantarme todas las mañanas para acudir a una lejana oficina, y que así a final de mes se modifiquen unos pocos bits en el saldo de mi cuenta bancaria.
Pero uno no deja tan fácilmente de lado sus manías frikis, y donde algunos tienen una de esas pelotitas antiestrés, yo tengo un par de retalitos de malla con los que voy jugueteando.
Y, cada vez que mi compañera de trabajo, y, a pesar de ello, amiga C me ve haciéndolo, siempre la misma historia:
- Jo, ¿cuándo me haces una pulsera de eso?
- Si te mola, no es difícil encontrar sitios en los que venden joyería en malla con materiales nobles.
- ¡No, yo quiero una hecha por ti!
- ¿Has oído hablar de los materiales hipoalergénicos? Pues esto es hierraco.
Y es que el hierro, en permanente contacto con la piel, acaba dejando manchas negras. Pero tampoco es algo de lo que preocuparse: las manchas negras no tardarán en ser sustituidas por el color rojo, ya sea del óxido, o del molesto eccema que no tardará en aparecer.
Y aún así, C, que cuando quiere puede ser de lo más
- ¿Cuándo me haces una pulsera?
- ¡Hazme una pulserita!
- ¿Y la pulsera, para cuándo?
Yo iba dándole largas, pero me acordé del tema cuando me enteré de que este año, en Peracense, no iba a poder montar fragua. Ya que iba a llevar los cacharros para hacer malla, ¿por qué no aprovechar para hacerle una pulsera y
Así que ¡a preparar un nuevo retalito que enganchar en un trozo de cuero!
Como bien saben los malleros, empezar una nueva pieza siempre es un poco lioso. La pieza requiere una cierta masa crítica de anillas antes de que se pueda ver bien cómo está formado el tejido y dónde van las siguientes anillas. Antes de alcanzar esa masa crítica, cuando aún no has llegado a más o menos una docena de anillas, aquello se retuerce, se engancha, las anillas se dan la vuelta de formas geométricamente inexplicables, y te acabas volviendo medio paranoico entre las anillas que has engarzado mal, y las que no has engarzado mal, pero te lo parece.
Con malla remachada, y encima de remache triangular, la cosa es aún más liosa: por un lado, las anillas tienen derecho y revés (el lado que queda plano, y el lado que queda con el domo del remache) y además, quitarlas no es tan sencillo como abrirlas con un alicate, una vez remachada, la única forma de quitarla es cortar la anilla.
A mí me fue bastante bien, apenas corté media docena de anillas antes de empezar a situarme con el tejido.
Una vez preparada la malla, me dediqué unos días a utilizarla como nuevo retal antiestrés. El roce consigo misma le quitó cualquier resto de la escoria que tiene pegada el hierro tras los repetidos pasos por el fuego que requieren las anillas para remachar, aunque me obligó a lavarme las manos cada media hora durante unos cuantos días.
Una vez la malla adquirió el brillante tono plateado del hierro limpio, ya sólo faltaba hacerle una base de cuero que la separara de la piel. El retal de malla, al que, efectivamente, no saqué ninguna foto, tenía una forma más o menos ovalada, así que había que cortar el cuero con las curvas adecuadas. Y con un cutter.
Estoy casi seguro de que tengo unas plantillas para curvas en alguna parte, pero que me aspen si tengo la más remota idea de dónde. Habrá que improvisar. A falta de plantillas para curvas, posavasos con diseño celta y cargador USB de forma pintoresca.
El cuero es un retalillo que tenía por aquí, creo que es del que utilicé en su momento para la bolsa de mi fuelle, me parece que era de cabra.
Para el cierre, y para sujetar la malla a la base, una simple tira en lengua de serpiente que irá atravesando por encima y por debajo de la base ovalada.
¿Te parece que esa foto estaba borrosa? Pues espera a ver la siguiente. La tira en cuestión sujeta la malla por las anillas de los extremos y por una anilla central, para que la malla no baile.
Ya sólo quedaba dársela a C. Ahora, la pobre la tiene que llevar todos los días y decir que le encanta, y tendrá que esperar unas semanas antes de que la excusa de que el cuero se ha roto resulte plausible. Yo, que tengo un corazón vengativo, ya le he recomentado que la cuide con crema para el calzado y que así le dure para siempre; y además creo que me queda suficiente de ese cuero como para reemplazar correas durante décadas. Soy cruel, pero al menos C ya ha dejado de pedirme una pulsera de malla.
- Oye...
- Dime, I.
- Esa pulsera que le has regalado a C...
- ¿Sí?
- ¿Cuándo me haces una a mí?
- ...