En el campamento, púlcramente plantado a las afueras de Roma, los nuevos legionarios celebraban el final de sus días de entrenamiento, y se preparaban para partir hacia la Galia.
[Parece que por fin vamos a acabar con las brafoneras]Uno de ellos, particularmente desgarbado, y con todo su equipo a cuestas, se paró delante de una tienda en particular, comprobó que el número marcado junto a la puerta era el correcto, y pasó a su interior.
Dentro, sólo había otro legionario, agachado atándose las sandalias. Al notar el movimiento, levantó la vista.
- ¡Pardillus! ¿Eres tú?
- ¿Pringadus? Pero... ¡si yo te hacía ya en Hispania!
- ¡Qué va, qué va! Lo mío con el entrenamiento se retrasó más de lo previsto. Oye ¿qué haces aquí?
- Me han asignado al centurión Chusquerus. ¿También estás con él?
- Sí, claro. Mira, si llevamos un equipo idéntico, hasta la última correa. ¡Todo según el manual! - terminaron los dos al unísono, entre risas.
[Por fin tengo dos bafroneras idénticas, siguiendo el patrón provisional. Podéis ver las cuerdecitas, atadas a intervalos regulares, para poder tomar medidas sin contar cientos de anillas cada vez, y asegurarme de que quedaban iguales. Se corresponden con las X del patrón original]- Oye, en serio ¿sabes cuándo salimos? - preguntó Pringadus.
- Pues creo que en un par de días - respondió Pardillus - ¿qué, nervioso?
[Terminar los ajustes de las brafoneras es inminente]- Pues la verdad es que sí. He oído que esos bárbaros son muy peligrosos.
- Pero hombre, tranquilo. ¡Somos la legión romana! - dijo Pardillus, golpeándose el pecho con el puño, y tratando de poner un gesto fiero en su semblante cubierto de acné. - ¿No has ido a ver a la Sibila?
- Sí he ido, sí - respondió Pringadus.
- ¿Y qué te ha dicho?
- Pues lo cierto es que la Sibila fue de lo más explícita: "Ibis. Redibis. Non Peribis In Bello"
- ¡Anda, pero si es lo mismo que me dijo a mí! ¡Eso es estupendo, chico! No puede ser más claro: "Irás. Volverás. No Morirás En La Guerra". ¡Así da gusto! Algo concreto, nada de esas ambigüedades que sueltan a veces las sibilas.
[Confío en que, a la hora de cerrarlas, el patrón sea todo un éxito. Que ajuste bien, que no se descuelgue de forma molesta al caminar, y que el cierre trasero con tiras de cuero quede vertical y bien ajustado]- Pues yo es que no las tengo todas conmigo, Pardillus - dijo Pringadus. A mi es que la adivina me pareció un poco sibilina.
- ¡Pues claro! Es una Sibila, claro que es sibilina. ¿Qué querías que fuera? ¿Ornitóloga?
- Ya, ya, pero... no sé, no lo termino de ver claro.
[Uhm... aunque la verdad es que no termino de estar seguro de que este diseño vaya a funcionar, todo sea dicho]
Los días transcurrían lentamente en el campamento, hasta que por fin llegó la orden de partir. Los nervios de los novatos fueron rápidamente sustituidos por el agotamiento, según la dura marcha les hacía atravesar los Alpes; subiendo y bajando montañas sin cesar.
[No veáis lo cansado que puede ser ir poniéndose y quitándose las brafoneras para probar los remates]Hasta que por fin llegó el gran día. La larga columna de legionarios marchaba, aterida por el frío de aquel paso de montaña. Pringadus y Pardillus caminaban hombro con hombro, cuando el centurión Chusquerus dió la orden de alto. Allá, en la parte delantera de la columna, se oían gritos. Cuando Chusquerus ordenó silencio, todos pudieron escucharlo claramente:
- ¡Emboscada! ¡Emboscada!
Chusquerus reaccionó inmediatamente, y ordenó con voz firme:

- ¡Rápido! ¡Formación en cuerno!
los legionarios adoptaron rápidamente la formación en cuerno que habían ensayado previamente varias veces.
- Oye, Pardillus - preguntó Pringadus a su amigo -. ¿Para qué se supone que era la formación en cuerno?
- Creo que para proteger el interior del grupo mientras se cubre la retaguardia
[La idea de este saliente es cubrir el interior del muslo, dando la vuelta a la pierna para unirse por detrás al otro lado de la brafonera]
- Pues no sé cómo lo verás, Pardillus. Pero a mi me parece que a los de detrás les están dando para el pelo.
- ¿Por qué dices eso? - preguntó Pardillus, sujetando firmemente su escudo.
- ¡Porque me está salpicando la sangre, y además creo que alguien me acaba de clavar un cuchillo en la espalda! - respondió Prigadus, cayendo de bruces.
[Después de unir el saliente al otro lado de la brafonera con una fila de anillas, me probé las brafoneras. Aquello parecía cómodo, hice un par de movimientos para ver qué tal se portaban. Cuando finalmente me agaché, un par de docenas de anillas de la parte posterior salieron disparadas. Esto no funciona]Unas horas más tarde, Pringadus recuperó la consciencia en una tienda. A su lado estaba su compañero Pardillus, aplicándole un paño húmedo en la frente.
- ¡Por fin te despiertas! ¿Cómo te sientes?
- Bastante hecho polvo. ¿Qué ha pasado?
- Te dieron una cuchillada, pero dicen que te pondrás bien. Nuestro grupo sufrió muchísimas bajas.
[El "cuerno" de las brafoneras sobra. Un diseño erróneo. Fuera con él]

- Pero no te creas. En los del extremo de la columna también lo pasaron bastante mal. Al parecer, la formación era muy endeble; a partir de ahora toda esa parte irá reforzada.
[El estrechamiento del tobillo es exagerado. Todo el rebaje que podéis ver a la izquierda hay que volverlo recto. Y, por cierto: para mis piernas (1,80, tirando a pataslargas) faltan dos hileras más de unidades básicas)]- Bueno, compañero - dijo Pringadus -. Al menos, me alegro de seguir vivo. Va a ser que la Sibila tenía razón, y que volveré vivo de esta campaña.
- ¡Claro que sí, amigo! En un par de días, reanudaremos la marcha. ¡Y nada nos detendrá! ¡Por el Imperio, compañero!
Y los días pasaron, y la marcha se reanudó.
[Cuatro o cinco días fueron suficientes para realizar las modificaciones en ambas brafoneras]Los Alpes quedaron atrás, y la marcha por las interminables llanuras de la Galia se hacían cada vez más y más monótonas.
- Oye, Pardillus - dijo Pringadus - hay una cosa que no termino de entender.
- ¿El qué?
- Esta nueva formación de marcha que llevamos está muy bien, pero ¿cómo se supone que protegeremos la retaguardia?
[La forma de atar las brafoneras por detrás no termina de estar clara. Si empezara a hacerlas ahora, posiblemente les pondría correas como las que venden en La costurera valiente. Sin embargo, el diseño apunta a otro lado]
- No te preocupes, hombre. El general ha contratado a varias tribus bárbaras aliadas para encargarse de eso - dijo Pardillus.
- ¿Tribus bárbaras? ¿Eso es seguro?
- Sí, claro. A ver, no llevan armaduras metálicas como las nuestras, ni van tan bien armados, pero deberías ver de lo que son capaces.
[La idea es usar tiras de cuero enganchadas a las anillas]- Ya claro... - dijo Pringadus, con un claro tono de duda en su voz -. Y... ¿de qué dices que son capaces?
- Mira, por un lado, hay pequeños grupos de exploradores a cada lado de nuestra columna principal.
[Hay pequeños lazos de cuero unidos a las anillas a intervalos regulares, en ambos lados de cada pernera]- ¿Y cómo se supone que eso nos va a cubrir la retaguardia?
- Verás - continuó Pardillus - otro grupo de bárbaros avanzará constatemente a lo largo de toda la columna, comprobando que los exploradores siguen ahí, y que todo se mantiene en su sitio. Ellos se encargarán de la retaguardia.
[Estos lazos van unidos por detrás, atravesados por una tira de cuero longitudinal a la pierna. Esta tira sujeta la brafonera unida por detrás, dando además cierta flexibilidad a la hora de que la brafonera de expanda y contraiga según los movimientos de la pierna ]
- Espera, espera - interrumpió Pringadus -. No termino de ver claro lo de esa columna de bárbaros en nuestra retaguardia. ¿Qué es lo que dices que están haciendo exactamente?
- ¡Pues eso, hombre, pues eso! Conectan entre sí los grupos que controlan los flancos.
- Oye, Pardillus. ¿Y eso no es un punto débil? ¡Imagina que el enemigo corta esa columna!
[Lo cierto es que, si se rompe esa tira vertical, toda la brafonera se suelta]Pardillus se lo pensó un instante antes de responder:
- Hombre, supongo que, en caso de batalla, la podrán reforzar.
[Claro que, si hace falta, con anudar la tira en cada lazo es suficiente para que un corte de esa tira no deje toda la brafonera abierta. Por supuesto, quitarse las brafoneras será entonces muuuuy lento, ya que habrá que desatar montones de nudos]
Pringadus seguía desconfiando de eso de los bárbaros. Tras unos pocos días de marcha, no pudo dejar de darse cuenta de que, poco detrás de ellos, un enorme grupo de bárbaros marchaba intercalado con los legionarios.
- Oye ¿y eso? - preguntó a Pardillus, que parecía estar siempre muy bien informado.
- Nada, es un grupo para ayudar a cohesionar la mitad de la columna.
[Es una buena idea atar fuerte la brafonera con una correa justo por encima de la pantorrilla. Así, parte del peso descansa en la pantorrilla, en lugar de colgar íntegramente desde arriba]- ¿Y al general le gusta tener esos bárbaros ahí?

- Sí, hombre. Eres un tipo muy negativco, Pringadus. ¿Tu te das cuenta de los impresionantes e imparables que resultamos, en todo nuestro esplendor?
- Hombre, vale, sí...
- ¡Alto! - gritó Chusquerus
- ¿Qué pasa, centurión?
- ¡Callad! ¿No escucháis nada?
- ¡Emboscada! ¡Emboscada! - gritó una voz a lo lejos.
Unos meses más tarde, la legión volvía a Roma, con una agridulce victoria en su haber.
[Las brafoneras están bien, pero aún son mejorables]La campaña podía considerarse un éxito, pero las bajas eran enormes. La carga que había tenido que soportar el general era perfectamente visible en su rostro. La presión a la que había estado sometido se leía en sus ojos.
[El peso en la cintura es una enormidad. Si no te aprietas el cinturón hasta rozar la asfixia, tienden a deslizarse hacia el suelo] Incluso los soldados que, como Pardillus, habián ido siempre en el medio del grupo, daban claras muestras de la tensión sufrida.
[Hasta la cinta de encima de las pantorrillas te corta la circulación al cabo de un rato]Pero lo peor no era eso. Lo peor eran los compañeros que no habían regresado.
Pasadas un par de semanas de su llegada, Pardillus se encaminó a ver a la Sibila. Incluso el matón de la puerta se echó a un lado cuando vio su salvaje expresión de curtido veterano; por no mencionar la endurecida mano posada en la empuñadura del gladius.
Arrancando la cortina que cerraba el paso al aposento de la Sibila, Pardillus atravesó la estancia en dos zancadas, mientras desenfundaba su espada. Agarrando a la Sibila por la túnica, prácticamente la dejó en vilo, mientras le apoyaba el gladius en el cuello.
- Muy bien - siseó - tu fuiste la Sibila con la que habló toda mi cohorte. Tu le dijiste a mi amigo Pringadus que volvería sano y salvo. Y, sin embargo, le hicieron trizas en mitad de la Galia. ¿Cómo puedes explicarlo?
La Sibila tragó saliva, y respondío, con voz temblorosa: - ¿Pringadus? ¿Uno flaco, y con pinta de idiot... de buena persona? ¿Qué te dijo que le profeticé?
- ¡Maldita bruja! ¡Le dijiste que iría, que volvería, y que no moriría en la guerra! ¡Ibis! ¡Redibis! ¡Non Peribis In Bello! - gritó Pardillus a la cara de la Sibila, poniéndose rojo de furia.
La Sibila hizo disimuladamente un gesto que mantuvo alejados a los tres guardias armados que cruzaban la entrada. Esbozando una tensa sonrisa, dijo a Pardillus:
- ¡Espera, espera! ¡Creo que ya sé dónde está el origen del malentendido! Suéltame para que te explique lo que ha pasado.
- ¿Malentendido? - respondió Pardillus, empezando a sentirse inseguro - ¿qué malentendido?
La Sibila, deshaciéndose de la mano del legionario, alisó su túnica; y clavó su profunda y sabia mirada en los ojos de Pardillus. Y, con el tono de voz que tanto había practicado, repitió, por centésima vez, las palabras que tantas veces tenía que repetir a la vuelta de los ejércitos:
- Tu amigo me entendió mal. Lo que yo le dije fue ¡Ibis! ¡Redibis Non! ¡Peribis In Bello!
- ¿Como? - Exclamó, incrédulo, Pardillus
- Lo que has oído. Irás. No volverás. Morirás en la guerra.
- Pero... pero... ¡si sólo cambia dónde pronuncias la pausa!
- Está claro que tu amigo me entendió mal. Y, ahora, vete en paz. ¿O quieres que profetice tu futuro?
Y Pardillus, confundido y desencantado, se perdió en las calles de Roma, murmurando para sí:
- Creo que voy a volver a la casa de mis padres en Pompeya, para tener una vida tranquila. Este trabajo me está quemando...